Nº 2079 - 9 al 15 de Julio de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUno de los tres objetos que llevó Ernesto Talvi a la entrevista con Facundo Ponce de León, creador y conductor del ciclo televisivo De cerca, fue una foto suya de niño, disfrazado del histórico golero uruguayo Ladislao Mazurkiewicz. Eligió la imagen porque era un fiel reflejo de su vida, apasionada por el fútbol. También contó que de niño le gustaba relatar partidos imaginarios y que se grababa junto con un amigo para después escucharse.
Es lógico entonces que las imágenes futboleras estén presentes en su carrera política y que recurra a ellas hasta como cábala para tratar de concretar sus sueños. Durante toda la campaña previa a las elecciones internas vaticinaba que le ganaría a su rival, Julio Sanguinetti, “en los descuentos, con gol de cabeza y en el área chica”. En la noche victoriosa fue de las primeras cosas que dijo, con Sanguinetti a su espalda: “Ganamos en los descuentos”.
La realidad es que el triunfo no fue tan agónico. Talvi ganó la interna por casi 30.000 votos de diferencia, una distancia bastante holgada que lo ubicó como una de las principales sorpresas de esa instancia electoral. “Fue como un Maracanazo”, me comentó en ese momento uno de los principales dirigentes de Ciudadanos, su grupo político. Quizá por eso desde aquella noche se puede haber instalado en el nuevo líder colorado el complejo celeste, ese que lleva a muchos uruguayos a sobredimensionar los logros del pasado, lo que luego les dificulta asumir con mayor aplomo el presente.
Talvi se imaginó en un rol mucho más protagónico en el gobierno de Luis Lacalle Pou. Su colectividad política y él especialmente fueron importantes para que la coalición multicolor obtuviera el gobierno, pero el épico triunfo de las internas no fue repetido en las nacionales de octubre. En esa instancia la votación del Partido Colorado fue hasta menor que la de 2014. Talvi igual entendió que se abría un espacio de cogobierno con el Partido Nacional y así fue como aceptó ser canciller.
Desde ese lugar siguió con una actitud futbolera y triunfalista, que tanto caracteriza a los uruguayos. Luego de que fuera declarada la emergencia sanitaria, su principal apuesta consistió en traer la mayor cantidad posible de uruguayos varados en el exterior y festejó cada una de las llegadas como si fuera un gol. El partido de Uruguay en la altura de La Paz, al que recurrieron con aburrida insistencia científicos y políticos para graficar el combate al coronavirus, lo encontró en el centro de la cancha, procurando defender, pero también armando el juego.
Su popularidad fue creciendo hasta convertirse en el ministro con mejor imagen del gabinete. Con eso, el complejo celeste con el que parecía convivir desde la noche de las internas puede haber aumentado. También sus intenciones de tener una mayor participación en las decisiones importantes del gobierno. Ya desde el primer día sintió que no debía ser tratado como un ministro más, por ser el líder del principal partido socio del gobierno, pero luego sus demandas aumentaron.
No lo logró. No solo fue tratado como un integrante más del gabinete, sino que en todo momento le transmitieron indirectamente que esa épica futbolera no tenía ningún lugar en la Torre Ejecutiva. Algunos dicen que fue por envidia, otros por cansancio y otros por necesidad. Lo cierto es que el presidente Luis Lacalle Pou le hizo entender que él es el director técnico y que no quiere ninguna estrella en su equipo.
Y, con el complejo celeste a cuestas, Talvi reclamó una y otra vez lo que entendía que le correspondía. Alguna vez lo hizo en público y otras veces transmitió su enojo en privado o directamente tuvo que cargar con él en silencio. Y finalmente renunció. Lo hizo bien a la uruguaya, como a él le gusta. Esto es: de a poco, sin desprenderse del todo, pero dejando de manifiesto la distancia.
Hoy es el centro de críticas de propios y extraños. Políticos y analistas se apresuran a condenar su actitud y es probable que algunos de ellos tengan razón. También es cierto que fue blanco de operativos coordinados desde la Torre Ejecutiva para frenar su carrera ascendente e independentista en la opinión pública.
La última semana abundaron las llamadas a periodistas de personas cercanas al gobierno de Lacalle Pou para contar con detalle el periplo accidentado de Talvi e intentar dejar en evidencia su exceso de autoestima. Hasta de su actual situación personal hablaron algunos de los informantes como forma de justificar su salida de libreto.
Tanto él como Lacalle Pou se llamaron a silencio en público. Lo hicieron para conservar la salud de la coalición de gobierno, según argumentaron, lo que dice muchísimo. Si el problema fuera menor o simplemente de personas que no lograron ponerse de acuerdo, no sería necesario callar tanto.
Lo que hay detrás, según coinciden quienes están más cerca de ambos líderes, es una historia de disputas por espacios políticos. Lacalle Pou ya tiene el rol principal y Talvi aspira a obtenerlo en las elecciones de 2024. Pensó que sería más fácil hacerlo desde la Cancillería y que incluso podría contar con la complicidad del presidente, pero se equivocó feo.
Muy por el contrario, lo que encontró en la Torre Ejecutiva fue desconfianza y falta de respaldo, lo que provocó hasta conspiraciones en su contra, dicen sus allegados. Del otro lado, sus movidas a contramano de la voluntad del presidente fueron interpretadas como deslealtades. Esos dos extremos terminaron provocando la tormenta y dejando al líder colorado a la intemperie, bajo la lluvia.
Talvi se apuró. Es uno de sus grandes problemas. Da la sensación de que vive apurado. Se apuró al aceptar como canciller en lugar de ir al Parlamento y ahora al renunciar a la Cancillería, dejando a sus seguidores desconcertados y a muchos de sus eventuales socios ofendidos.
Pero el tiempo no le sobra si quiere volver a ser candidato presidencial. Lo importante es qué tan rápido logra fidelizar o perder ese apoyo masivo que logró durante su pasaje por la Cancillería. Recurriendo a su pasión futbolera, para eso será necesario que se saque la camiseta celeste de glorias pasadas y se ponga una nueva, más acorde a sus actuales circunstancias.