El desafío de la gratitud

El desafío de la gratitud

La columna de Facundo Ponce de León

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Nº 2090 - 24 al 30 de Setiembre de 2020

Hagan la prueba de buscar la palabra resentimiento en internet. Incluso colóquenla entre comillas y agreguen el término concepto, para poder dirigir mejor la búsqueda. Verán que las primeras páginas son todas del ámbito psicológico: refugiodelalma.com, crecimiento-y-bien-estar-emocional.com, blog de autoestima IEPP, coaching ontológico, entre otros.

Sin embargo, la palabra resentimiento es de una importancia política radical. Nadie duda de que democracia, igualdad, justicia, libertad, Estado, son términos eminentemente políticos, pero el concepto de resentimiento parecería que no tiene que ver con los asuntos públicos sino con la intimidad de las personas.

Hay dos maneras de interpretar este dato que nos arroja la Red: uno, que efectivamente la persona resentida debe resolver su problema en terapia y eso es ajeno a la política. Una vez sanada su rabia-tensión-dolor, podrá entonces lanzarse a una eventual vida pública. Una segunda lectura es que los temas psicológicos y los políticos están intrincados de una manera que hay que saber ponderar. Aunque no aparezca en los primeros minutos de búsqueda, hay literatura sobre esa relación y todo indica que cada vez será más común interconectar los temas de la mente con los temas del mundo. O para decirlo de otro modo: hay una dimensión de vida interior (espiritualidad) que hay que atender en el modo de encarar la tarea política.

Las declaraciones de José Mujica sobre Laura Raffo y el spot de campaña de ella para competir por la Intendencia de Montevideo vienen a cuento de este problema endémico de las sociedades contemporáneas que es el resentimiento. Si seguimos a Michael Cook en su Una breve Historia de la Humanidad, el problema surge en el siglo XVIII con la Revolución Industrial y su inmediata expansión: todo el planeta es el lugar para el desarrollo de la industria y el crecimiento. Cualquier habitante de cualquier lugar es potencialmente capaz de subirse a ese tren que se llama progreso. Para ello, formarse y trabajar. Nuestro futuro ya no depende de los augurios de los dioses, ni de las castas, ni de la sangre azul, ni del señor feudal ni de la tradición, sino de nuestra razón y nuestra fuerza productiva. O como se dice ahora: del mérito de cada uno. Si sos meritorio, te irá bien en la vida. Este es el sustrato del que nace el resentimiento que impera en nuestros días.

Cuando Raffo dice en su primer spot que “se hizo de abajo” o, como ha repetido varias veces, que “a ella nadie le regaló nada porque todo se lo ganó trabajando”, está ubicándose en esta matriz que es, aunque no lo parezca, la base del resentimiento. Estar abajo o estar arriba, sentir que nadie te regala nada y creer que todo hay que ganárselo trabajando, es abrevar de la fuente del resentimiento como problema político. Raffo pasó buena parte de su campaña explicando qué significa “hacerse de abajo” y por qué tuvo que ganarse todo trabajando.

La discusión importante no es cuán cierto o falso es esto, aun suponiéndolo verdadero, hubiese sido más interesante instalarse en otro lugar. Simbólicamente era más relevante apuntar la energía a la gratitud por todo lo que tuvo y tiene para dar, y no a la explicación de sus méritos y sus solitarios esfuerzos. No tengo idea si esto le hubiese dado mayor o menor caudal electoral, pero estoy seguro de que hubiese sido una manera más novedosa de lanzarse a la política.

Lo de Mujica es más previsible porque un parte de su discurso siempre estuvo sostenido desde ese lugar endémico que es el resentimiento. Claro, algunos lo justifican porque hay evidencia histórica para la actitud resentida: explotación, alienación, acumulación desigual. En aquellas fábricas donde nacía la modernidad brotó el germen del resentimiento como un dato: no es verdad que todos podemos crecer igual, aunque nos digan que todos podemos hacer mérito para llegar a donde soñemos. Hay una parte del pensamiento de izquierda que está instalado en ese lugar y cuenta con evidencia para sostenerse. Y no se mueven de allí.

El problema de fondo es que hay tanta evidencia para mostrar que la meritocracia es parcialmente falsa, como para mostrar los avances que ha permitido en justicia social desde la invención de la máquina a vapor hasta hoy. La única conclusión posible es que lo mejor es luchar contra la lógica resentida que anida en cualquiera de los dos casos.

El filósofo inglés Alain de Botton dice que la idea meritocrática de que todos podemos esforzarnos por llegar a cualquier lado suena bien y es democrática. Incluso argumenta que hay que defenderla para generar oportunidades para todos. Pero, y esta es la clave, no hay que olvidar que la contracara del meritorio es el perdedor. Si nos movemos en el ámbito de los méritos, estaremos creando una sociedad donde las personas que no llegan se sentirán perdedoras y por lo tanto frustradas. De allí al resentimiento hay un solo paso. A su vez, las que llegan, sentirán que lo hicieron sin el reconocimiento que merecen por su logro. De allí al resentimiento hay un solo paso.

Aunque no es creyente, De Botton sugiere recuperar una idea de San Agustín: en la vida no hay perdedores, hay desafortunados. Muchas personas que hacen todo el mérito posible pero no son tocados por la Diosa Fortuna. Piensen un segundo y verán que los conocen: parientes, amigos, conocidos del barrio; no tuvieron suerte, hicieron las cosas bien menos en ese detalle que hubiese cambiado todo y entonces les va mal. Empiezan y tropiezan, explican y empeoran, no tienen suerte, punto. Y la política debe ocuparse de ellos. Para ello no hay que estar buscando quién es el culpable ni por qué no hizo todo lo que podía hacer.

Salirse de la meritocracia y salirse del resentimiento es escapar de la misma matriz. Aunque parezca antagónico, es el mismo movimiento. Realizando el primero, abandonas la idea de que los logros son solo tuyos. Te enfocas en el entramado que hizo posible lo que sos, te concentras en la gratitud y en lo inconmensurable de lo que hemos recibido como legado. Escapas a esa lógica del “hacerse de abajo” o de “hacerse de arriba”. Qué más da, en los dos casos hay que hacerse.

En el segundo movimiento, rehúyes de la idea de que todo lo recibido está anclado en una injusticia por la que alguien debería pagar. Leer la historia solo como explotación de víctimas no ayuda a resolver los daños que pueden ser resueltos. Salir de esa lógica, y ver las mejoras posibles, ver el pasado como enseñanza y no como cloaca, es un camino políticamente más relevante. Entiendo que parece un poco naif, pero es más concreto que nadar en el odio, rencor, ira y prejuicios en el que nadan las emociones resentidas.

El resentimiento por no tener lo que crees que mereces, es idéntico al resentimiento de creer que mereces lo que tienes. Ambos comparten una lógica de pensamiento que ha hecho mal a la política desde la Revolución Industrial hasta nuestros días. Ha inoculado un veneno que dificulta la tarea de justicia y libertad inherente a la actividad política.

Quizás sea este el principal desafío de la nueva generación de políticos: entender que hay un cambio espiritual por delante que tiene que ver con minimizar los sentimientos resentidos para hacer florecer visiones más entusiastas de la vida colectiva.