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    martes 15 de julio de 2025

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    El demonio que llevamos dentro

    Vacaciones de julio. Desde hace días pulula por la televisión un aviso firmado por “Uruguay natural”, del Ministerio de Turismo.

    En él se observan niños solos en una casa grande y burguesa. Los niños, vandálicamente, atentan contra todo: desperdician comida, rompen almohadas y desparraman artículos de tocador. Ensucian, destrozan, se sumergen en el caos.

    De pronto llegan los padres: mamá y papá azorados, con aspecto de pobres desgraciados, miran derrotados el hogar desvencijado, mientras los niños los ignoran y una voz masculina de sabelotodo les ordena: “Sacá al niño que llevamos dentro”. Es una invitación para que los padres lleven a los hijos a lugares turísticos durante vacaciones de julio.

    Lo que no dice el sabelotodo en off es: ¿quién limpia la mugre desparramada por esos niños desaforados? ¿La mamá? ¿El papá? ¿La empleada?

    Recuerdo a la madre de una amiga, que es maestra en un colegio privado, relatando cómo los niños juegan con la comida sin ningún pudor, la tiran al piso y hacen otros desastres en el comedor escolar. La maestra usa este recurso: “¿Esto lo hacés en tu casa?”. Siempre le había dado resultado, pero de un tiempo atrás, los niños contestan: “Sí, total…, lo limpia la peruana”.

    El penoso aviso de las bellezas naturales uruguayas está pergeñado por algún publicista que ve el mundo también así: “si pagamos, tenemos derecho a todo”.

    Qué triste.

    El Estado, así, está avalando a un niño creado por esta sociedad de playstations, de padres workahólicos, de colegio de horario completo, de televisor plasma en el cuarto con cientos de canales, que no salen a correr a la vereda ni tocan la bici. Niños medicados con ritalina.

    Los personajes del comercial son un ejemplo de la patología social que ha llevado a medicar a las generaciones incipientes por “hiperactividad”, pero el publicista les da otra alternativa a estos papás: “gasten un poco más; llévenlos a las termas”.

    Los padres que retrata este aviso son, por su parte, seres sin capacidad de educar, de mostrar autoridad, de poner límites. Son aquellos mismos padres que van a discutirle a la maestra la nota o el pasaje de año. Que aceptan sin más la lista de productos alimenticios vetados por el pequeño mañoso: nada que tenga verde, nada que tenga queso, nada que tenga fruta.

    ¡Nunca leche!

    Son esos adultos que en la pulseada civilizatoria resultan infinitamente más débiles, con tal de que al llegar del trabajo los pequeños demonios los dejen echarse en el sofá a ver una película y disfrutar de la comida del delivery.

    Mi dentista es una mujer cordial, pero el otro día la escuché gritar mientras yo estaba en la sala de espera. “¡Hay que cepillarse los dientes! ¿Oíste? ¿Cuánto tiempo hace que no te cepillás los dientes?”.

    Yo había visto entrar al consultorio a un niño con una mamá. Pero esta guardaba silencio mientras la dentista despotricaba contra la placa bacteriana del niño.

    Hay miedo de prohibir, de indicar normas, de penalizar.

    ¿Un trauma uruguayo posdictadura?