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    El caso de interrupción de embarazo en Mercedes (III)

    Sr. Director:

    El propósito de estas líneas es participar, discursivamente diría, en reciente hecho de separación entre un hombre y una mujer, unidos fugazmente en la cópula sexual, pero desunidos en el propósito de proseguir la pareja con incipiente embarazo (ella optaba por la interrupción de la gestación o realización de aborto; él se definía en el propósito de proseguir con el fruto de la fecundación; y el consiguiente reclamo, lo hizo concurrir a estrados judiciales para que fuera amparado en un deseo de ser padre, con y como fundamento consistente).

    Quizá la desunión de ellos como pareja tuvo que ver con la decisión de la mujer a hacerse el aborto, pero ello quizá no haga a la cuestión que tocan estas reflexiones, o quizá sí, pero el meollo no está ahí, en este intercambio.

    Observo en lo que llevo escrito, casi en un modo colateral, diría, que he escrito “madre” y “padre”, aunque si estricto fuera, y debo intentar serlo, no hay acá ni madre ni padre, ni bebé, ni niño, ni fuerzas de muerte venciendo a fuerzas de vida. Todo ello se entremezcló en la discusión que acompañó el acontecimiento y trascendió a la opinión.

    Si otro fuera el desenlace, otra hubiera sido la toma de la palabra que hubiera asumido la pareja en una coincidente resolución: deseo de tener un hijo.

    Un reciente artículo del Sr. Tomás Linn, en “El País”, del domingo 12 de marzo, con el título “Padres solteros” retoma la cuestión.

    Entresaco algunas líneas del artículo del Sr. Linn: “Un hombre que sí quería ser padre”. El contexto en que se puede ubicar la afirmación del periodista debe incluir que ambos estuvieran unidos en ese propósito, que los uniera en pareja que desea tener un hijo, situación que no era la que de los hechos provenía.

    “El debate debió ser sobre lo que el hombre pedía: determinar si el derecho de la mujer a interrumpir un aborto (lapsus calami o equivocación escrita del Sr. Linn) es tan, tan absoluto (la idea de que ella es dueña de su cuerpo), que su socio en el embarazo no tiene manera de intervenir”.

    Respondo: ante la afirmación del periodista que se eleva como interrogante: hay una “corporeidad” tan férrea y natural, tan vital, pero también tan enajenante que la mujer puede desear no proseguir con el embarazo; lo que acerca y contribuye grandemente a que se comprenda como signo fuerte la palabra de la mujer a decir “NO”.

    El hombre, padre de un espermatozoide, más allá del involuntario efecto cómico a que esa expresión pueda dar lugar, pero que es cierta, no es padre aún. El lugar de padre advendrá después, demostrado en un a posteriori, en una inserción espiritual, en un devenir en la que él podrá entonces tomar la palabra y afirmar “Yo soy el padre”, pronunciamiento que él se apresura a proferir ahora, a destiempo. No hay lugar simbólico aún para el padre en este tiempo originario. No hay bebé, no hay niño, no hay criatura, no hay socios, o tampoco hay sociedad o lazo conyugal, que va más allá de formular escuetamente “socio en el embarazo” (Linn).

    Otra importante interrogante del artículo nombrado es: “¿Tiene derecho o no un hombre a ser padre, pese a que la mujer decide abortar?” Abrevio (o me reitero): si la mujer se niega a proseguir con el producto de la gestación y reclama su deseo de abortar, el hombre debe admitir que no han llegado los dos a quedar unidos en propósito compartido.

    El punto “madres solteras”, adopción de parejas gay, unidas en matrimonio, es otro punto que podía merecer otra comunicación, si la paciencia del lector, y la del Sr. Director, lo permiten.

    Juan C. Capo