N° 2047 - 21 al 27 de Noviembre de 2019
, regenerado3N° 2047 - 21 al 27 de Noviembre de 2019
, regenerado3Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn algún momento de la tarde del lunes veo que en Twitter el actor Robert Moré acusa al también actor Diego Delgrossi de ser un topo comunista metido en el corazón del Partido Colorado. Delgrossi, por su parte, retruca recordando la conocida relación de Moré con la CIA y la ultraderecha. El intercambio crece y aparecen “pruebas”: una foto de Delgrossi vestido con gorro ruso (con estrella roja y orejeras) posando en una esquina con la bandera de la hoz y martillo; también una foto de Moré, de pie detrás de Pacheco y Bordaberry. Luego aparecen “testimonios” de conocidos de ambos, recordando sus antecedentes ideológicos encubiertos. Según esos testimonios, Moré lee libros fascistas y Delgrossi oculta sus feroces antepasados tártaros (hay fotos que lo prueban).
Primero algunos contestan en serio, indignados: si tiene pruebas de lo que dice, muéstrelas, solicita uno. “Son todos fachos”, dicen otros. Y también su espejo, “son todas focas”. Durante un rato largo muchos más se indignan y lanzan comentarios virulentos. Pero después la trama se hace visible y la sátira queda expuesta, por lo menos para la mayoría: Moré y Delgrossi cruzan roles (Moré es frenteamplista y Delgrossi colorado, ninguno lo esconde), enloquecen a sus personajes de Guerra Fría y los llevan al límite, al absurdo. Con eso logran poner de manifiesto lo ridículo que puede ser el centro de ese malestar que venía impregnando nuestras relaciones en esta campaña que resultó feroz. Ese malestar que venía de lo no dicho, de lo que solo se manifestaba a través de comentarios tan superficiales como agresivos, hasta que comenzó el chiste.
Un chiste que, quién sabe, podría estar inaugurando otro uso distinto de Twitter, un poco como ocurrió con la historia de misterio que contó el español Manuel Bartual en esa red en 2017. Esto es, usar el medio para hacer ficción de la buena y difundirla a través de la plataforma. En cualquier caso, una buena sátira que aún sigue, ya que siguen apareciendo “testimonios” y “pruebas” del doble juego al que se prestan Moré y Delgrossi. Es también una gran idea en tiempos difíciles para el humor. Como dijo con razón alguien en la red, en estos días ásperos es casi un servicio público.
No sé si la intención original era exponer cuán absurdas resultan algunas de las acusaciones que los hinchas de un candidato y otro se tiran en las redes. En todo caso, esa es una de las cosas que queda en evidencia. Además, también queda claro que estirando apenas un poquito esa lógica de combate, dos comediantes expertos pueden generar una pequeña revolución cómica en medio de un campo minado. Porque, que nadie lo dude, la campaña electoral a poquísimos días del balotaje es un verdadero campo minado. El intercambio entre los dos actores muestra, finalmente, que cuando se tiene calidad y ganas (entre los dos han subido una docena de videos y otras tantas fotos truchas), el humor puede resultar un auténtico bálsamo, un relajante mental, una forma de aflojar la presente contractura política.
Mal que le pese a los agelastas (del griego a???at?? —agelatos—, que quiere decir “triste”, y del latín agelastus, que quiere decir “el que nunca se ríe”), ese es uno de los papeles centrales del humor: hacer reír satirizando asuntos de la vida real. En este caso, las posiciones políticas exacerbadas y virulentas que viene provocando esta infinita campaña electoral. “La caricatura es un acto ‘irreverente’, que traduce la libertad de aquel o aquella que se niega a dejarse impresionar por la autoridad, por las convenciones, el estatus (...). Es forzosamente ‘herética’. Incluso cuando sobrepasa los límites, obliga a reflexionar y abre el debate”, dice el político francés Daniel Cohn-Bendit, y agrega: “No es casual, por otro lado, que los caricaturistas sean sistemáticamente perseguidos por los regímenes tiránicos”.
El humor es siempre libertad. Por eso los rígidos, los serios, los bobos solemnes, los que se pierden en la nube simbólica y creen que un chiste equivale a un acto, se escandalizan cuando el humor se mete con su tótem, sea este cual sea. Es precisamente el carácter desacralizador del humor el que nos proporciona la libertad de reírnos de todo, incluido aquello que dos minutos antes nos tenía tensos y de ceño fruncido. Esa capacidad de quitarle lo solemne a lo que, nos dicen, es importantísimo, es lo que hace valioso al humor.
Por eso el gesto de Moré y Delgrossi es al tiempo descrontracturante y valiente: se atreve a pararse, munido de un puñadito de fotos truchas y un montón de ironía, en medio de una marejada de opiniones que se balancean entre el exitismo y el aroma de la derrota. Y que, así como no quiere la cosa, viene arrasando vínculos con su pasión única, y anulando cualquier eventual riqueza espiritual que como comunidad amagáramos tener. Lo de Moré y Delgrossi equivale a, como decía aquella frase, ir a la guerra con un casete de Pimpinela, pertrechados solo con su humor en un caldo electoral que huele un poco mal y tiene un gusto un poco peor aún. Por suerte las elecciones son cada cinco años: no creo que la sociedad uruguaya resistiera un estado de elección permanente.
Como bien apunta el filósofo español Rafael Núñez Florencio: “Toda caricatura o, mejor, una buena caricatura, es o debe ser siempre un desafío: un desafío al poder, a las autoridades establecidas, a las pautas habituales, al mero conformismo. Por ello adopta la forma de irreverencia, es decir, no solo se resiste a plegarse ante lo establecido, sino que lo pone en solfa. De ahí que, aunque pueda parecer en principio lo contrario, la sátira es un arma poderosa”. El humor es una herramienta de la política tan privilegiada como casi en desuso. Porque, a no confundirse, lo de Moré y Delgrossi es política. No es política partidaria, claro. O más precisamente, es una sátira de la política partidaria, una que lleva los clichés al absurdo y que nos expone a nuestras contradicciones por esa vía. No es una sátira que respete las consignas partidarias, más bien tiende a subvertirlas, a pulverizarlas, a desactivarlas por la vía del humor.
“Es mucho más difícil hacer un chiste sobre el Papa que sobre un sujeto como Trump, pero siempre será más agradecido un buen chiste sobre el primero que sobre el segundo. El humor se viene arriba con las dificultades. Cuanto más serio, solemne y sagrado es algo, más siente el humorista la tentación de usar el aguijón”, nos recuerda Núñez Florencio. Por eso los totalitarios de todo signo reniegan del humor: los pone incómodos, los confronta con su rigidez, con la poca maleabilidad de sus ideas. Por eso suelen ser esos totalitarios los primeros en pedir límites para el humor. Y también en dar el paso dos en el proceso de censura: pedir límites para las ideas. Justo por eso, bienvenido sea el humor en la campaña, era tan necesario como el agua en el desierto. Porque gane quien gane, seguiremos viviendo y riendo juntos.