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    El fanatismo del fútbol en Uruguay (II)

    Sr. Director:

    , regenerado3

    Este artículo no tiene como objetivo lo estrictamente futbolístico

    Soy hincha de Nacional desde que tengo uso de razón. Nos alegramos y “sufrimos” con el bolso. Desde niño. Épocas pasadas en las que íbamos al fútbol juntos y a la misma tribuna en el clásico hinchas de Peñarol y de Nacional y así fue durante muchos, muchos años. Hasta que todo cambió...

    Me tocó ver y reconocer, además de grandes equipos de Nacional, también a grandes equipos de Peñarol.

    ¿Y cuál es el problema? Porque desde pequeño aprendí —y no solo en lo futbolístico— la diferencia entre fanatismo y pasión. El fanatismo, en cualquier actividad de la vida, nos lleva por muy mal camino y las consecuencias pueden ser —son— muy malas. Y también en lo futbolístico. El fanático se transforma en un ser irracional. Violento. Y luego pasa lo que pasa. Y no se arregla solo con castigos, sanciones o cámaras electrónicas, aunque todo esto lamentablemente sea necesario. Es en primer lugar y como tantos otros, un tema educativo. ¿Educación en qué sentido? En el sentido de que desde chicos —y con más razón ya que el fútbol es parte muy importante de la cultura del país— hay que educar al niño en el sentido de que el fútbol es ni más ni menos que un deporte, que sin duda se juega no solo para competir sino para ganar, pero que con tal de ganar “no vale todo”, que el fin no justifica los medios y que el ocasional rival no es un enemigo sino simplemente un adversario deportivo.

    Y si es mejor y gana en buena ley, debemos reconocerlo. Con hidalguía.

    Sea cual sea el rival. Ya sea local o internacional, club o selección.

    Defensor se coronó campeón del apertura y es justo. Y sí. ¿Cómo no reconocerlo?

    Aprendamos de una vez que en este deporte —como en todos, aunque este es, ciertamente, el más popular— se gana y se pierde. Hay que saber ganar y hay que saber perder. Y el equipo que ganó, además de su temperamento, clase y personalidad, no ganó por tener “el ceño fruncido, dar una primera patada o no levantar al contrario cuando se cae” (no me importa quién lo haya dicho o escrito, me provocó mucha vergüenza). Defensor ganó a ley de juego, con muy buenos jugadores, con un buen equipo, yendo a todas las canchas. Le ganó a un grande y debió ganarle al otro.

    ¿Que tuvo la suerte del campeón? Probablemente. ¿Y?

    Viene de una gran racha. Tiene una gran cantera, grandes formativas. Es una gran institución.

    ¿Cuál es el problema en admitirlo? La pena y la rebeldía que uno seguramente tiene por eso de “tanto nadar y morir en la orilla”, por el “bolso” que uno lleva adentro, no puede dejar de reconocer las virtudes del rival, en este caso Defensor.

    En las barbaridades y groserías que se dicen (en un montón de cosas, en este caso me refiero al fútbol) las redes sociales han “igualado” a todos. Y muchas veces para mal.

    Cultos e incultos, sabios e ignorantes, da igual. Chanzas, bromas, son tan viejas como el fútbol mismo. Deberían ser con límites. No siempre lo son. Pero el tema de los “improperios futbolísticos”, de las groserías e insultos, producto muchas veces de no saber perder, o de no saber ganar, es “capaz” de expresarlo en las redes sociales tanto alguien que no terminó sus estudios como un universitario, tanto un ignorante como un profesional. Lamentable.

    Porque además, todo eso va enrareciendo el clima para lo que vendrá.

    No siempre hay que resignarse a la derrota.

    Pero hay que aceptarla y asumirla cuando la misma es justa.

    Y en caso de que no sea justa —muchas veces pasa— hay que asumirlo también. Sin dramatismo.

    Por sobre todo, marquemos la diferencia entre fanatismo y pasión.

    A los amigos hinchas de Defensor las felicitaciones. A su presidente, Cr. Daniel Jablonka, también.

    El sábado pasado, en una jornada simultánea con vaivenes para el infarto (donde quedó demostrado lo maravilloso y emotivo que puede ser el fútbol), finalmente el cielo se tiñó de violeta.

    Y está bien. Porque fue el mejor.

    ¡¡Salud, Defensor campeón!!

    Lic. Rafael Winter