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    El instrumento

    La interpelación del senador blanco Jorge Larrañaga al ministro de Economía, Danilo Astori, mereció titulares más o menos así: “El Parlamento respaldó al ministro de Economía” o el “Senado dio por satisfactorias explicaciones de Astori”. Con algún agregado como que fue “con los votos a favor del Frente Amplio”. Y sí, y con los de la oposición en contra.

     La gente no se enteró de mucho más que eso.

     ¿Alguien pensaba que iba a pasar una cosa diferente? Esos títulos podían estar listos desde el día anterior al evento y además sirven para la próxima interpelación. Desde hace más de una década el sistema funciona así. Lo mismo pasa con las comisiones investigadoras, no caminan. Y cuando hay una excepción, es por derivación de un problema interno en el partido de gobierno. Pero ni soñar con una censura al interpelado y menos que el ministro renuncie. Que se vaya, como le reclamó Larrañaga a Astori.

    En concreto el partido de gobierno funciona como partido único, está en su esencia y en su doctrina, y mientras tenga mayoría actuará así, en todo lo que pueda. Y para lo que no pueda conseguirlo, buscará la fórmula y los instrumentos para poder manejar a su arbitrio todo y a todos.

    El mejor ejemplo en cuanto al “instrumento” es la política tributaria, que sin duda es obra de Danilo Astori.

     Luis Lacalle Pou, durante la interpelación, dijo que el ministro faltaba a la verdad. Esto es, le dijo que mentía, lo que no fue aceptado y rechazado por Astori. Este, con ese tono como cansino, entre paternalista y profesoral, dijo que su esperanza es que esta corrección fiscal sea suficiente y que no haya que volver a hacer otra. “La realidad nos deja mal parados”, pero “no hubo intención de mentir y fue de buena fe”, indicó el ministro.

    “Cuando dijimos que no iba a haber más impuestos era que no queríamos poner más impuestos pero la realidad cambia y nos obliga a nosotros a cambiar”, insistió Astori ante los senadores. Algo como aquello de que “así como te digo una cosa te digo la otra”, aunque más resumido en este caso, y sin echarle la culpa a la realidad.

     Cuando en el primer gobierno de izquierda Astori comenzó con su reforma tributaria —el instrumento—, la que va aplicando e imponiendo a fuego lento, como quien va cocinando al sapo, nos dijo que lo moderno y lo que se hacía en EEUU, por ejemplo, era aplicar el impuesto a la renta, a los ingresos, pero paralelamente se quitaría el impuesto al patrimonio. Se pasaba a gravar lo que se gana y no lo que tiene. El doble gravamen no es racional ni equitativo. Al que ahorra, invierte, no es justo que se le grave dos veces. Esto es, si uno se gasta todo lo que gana en las carreras, no paga más nada. Lo que no es razonable es que a aquel que destina una parte del ingreso a hacerse una casita o dos o tres, se lo vuelve a cobrar un impuesto (además contribución inmobiliaria, enseñanza primaria, alumbrado y salubridad). Que se lo castigue por guardar, por no consumir, por generar trabajo. Finalmente el impuesto al patrimonio no se derogó, pero solo se mantuvo como dato testimonial, con una tasa simbólica del 0,1%. Sin embargo, con el avance de la reforma y el paso del tiempo, hoy las tasas del impuesto al patrimonio van del 0,7 al 1,5 (con montos imponibles siempre actualizados). Y en estas horas, además, en filas del partido de gobierno ya se comienza a hablar de un nuevo aumento de ese impuesto.

    Decididamente en este caso, la realidad lo ha dejado muy mal parado el ministro.

    Hay más casos sobre ese divorcio entre la realidad y lo que se dice o anuncia. Tomemos uno más reciente: el proyecto de ley de flexibilización del secreto bancario, por ejemplo. Se nos dijo desde el Ministerio que la norma sigue las indicaciones, recomendaciones u órdenes de la OCDE. Sin embargo, la realidad dice que eso no es así. Que va más allá de lo que la OCDE reclama. Esta exige el conocimiento automático de los datos de las cuentas en bancos de un país, de aquellas personas que no residen en ese país. Y eso estará bien o estará mal, y es discutible, pero tiene sentido común. El fisco alemán quiere saber cuánto tienen depositado en bancos del exterior los alemanes que viven en Alemania, para cotejarlo con sus respectivas declaraciones juradas. Y hasta ahí: nada de pretender tener automáticamente y a la orden los datos de las cuentas de alemanes que ya no residen en Alemania y mucho menos la de los ciudadanos residentes.

     Al gobierno uruguayo se le fue la mano, envió una ley para eliminar el secreto bancario, que no es lo que reclama la OCDE. Es un avance grande del instrumento —una especie de Leviatán hambriento y con superpoderes— y un retroceso mayor aún de nuestros derechos y libertades.

     “No acepto que digan que perdimos el control”, dijo el ministro enfáticamente en el Senado, y en esto sí, sin duda, no faltó a la verdad y se ajustó estrictamente a la realidad: cada vez nos tiene más controlados.