El medio vaso roto

El medio vaso roto

La columna de Andrés Danza

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Nº 2119 - 22 al 28 de Abril de 2021

No todo es relativo. La realidad no lo es y siempre se termina imponiendo. Se la puede denominar como destino, como mandato del tiempo, como circunstancia predeterminada, como conjunción de fuerzas o de muchas otras maneras, pero la conclusión siempre es la misma: mandan los hechos. En lo que puede haber diferencias —y muchas— es en cómo las distintas personas asumen esos hechos o atraviesan por ellos. Ahí sí que todo se hace relativo. Una pandemia mundial, para poner el ejemplo actual, no se puede evitar, al igual que tampoco se puede apagar el sol o secar la lluvia. Las variantes surgen en cómo enfrentarla.

Es entonces que adquiere una importancia central, casi tan relevante como la misma realidad, aquello del medio vaso vacío o el medio vaso lleno. Las formas de abordar la pandemia, siguiendo con el ejemplo, son muchas y, aunque casi ninguna sea muy efectiva, tiene más chances aquel que actúa que el que permanece de brazos cruzados. La visión más positiva, el optimismo cuando no es desmesurado y el asumir el desafío y caminar hacia delante aumentan las posibilidades de éxito, aunque sigan siendo remotas. Por eso, ante una situación angustiante, individual o colectiva, siempre es preferible ver el medio vaso lleno.

Uruguay atraviesa estas semanas uno de los peores momentos de la pandemia de coronavirus. No está solo, hay decenas de países que ya vivieron o están viviendo situaciones similares. Cada uno ha hecho lo suyo. Algunos prefieren la versión optimista, otros la pesimista y otros ir por el camino del medio. Pero aquí el problema es otro. Lo que prevalece no es ni el medio vaso vacío ni el medio vaso lleno: es el medio vaso roto.

La rotura, que se hizo mucho más profunda y visible en este último año con la emergencia sanitaria, responde a una crisis de confianza, ya casi insostenible. Son muy pocos los que conservan la capacidad de confiar en los demás en la penillanura levemente ondulada. Una vez perdida la confianza, la consecuencia inmediata y lógica es el deterioro del respeto hacia los otros. Y sin respeto es imposible pretender que todos sumen sus esfuerzos para avanzar o al menos poder salir de una situación complicada. Termina imponiéndose la competencia innecesaria y el “sálvese quien pueda”.

Y los ejemplos son demasiados.

Ocurre con los científicos cuando son acusados de ser en su mayoría de izquierda, solo por realizar advertencias al Poder Ejecutivo sobre la complicación en Uruguay de la pandemia. Es cierto que eso no involucra a todos y que a los tres principales integrantes del Grupo Asesor Científico Honorario todavía los respetan. Pero no así a los que trabajan para ellos, como si fueran entidades independientes.

Ocurre con los médicos cuando cuentan que están agotados y que el sistema de salud está al borde del colapso y son señalados como desestabilizadores del gobierno. Vale aclarar que algunos de ellos sí persiguen objetivos políticos, pero la mayoría no, y sin embargo no son tenidos en cuenta, porque hay muchos que ya no confían en sus palabras.

Ocurre con las empresas encuestadoras cuando difunden trabajos de opinión pública que dan altos índices de aprobación al presidente Luis Lacalle Pou y algunos cuestionan su profesionalismo. Lo mismo pasa cuando los apoyos elevados son para los intendentes del Frente Amplio. Confían solo cuando les conviene. O dicho de otra forma mejor: no confían. “No crean en ninguna encuesta en las próximas semanas. Salvo Factum y Radar, están todas ‘tocadas’ por el aparato de comunicación del gobierno”, escribió en Twitter hace unos días el comunicador Gerardo Bleier, reflejando un sentir demasiado extendido en los ambientes dicotómicos uruguayos. Bleier no es el dueño de la culpa, es solo un ejemplo de uno de los bandos.

Ocurre con los gremios de empresarios y con los sindicatos de empleados cuando esporádicamente procuran realizar planteos en forma paralela a sus ideologías, pero la mayoría de las personas no les creen y los asocian en forma inmediata a la derecha o a la izquierda. También ocurre entre ellos. El dirigente empresarial no confía en el dirigente sindical y viceversa, lo que genera una gigantesca tranca a cualquier tipo de avance o desarrollo conjunto.

Ocurre con los periodistas cuando son catalogados de oficialistas u opositores por el simple hecho de cumplir con su obligación de informar u opinar sobre cuestiones de actualidad. Un periodista no informa o cuestiona por una preferencia partidaria, sino porque esa es justamente su función. Y más cuando los involucrados son funcionarios públicos, desde el presidente de la República hacia abajo. Pero la mayoría no lo entiende, porque ahí también está fallando la confianza.

Ocurre con los políticos cuando son incapaces de acordar una política de Estado ante una pandemia atroz, que en Uruguay causa decenas de muertos por día y arrasa con todo lo que esté a su alcance. Les cuesta demasiado sentarse alrededor de la misma mesa porque no se tienen confianza. Es cierto que esta semana hubo un avance significativo al reunirse el presidente con los tres intendentes del Frente Amplio. Pero también es muy sintomático el hecho de que Lacalle Pou hable con ellos, pero tenga el diálogo absolutamente cortado con Javier Miranda, presidente del principal partido de la oposición.

Ocurre con la enseñanza, donde hace mucho tiempo que la confianza voló en mil pedazos. Se van sumado los gobiernos de distintos colores y no logran realizar los cambios necesarios porque los sindicatos siempre están en la vereda de enfrente y no confían en nadie ni nadie confía en ellos. Pero no solo por eso. Las autoridades tampoco confían en la mayoría de los docentes ni los docentes en las autoridades, ni tampoco en los padres, que también miran con recelo a los docentes. Mientras, sufren los niños, que cada vez reciben una formación más deficiente. Pero a casi nadie importa que ellos sean los principales perdedores por una sencilla razón: no integran ninguno de los bandos, y eso no genera ninguna confianza.