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La anunciada conversación telefónica entre el presidente electo y el secretario de Estado de EE.UU. pone en valor una noticia que, independientemente de que sea posible ahora la apertura de un acuerdo bilateral, pone en marcha un entendimiento que marca diferencia profunda con lo que se venía dando con el gobierno actual, que dejó pasar, por motivos que cuesta creer y analizar, una grandiosa oportunidad cuando nos fue ofrecida.
Por mi larga ocupación, como industrial y en comercio exterior, así como miembro en delegaciones comerciales y de negociación, cuando me correspondía viajar en representación como titular de la Cámara de Alimentos de la Cámara de Industrias, la noticia de tal contacto telefónico hizo volar como una flecha mi imaginación sobre las oportunidades para Uruguay que se podrían activar, aunque en realidad la posibilidad de un acuerdo no sea inmediata.
Esta debería haber sido la orientación permanente de los gobernantes de nuestro pequeño territorio, sito por obra del señor, y de algunos preclaros, en preciado enclave, pero que, últimamente, ha sido gobernado por quienes en atención a dogmas fracasados, lo han tratado como preservando la inutilidad de un arcón en el fondo del mar.
Esto inevitablemente trae a mi memoria eventos de Artigas en Purificación. Entre agosto y setiembre de 1817, “convencido de la importancia que tiene el comercio para el fomento de los pueblos y su bienestar”, partiendo de su conocimiento pleno de lo limitado de los propios recursos con que se contaba, suscribió visionarios acuerdos, documentos y resoluciones con agentes extranjeros.
Primero, fue con oficiales de su majestad británica, iniciando pasos para asegurar el libre comercio para beneficio de los ciudadanos de ambas banderas mediante la apertura de nuestros puertos al intercambio, con instrucciones detalladas para ordenar y facilitar esos fines.
Un óleo de José Luis Zorrilla de San Martín, que se impone visitar, inmortalizó en las grandes dimensiones de la tela el recuerdo de la firma del convenio comercial con los ingleses.
Ya a pocos días, a principios de setiembre, Artigas, basando su continuo accionar en el convencimiento sobre la necesidad de apoyo y de apertura de canales diplomáticos y comerciales con el exterior, recibió la visita, en el Hervidero, de Thomas Lloyd Halsey, cónsul de Estados Unidos en estos lares, con quien se establecieron un par de líneas de importancia práctica inmediata, más la entrega de una carta que Artigas le envió por su intermedio al presidente Monroe, la que produjo muy rápidamente favorables resultados que perdurarían por tiempo.
En esa carta al presidente Monroe, Artigas da una frase que identifica su sentir profundo al obrar: “(...) Lucho para promover el bienestar público y la gloria de la República”, cosa que hacía en forma cotidiana, no solo lo decía.
No dudo que las intenciones de Lacalle Pou al hablar con Pompeo y poner en movimiento la idea lo han impulsado los mismos pensamientos que al Héroe de los Orientales, y nos encaminó hacia donde debemos orientarnos como nación, sin prestar oídos, ni distracciones, ni aceptar frenos de los diletantes que promueven utopías que en realidad esconden propósitos no compatibles, ni de cerca, con los que nos afiliamos a la irrestricta libertad de pensamiento y acción.
El presidente electo Lacalle Pou, en uso de las ventajas comunicacionales actuales, dio un salto formidable en beneficio de todos nosotros, apoyado en la facilidades que le permiten su intelecto, su cultura, su manejo del necesario idioma y conceptos imprescindibles para comunicarse válidamente y pragmáticamente con el mundo real.
Artigas no usaba dilatorias, ni practicó el buenísimo entreguista; fue tan claro como duro con los enemigos, y cuando fue menester, aplicó su fuerza en defensa del bien común.
Ruego al cielo para que Lacalle Pou siga sin pausas en su lucha, como lo hizo Artigas, de quien en definitiva, a partir de marzo, será su sucesor 203 años después.
