Nº 2242 - 14 al 20 de Setiembre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn la contratapa de la edición del jueves 7, Búsqueda informó sobre la solicitud realizada por la dirección del Teatro Solís al artista Claudio Rama para que su muestra Vidas encajonadas adoptara la perspectiva inclusiva de la institución, lo que significaba modificarlos textos que acompañan sus obras. Las explicaciones que solicitó el artista sobre por qué sus textos eran incorrectos y debían cambiarse nunca llegaron y tampoco fue recibido por la directora del teatro, Malena Muyala, por lo que consideró que estaba frente a un acto de censura.
Lo que sucedió despierta varias reflexiones y señales de alerta porque, queriéndolo o no, la directora del Solís efectivamente terminó censurando una muestra que desde hacía meses estaba acordada. Las expresiones artísticas, sean las que sean, no pueden estar condicionadas. El arte debe ser libre, autónomo, y justificarse por sí mismo y lejos de la esfera política, de lo contrario, como ya lo escribió Hannah Arendt, se convierte en propaganda.
Como política institucional, el Solís establece que las propuestas artísticas que se exhiben en sus espacios “aborden una perspectiva inclusiva, tanto en el lenguaje oral, escrito y visual”. ¿Cómo se traduce este principio en la música, en las artes escénicas o en las artes visuales? ¿Se revisan una a una las obras y se vetan si no contienen determinadas palabras, alusiones o imágenes? No parece ser así en todas las obras que se representan en el Solís, lo que quiere decir que el alcance de este requisito queda librado a la arbitrariedad de quien lo aplica.
Por otro lado, si las instituciones quieren incorporar lo “políticamente correcto al arte”, están fomentando la autocensura de los artistas. Le ocurrió al propio Rama, cuya primera reacción fue ofrecerle a la dirección del Solís eliminar los textos para que su muestra se pudiera exhibir, algo de lo que ahora se avergüenza, sobre todo porque ni siquiera pudo conversarlo. Cuando los artistas comienzan a resignar el contenido de sus obras para poder acceder a las principales salas del país, se está pisando un terreno peligroso en el que la calidad de la propuesta artística queda por detrás de un mensaje acorde con la visión política.
Por su propia naturaleza, la producción artística y cultural siempre ha sido especialmente vulnerable a los cuestionamientos morales, políticos o religiosos. Hoy se están viviendo tiempos difíciles para el arte. Los ejemplos abundan en las noticias y lo que sucedió en el Solís es una muestra de lo que ocurre en otros países. “Lo políticamente correcto es la gangrena del arte en este siglo”, escribió en un artículo para el portal de Eterna Cadencia la escritora argentina Ariana Harwicz. En su cuenta de Twitter ha contado sobre sus batallas con editores y traductores para que no le cambien palabras de sus novelas que ella quiere que sean ofensivas porque su obra y sus personajes así lo requieren. “Qué lindo era cuando las palabras de los novelistas eran cianuro y morfina a la vez”, escribió.
La directora del Solís es una cantante y compositora reconocida y de larga trayectoria, por eso resulta incomprensible que se haya equivocado de esta manera al solicitarle a otro artista que modifique su obra. Y se equivocó mucho más al no dar explicaciones. Su mutismo genera suspicacias, enfado y reacciones que no le hacen bien a la institución que dirige y mucho menos al arte. El Solís se define como un teatro de puertas abiertas, de cercanías e inclusivo. Este fue un episodio desgraciado que no condice con esa definición, y tendría que despertar una señal de alerta en artistas y gestores culturales. Fue un tropiezo que de “inclusivo” tuvo muy poco y que no se debería dejar pasar.