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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáQuisiera compartir una reflexión sobre la nota de portada de Andrés Danza del jueves pasado.
Como todas las suyas, es excelente en sus conceptos. Por supuesto, todos pensamos así cuando el contenido sostiene nuestra manera de pensar, resuena con nuestra visión del mundo. Y en este caso comparto totalmente sus opiniones respecto a la “uruguayez”.
Lástima esa infeliz primera frase sobre el ateísmo, seguramente producto de apresuramiento.
Los ateos estamos acostumbrados a recibir esos calificativos, acompañados de esa otra joyita: “el ateísmo es una religión más”. *
Decir que los ateos no creemos en nada es casi un insulto, además de una patente falsedad. De hecho, seguramente creemos en muchas más cosas que los creyentes. Incluso creemos en la existencia del espíritu y el alma, no como objetos sobrenaturales que trascienden la muerte física, sino como epifenómenos emergentes de los procesos mentales.
La gran diferencia —de extraordinaria significación— radica en la naturaleza del proceso de creer.
Los ateos —citando a Richard Dawkins— pensamos que hay tres malas razones para creer (si bien son las más difundidas): tradición (es una creencia antigua), autoridad (lo dice alguien que sabe), y revelación (sin comentarios). Los ateos, si bien sabemos que no es posible en la práctica liberarse por completo de por lo menos las dos primeras razones, valoramos en primer lugar la evidencia.
Creer en algo significa pensar que ese algo es verdad. Dado que en el mundo posmoderno y relativista de las fake news el concepto de verdad está muy devaluado, con más razón debería ser el norte que tozudamente nos guíe. La búsqueda permanente de la verdad es ardua, mucho más ardua que la cómoda y fácil posición de seguir los dogmas de la fe, sin necesidad de elaboración racional alguna.
El ateísmo es normalmente descartado por ignorancia sobre su naturaleza.
Se confunde la verdadera y posible afirmación atea “No creo que Dios exista” con la imposible “Creo que Dios no existe”.
Si bien en la práctica de la vida diaria ambas son equivalentes, la diferencia filosófica es radical.
La primera es una elección racional que modela la forma en que vivimos y tomamos nuestras decisiones, en coherencia con nuestra visión de mundo. (Incidentalmente, la mayoría de los creyentes sensatos viven de la misma manera).
La segunda es una falacia, porque todo aquel que haya dedicado dos minutos a pensar filosóficamente, sabe que no se puede demostrar una negativa.
No podemos demostrar que algo no existe, como lo expresara Bertrand Russell con su famosa afirmación de que hay una tetera orbitando el sol entre la Tierra y Marte.
Es cierto que el concepto de dios es tan central para la humanidad que se justifica la existencia de la palabra ateísmo, pero si se fuera a crear una palabra para cada cosa en la que no se cree, se debería duplicar la cantidad de palabras del diccionario. Por ejemplo: asantaclaus, agnomos o ahadas.
Complica las cosas la existencia de una aparente posición intermedia, el agnosticismo, mucho más aceptado. En la práctica es lo mismo, solo que más políticamente correcto. Teniendo en cuenta el razonamiento anterior, de que nunca podremos probar que dios no existe (aunque sí alcanzaría una sola prueba categórica e irrefutable de que sí existe), la manera de pararse ante la vida de un ateo y un agnóstico es la misma.
Para mi gusto, definirse como ateo es más valiente y jugado en un mundo desbalanceadamente irracional.
* Es hasta graciosa la patética pretensión de considerar al verdadero ateísmo como una religión más. En todo caso, se la podría considerar una meta-religión, una manera de pensar las religiones. Es cierto que se puede ser ateo de manera dogmática, automática e ignorante, como reacción a las lamentables consecuencias del pensamiento religioso, pero no es lo más frecuente. En contracara, no se puede ser religioso de verdad de manera crítica y no-dogmática.
Hugo Donner
CI 1.224.202-6