N° 2045 - 07 al 13 de Noviembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl principal eslogan contra la reforma constitucional promovida por el senador blanco Jorge Larrañaga, denominada Vivir sin Miedo, fue “El miedo no es la forma”. Esa frase fue repetida hasta el cansancio en actos políticos, movilizaciones, pintada en cuanta pared se encontraba disponible e impresa en calcomanías, remeras, pañuelos, gorros y todo tipo de objetos.
Los que más la pronunciaron fueron los integrantes del Poder Ejecutivo y los dirigentes del Frente Amplio, que luego festejaron en forma pública que la reforma no fue aprobada, aunque por escaso margen. Sin embargo, nada o poco parecen haber aprendido de ese eslogan al que tanta importancia dieron.
Tampoco muestran haber registrado la poca efectividad que tuvieron en el pasado los “cucos” que desde los partidos históricos uruguayos utilizaron contra ellos. Decían, entre otras cosas, que si el Frente Amplio accedía al poder, se iban a llevar los niños a Rusia, no pagar la deuda externa, expropiar las grandes empresas, la banca y la tierra. La mayoría de los uruguayos consideró infantiles esas advertencias y la coalición de izquierda logró llegar al gobierno.
Hoy, 15 años después, es desde esa fuerza política que están recurriendo a los viejos “cucos” y fantasmas como forma de tratar de revertir una elección que a priori les es desfavorable. Ahora son ellos los que se refieren a un posible ajuste fiscal, a la caída de la “agenda de derechos” y de los Consejos de Salarios y a la pérdida del poder adquisitivo de la clase media si gana la oposición, como intento para tratar de llevar agua para su molino electoral.
Quizá el hecho más claro de esa estrategia fue el protagonizado por la vicepresidenta, Lucía Topolansky, que vaticinó “una enorme movilización social” si Luis Lacalle Pou gana las elecciones y remite al Parlamento el proyecto de ley de urgente consideración, que es uno de los pilares de su campaña.
Topolansky, que en las elecciones nacionales del 27 de octubre fue reelecta como senadora por el Frente Amplio, puso en duda —en diálogo con la agencia de noticias Sputnik— que la coalición formada por los partidos opositores (Partido Nacional, Partido Colorado, Cabildo Abierto, Partido Independiente y Partido de la Gente) “pueda resistir” y advirtió que esto generará “mucha inestabilidad en Uruguay”, “en un momento en que la región está inestable”.
Luego de recibir críticas del Directorio del Partido Nacional y de varios dirigentes de la oposición, Topolansky trató de restar trascendencia a sus palabras y aseguró que no se estaba refiriendo específicamente a la posibilidad de que en Uruguay se produzcan “estallidos sociales” similares a los de Chile.
Pero la amenaza ya estaba en los titulares de todos los medios de prensa y había llegado a decenas de miles de personas. El objetivo de provocar un susto, algo evidente al analizar sus declaraciones, ya estaba cumplido.
Como si eso fuera poco, el Frente Amplio hizo circular un folleto digital entre sus militantes, según publica esta edición de Búsqueda, para que convenzan a los indecisos mediante la vinculación de Luis Lacalle Pou con el gobierno encabezado por su padre, Luis Alberto Lacalle Herrera, al que califica como “el más corrupto de nuestra historia”.
El comando de campaña del oficialismo asegura que la idea es confrontar dos modelos de país distintos y no basar la campaña en ataques a la fórmula integrada por Lacalle Pou y Beatriz Argimón. Pero la realidad se empecina, una y otra vez, en mostrar lo contario.
El problema es que ese es un camino muy peligroso para el Frente Amplio. Sus integrantes más añosos deberían saberlo. Nunca hay que subestimar a los votantes ni tratar de convencerlos con medias verdades. Eso suele tener un efecto contraproducente.
Los propios frenteamplistas lo dijeron: el miedo no es la forma. Las últimas encuestas, posteriores a la primera vuelta, están demostrando que el camino elegido por el oficialismo para mantenerse en el poder no le está dando los resultados esperados.
Pero las consecuencias son mucho peores que la derrota. Lo que pueden estar generando con una campaña basaba en agravios y amenazas es un año entrante muy conflictivo y un aumento trágico de la grieta entre los uruguayos. Deberían ser mucho más responsables, más si se tiene en cuenta que hace casi 15 años que están en el Poder Ejecutivo.
Porque los que protagonizan las disputas y los discursos radicales siempre son los dirigentes, pero los que terminan sufriendo las consecuencias son todos los ciudadanos. El miedo no es la forma. No lo es ahora ni lo será si gana la coalición opositora. Esperemos que, de tanto repetirlo, algo del verdadero significado de esa frase les haya quedado.