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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHago referencia a la columna de Carmen Posadas en revista Galería del jueves 2 de noviembre pasado. En la misma la columnista explora la fascinación y vigencia del “género” Jane Austen (denominación muy acertada), aun en versiones más banales, livianas, y de peor calidad que los textos originales. Posadas también hace referencia a Agatha Christie en el mismo sentido y, en general, a “los clásicos” cuando hace referencia a Shakespeare o Cervantes. Aquello que el crítico Harold Bloom llamó “el canon”, una élite muy restringida de autores que dejaron su huella indeleble en la literatura universal.
La tesis de la columnista es que el público aprecia obras en que los “valores y buenos modales”, la “estima o respeto propio”, o “el decoro”, que “es, simplemente, generosidad hacia otras personas”. Tan es así que me gustaría sumar un ejemplo adicional en otro género, las series, que resulta de una sutil mezcla entre Jane Austen y Agatha Christie con el aditivo de los grandes temas del mundo moderno. Me refiero a la serie inglesa Downton Abbey, autoría de Julian Fellowes.
El creador y alma mater de la serie ya había incursionado en el tema de los vínculos entre aristocracia y servidumbre en Gosford Park de Robert Altman, en 2001. La magistral película sirvió de base para la serie. En lugar de focalizar en un crimen con muchos personajes bajo un mismo techo, como hacía Agatha Christie, Fellowes decide, en la serie, narrar varias historias simultáneas y entrelazadas bajo un mismo techo: Downton Abbey, una imaginaria mansión en el norte de Inglaterra. Fellowes admitió en una entrevista haber tomado el recurso de la serie ER, en la cual varias historias transcurren en un hospital público en Chicago. De ese modo atiende múltiples audiencias.
El éxito de la serie es indiscutido. Las dos secuelas en forma de largometraje, muy inferiores a la serie (lo cual demuestra las fortalezas y debilidades de cada género), lo demuestran. Obras de su misma autoría como An English Game (2020) o The Gilded Age (2022) refuerzan el impacto de la obra original, Downton Abbey: la “receta” funciona y la audiencia sigue ávida de valores tales como “la cortesía, sea aprendida o intuitiva”, que es “tan deseable como insustituible”.
Downton Abbey supone enfrentar grandes dramas de la vida moderna, ubicados en el nacimiento de la modernidad, con ese espíritu de cortesía y decoro a los que Carmen Posadas hace referencia. La serie es por momentos truculenta, violenta, hasta brutal, pero estas realidades más sórdidas conviven, como patrones y sirvientes, con el humor, el amor, el desencanto, los sueños, el heroísmo y otros tantos sentimientos idealistas y nobles. Siempre me ha fascinado cómo el guion hace transitar a los personajes sus peores dramas sin perder el respeto entre sí.
Jane Austen y Agatha Christie encontraron en Fellowes un creador que pudo trabajar el material original y crear una obra nueva, un género en sí mismo. El suspenso y el misterio, el ingenio y los buenos modales, las intrigas y los finales felices parecen mantener vigente esa tendencia de la humanidad a “regirse por normas” más que “a no tenerlas” en absoluto. Simbolizan nuestra civilización, pero no obnubilan nuestra capacidad de conocer nuestra peor condición.
Ianai Silberstein
CI 1.412.860-4