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    El mensaje presidencial

    N° 1909 - 09 al 15 de Marzo de 2017

    Una sabia tradición republicana indica que al final de cada año de su mandato o del comienzo del nuevo año legislativo —en Uruguay ambos hechos son casi coincidentes en el tiempo— los presidentes rinden cuentas a sus conciudadanos —y mandantes— sobre la gestión del período cumplido y anuncian los propósitos en que aplicarán sus energías en lo que resta del mandato.

    Tal tradición sugiere que esa rendición de cuentas debe ser hecha ante el Parlamento, que es la institución que sintetiza la representación y la opinión de la ciudadanía, sea a través de una presentación personal, Mauricio Macri acaba de hacerlo en la Argentina, o mediante un mensaje dirigido a la Presidencia de la Asamblea General.

    No fue ese el camino seguido la semana pasada por el presidente Tabaré Vázquez. Quizás porque, consciente de que su popularidad y la de su gobierno cotiza a la baja, prefirió confiar en su “habilidad retórica” y en su “carisma personal” para dirigirse directamente a través de la cadena de radio y televisión a sus compatriotas.

    La producción del mensaje supuso un notorio esfuerzo por aligerar con imágenes, gráficos, y hasta con cambios posicionales del expositor, lo que sería –e inevitablemente fue en estos tiempos de zapping y touch and go— un alegato extremadamente extenso (41 minutos). ¿Nadie de su entorno advirtió al presidente del riesgo de abrumar a la teleaudiencia con un speech tan extenso?

    Pese a ese esmerado armado y trabajo de edición, aun para quienes estaban interesados en escuchar al mandatario, su pieza oratoria reflejó una inocultable parcialidad. No solo por su previsible optimismo, por su mensaje esperanzador, sino sobre todo por las cuestiones que olímpicamente omitió. (1)  

    No es una novedad que las estadísticas suelen ser presentadas —manipuladas— a gusto de cada expositor. No sería Vázquez el primer gobernante tentado a presentar cifras que convienen, y cómo convienen, a sus intereses políticos. Al fin y al cabo ese sería un cuestionamiento menor.

    Lo verdaderamente grave es que para Vázquez —y no es la primera vez que lo hace, como así también para tantos otros dirigentes frenteamplistas— la historia del Uruguay parece comenzar en marzo del 2005 cuando el Frente Amplio (FA) llegó al poder y él asumió la Presidencia.

    Todas las comparaciones estadísticas que presentó, mejora del salario real, de las jubilaciones, del nivel de actividad, de la recaudación fiscal y del comercio exterior; disminución de la pobreza, aumento de la inversión en educación, en salud, en planes de asistencia a los sectores más desvalidos de la población, aun siendo ciertas, todas refieren a resultados obtenidos durante los gobiernos del FA.

    Sorprende que el presidente haya destacado como una novedad que la Cepal nos considere, como lo viene haciendo hace décadas, “como el país con mejor distribución de la riqueza en la región y como uno de los países con menor índice de pobreza e indigencia de toda América Latina”.

    No es un hecho menor que todas sus comparaciones estadísticas, todos los gráficos presentados, hayan tomado como referencia el año 2005 cuando el país comenzaba a recuperarse de la tremenda crisis económica vivida tres años antes, en gran medida consecuencia del fin de la pesificación del dólar y del posterior default argentino de fines del 2001. Tampoco resulta menor que, al referirse a la mejora de esos indicadores, deliberadamente se haya omitido que durante esa “década dorada”, los gobiernos frentistas, como todos los de la región, se beneficiaron de un excepcional período de bonanza caracterizado por el boom de los precios de las materias primas y del ingreso de capitales extranjeros.

    O que haya “olvidado”, y no en mérito a la brevedad del mensaje, que los gobiernos del FA aprovecharon decisiones e instrumentos a los que el FA se había opuesto radicalmente (ley de puertos, régimen de zonas francas, nuevo marco energético, acuerdo de protección de inversiones con Finlandia, autorización concedida por el gobierno de Batlle a la instalación de la planta de Botnia, etc.).

    El mensaje presidencial excedió largamente el objetivo institucional enunciado para convertirse en algo muy diferente: un alegato político partidario y una injustificable desviación de poder.

    En su presentación Vázquez volvió a insistir en la importancia de conservar el “grado inversor”, lo cual en la situación actual —un déficit fiscal en torno a 4% del PBI (3,7% según el último registro oficial conocido) y un endeudamiento que crece para poder afrontar el elevado gasto público— no es un asunto irrelevante,  porque refiere al descontrol del gasto durante el gobierno de su correligionario José Mujica.  

    Al aludir a la próxima discusión de la ley de Rendición de Cuentas reclamó a los actores políticos “seriedad” y “responsabilidad” y remarcó que “no hay que desvelarse tanto por las próximas elecciones y hay que pensar más en las próximas generaciones”.

    Dicho así, al pasar, el planteo pudo ser leído como un llamado a la oposición que en los últimos tiempos se ha envalentonado y aumentado los decibeles de sus críticas a la luz de notorias y sucesivas desprolijidades, incompetencias en el manejo de los recursos públicos y situaciones que se sitúan en la frontera de la ilegalidad y el delito pero que, indudablemente, resultan poco éticas.  Han sido tantos los casos que ni siquiera es necesario mencionarlos.

    En realidad, el llamado presidencial a actuar con “seriedad” y con “responsabilidad” no estaba dirigido a la oposición, que no solo no reclama aumentar o crear nuevos impuestos sino que reclama bajar el gasto público.  El llamado, como el efectuado a no “desvelarse” tanto por las próximas elecciones, pareció más bien dirigido a los legisladores de algunos sectores frenteamplistas que en estas últimas semanas se esfuerzan en imaginar nuevos impuestos o en quitar exenciones impositivas a fin de poder contemplar las demandas promovidas por sindicatos o sectores sociales y políticos afines. Seguramente en la esperanza de congraciarse con ellos y obtener réditos políticos.

     El discurso presidencial fue acompañado por una protesta promovida en días y horas previas a través de las redes sociales. Una protesta originada en la etapa final de la dictadura, cuando los militares no parecían resignarse a volver a los cuarteles.

    Frente a un gobierno legítimamente constituido que respeta el Estado de derecho y las formalidades democráticas, este tipo de protestas polariza las opiniones y ensombrece el futuro. La mejor forma de protestar en democracia, la más efectiva, la única que no puede ser discutida, es la decisión de cada ciudadano cuando deposita su voto en la urna.

     

    (1) La versión publicada por la página web de la Presidencia de la República es una versión abreviada —y atenuada— de la alocución televisiva.