N° 2041 - 10 al 16 de Octubre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDice Heidegger que “solo quien ya comprende puede escuchar”, esto quiere significar que el acto está ligado a la experiencia y trato con lo dicho y su contexto; algo que tiene que ver precisamente con la existencia. Cerca de promediar la sección 34 que corresponde al quinto capítulo de la primera parte de Ser y tiempo nos señala que todo cuanto rodea al acto de escuchar como parte de la comprensividad aplica al no menos importante acto de callar; de hecho tiene “el mismo fundamento existencial”, ocurre desde la comprensión y resulta en un discurso que configura o patentiza precisamente el entender el para qué, el significado o sentido, el valor que se establece respecto de algo.
La boutade de Kierkegaard acerca del silencio y del palabrerío (“el mayor mutismo no es callarse sino hablar”) debe haber planeado por la conciencia de Heidegger cuando concibió el encuadre de la condición existencial del silencio en el diálogo, el acto deliberado de callar. Entiende el filósofo que la mera pronunciación de las palabras, aun los enunciados que parecen más elaborados, no necesariamente dan cuenta fiel de la comprensión; informan, eso sí, como en el teatro de Ionesco, de la voluntad de mantener vigente la formalidad del diálogo, pero existencialmente pueden llegar a ser nulos, sin nada de inmediata significación. Aquel memorable capítulo 68 de Rayuela lleva a su más divertido extremo esta inclinación, que quizá sea solamente fatalidad o vicio: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”.
El asalto de la incomprensión está siempre al acecho en los diálogos; las palabras se agolpan y se organizan pero sustancialmente definen una ausencia radical, un vacío real. Lo que Heidegger quiere mostrar, y lo dice claramente, es que el prolongado discurrir sobre una cosa en verdad solamente la encubre sin que por ello pueda inferirse una comprensión; es puro nonsense que no conduce a nada, que no muestra nada, que nada produce… fuera de la fatiga del interlocutor.
Por el contrario tenemos el silencio que es en todo muy distinto del babélico torrente de los impertinentes y de los vacuos; ahí, en el simple callar sí que se verifica un eficaz y acaso vigoroso acto comunicativo. Heidegger realizará su elogio del callar como aspecto posible de la aperturidad: “El que nunca dice nada, no tiene la posibilidad de callar en un determinado momento. Solo en el auténtico discurrir es posible un verdadero callar. Para poder callar, el Dasein debe tener algo que decir, esto es, debe disponer de una verdadera y rica aperturidad de sí mismo. Entonces el silencio manifiesta algo y acalla la ‘habladuría’. El silencio, en cuanto modo del discurso, articula en forma tan originaria la comprensibilidad del Dasein, que es precisamente de él de donde proviene la auténtica capacidad de escuchar y el transparente estar los unos con los otros.”
Para expresarlo de manera más lineal y sin duda más pobre: la decisión de hacer silencio es algo que ocurre en el coestar con otro y resulta de una determinación entera, responsable del existente.