N° 1957 - 15 al 21 de Febrero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl pasado 26 de enero, la Manchester Art Gallery descolgó el cuadro Hylas y las Ninfas, pintado por John William Waterhouse en 1896. El retiro de la obra fue parte del proceso de trabajo de la artista inglesa afro-caribeña Sonia Boyce, quien en marzo de este año presentará una exposición individual en la galería. Según la artista, su intervención fue “un intento de involucrar a un grupo de personas más amplio de lo habitual en el proceso curatorial”. Pero el hecho provocó miles y miles de respuestas enojadas en todo el mundo.
El traslado del cuadro al depósito del museo, que tuvo lugar después de un evento de performance organizado por la artista, fue catalogado de “censura” en redes sociales y medios de prensa a escala internacional. Bajo la ya conocida retórica del “nuevo puritanismo”, el hecho fue presentado como un acto “moralizante” y “peligroso”. Si bien la reacción indignada de los siempre defensores del statu quo no llama particularmente la atención, lo que preocupa es la actitud de aquellos que, teniendo herramientas para debatir con profundidad, elijen reproducir la postura alarmista descontextualizada y anular la reflexión.
La línea de razonamiento simplificada es más o menos así: “Como la obra representa a unas adolescentes desnudas y alguien considera que eso refuerza la objetización de la mujer, decidieron censurarla”. Si el interés hubiera sido ese, la artista debería haber censurado varias obras más, porque al parecer la sala en cuestión exhibe un gran número de desnudos femeninos (una tendencia que, por supuesto, no es exclusiva de la Manchester Art Gallery: como ya señalaba el colectivo artístico Guerrilla Girls en 1989, en el Museo Met de Nueva York “menos de 5% de los artistas en la sección de Arte Moderno son mujeres, pero 85% de los desnudos son femeninos”). Desde el momento mismo en que el cuadro fue quitado, un cartel en su lugar informaba que la pieza era temporalmente retirada con el objetivo de “provocar una conversación” sobre cómo se exhiben y se interpretan las obras de arte en una colección pública.
Lo que propone Boyce es una relectura de la colección del museo, en línea con algunas de las principales tendencias de trabajo curatorial actual. Quienes se indignan ante la “manipulación política” de una obra de arte, parecen desconocer que lo político siempre ha atravesado las expresiones artísticas y que las instituciones museísticas no son políticamente neutras. La crítica institucional comienza ya en la década de 1970 y 1990, aunque como plantea Peter Bürger (1974), ya desde los movimientos de vanguardia, como el Dadaísmo, el arte comienza a cuestionarse a sí mismo como institución, así como su rol dentro de la sociedad burguesa. Las instituciones artísticas han estado históricamente vinculadas a la construcción de la clase dominante, encarnando “los ideales burgueses” (Nina Möntmann, 2006). Considerar que la obra de Sonia Boyce va en contra de las “libertades alcanzadas” en el mundo del arte, no solo desconoce la falta de neutralidad de las instituciones, sino que además limita la libertad de la artista para llevar adelante su propio trabajo.
El cuadro de las ninfas está expuesto en una sala de la galería que lleva como título La búsqueda de la belleza: creer que ese título es neutral y que no nos está diciendo nada acerca de cómo mirar e interpretar una obra de arte y lo que en ella se representa es de una inocencia pasmosa. Como explicó la curadora de la Manchester Gallery, Clare Gannaway, el objetivo es que la galería “cuente una historia diferente en 2018”: las herramientas con las que cuenta un museo para alcanzar ese objetivo son, justamente, las de decidir qué colgar y dónde. Cuando se exhiben obras de una colección, siempre es necesario tomar decisiones acerca de qué se incluye y qué se deja fuera, y qué se “cuelga” bajo qué nombre o bajo qué concepto —de eso se trata, muy básicamente, el trabajo curatorial—. Que a alguien le moleste que una artista cuestione y desafíe estas nociones, solo habla de su propia rigidez para entender la historia del arte. Sobre todo porque, como subrayan las Guerrilla Girls (2016), “a menos que el arte en un museo sea tan diverso como la cultura que dice representar, no estará contando la historia del arte, estará contando la historia del dinero y el poder”.