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    El nuevo uruguayo

    Allá por el año 1000, hubo en Europa un rey llamado Canuto II (Knut II, simultáneamente rey de Dinamarca y de Inglaterra) a quien llamaban “el príncipe de las mareas”.

    Su apodo viene de un edicto, en el que reguló el movimiento de las mareas y decidió que, cuando subieran, él alzaría una mano y el flujo marítimo se detendría.

    Llevó a su corte a presenciar este fenómeno, y cuando el rey alzó la mano frente al inminente crecimiento de las aguas… el rey terminó empapado. Con este acontecimiento, don Canuto intentó demostrarle a su pueblo que, por más absoluto que fuera su poder, las leyes de los hombres (y de las mujeres también, Tabaré, no te pongas nerviosho, como decía el Néstor) no pueden superar a las de la naturaleza.

    No todos los mandatarios que en la historia han sido, han aprendido las enseñanzas del rey Canuto.

    Alguna vez les he contado las andanzas de un ministro de Federico el Grande de Prusia, un francés llamado Monsieur Beaussobre, que le hizo firmar al emperador dos decretos voluntaristas e insólitos: el que prohibía a la población comer manzanas verdes, para evitar los dolores de barriga, y el que prohibía a los hombres casarse con mujeres de mal carácter. Duraron tan poco estos decretos como el franchute en el cargo.

    Ahora, hic et nunc (aquí y ahora, como decían los romanos) estamos asistiendo a algunas medidas tan insólitas y voluntaristas (y absurdas) como las de este siniestro personaje.

    En cualquier momento ustedes van a ir al súper, y cuando vayan a elegir algunos alimentos (qué algunos, casi todos) verán que ellos exhibirán en sus empaques, bolsas, cajas, o los envases que los contengan, unos ominosos octógonos negros que rezarán leyendas tales como Alto en calorías, Alto en grasas saturadas, o Alto en azúcares. Así, con unas mayúsculas machazas, de esas que ahuyentan y atemorizan al desventurado consumidor.

    Los patrióticos salvadores de la salud popular intervendrán así un poco más en nuestras vidas, siguiendo la firme y determinada política que nos protege del cruel humo del tabaco, de las ingestas exageradas de alcohol. En cualquier momento empieza la campaña publicitaria oficial contra el flagelo inspirador de las bacanales dionisíacas, y habrá que ir a tomarse un whisky en el baño, a escondidas, sin que nadie nos vea.

    En fin, salvo la benemérita marihuana del Pepe, todo lo que nos gusta hace mal, es pecado, o engorda, y, por ende, será prohibido, o limitado hasta el mínimo posible.

    Se comenta en los pasillos de la Torre Ejecutiva, que técnicos de Antel están trabajando en un software que coadyuvará en la intromisión oficial en nuestras vidas, siempre con el supremo propósito de ayudarnos a vivir, mejorar las técnicas invasivas, que les permitirán a las autoridades saber más de nosotros, y de nuestros cada vez menos libres designios.

    El software será de instalación obligatoria en todos los vehículos que circulen en el territorio nacional, y estará conectado a la Gran Central Inspectiva de la Locomoción, que funcionará en la Torre de Antel, piso 26.

    Las ventajas para el usuario del vehículo (que serán promovidas con comerciales en radio, TV y prensa escrita, en una campaña masiva) estarán en la pantalla instalada en su tablero, indicando los niveles de aceite, agua en el radiador, aire en los neumáticos, temperatura exterior e interior, nivel de combustible en el tanque y líquido de frenos, así como la geolocalización, que le permitirá a la Gran Central Inspectiva saber dónde se encuentra el vehículo, con el agregado de una sonorización unidireccional que determinará que los inspectores de la Gran Central puedan escuchar todo lo que se dice dentro de la unidad controlada. Una pequeña cámara incorporada a la pantalla permitirá asimismo ver lo que pasa dentro del vehículo.

    Este servicio se financiará con un impuesto, por supuesto, pero que no será un impuesto, ya que el gobierno prometió (hace años) que no habría más impuestos. Como hay un retorno del servicio que brinda el sistema (los indicadores del vehículo) se le denominará “Tasa de Supervisión Vehicular”, y se cobrará junto con la patente de rodados. Con una pequeña sobretasa de 5%, se podrá lograr un acceso a cierto tipo de información calificada, que podrá dar lugar a diálogos como este: “¿Me querés decir dónde estás, querido, que hace rato que te llamo y no atendés? ¡Claro, mi amor! Estoy en la oficina, en un rato salgo para casa, ¡no sabés la pila de trabajo que me queda todavía! ¡Ah, sí, estás en la oficina! ¡Degenerado! La geolocalización dice que estás en el hotel de alta rotatividad El Placer Infinito, y con esa chirusa atorranta rubia teñida además, los estoy viendo, ¡más te vale que no vuelvas a casa, sinvergüenza!”.

    En las carpetas del Plan Para Saberlo Todo y no Ignorar lo que Hace el Ciudadano, está un proyecto en el que están trabajando científicos de la Facultad de Ciencias, del Instituto Clemente Estable y del Ministerio de Salud Pública, asesorados por técnicos cubanos, consistente en un chip que se le colocaría a cada ciudadano (igual al de los perros, que no caminó porque los investigadores están concentrados en este plan) mediante el cual se podrá conocer la presión arterial, el colesterol, la temperatura corporal, el grupo sanguíneo de todos los uruguayos, así como las inclinaciones deportivas y sus preferencias, su capacidad de reacción frente a estímulos inesperados, sus preferencias político-partidarias, su adhesión a las grandes políticas gubernamentales y su capacidad de frustración.

    El chip permitirá también la geolocalización del ciudadano de a pie, y, por pequeñas descargas electromagnéticas, se le podrán corregir algunas anomalías detectadas, reencauzándolo en la senda del bien.

    En vez de 1984, la obra podría llamarse 2017, y ni Orwell estaría dispuesto a asumir su autoría. Pero me imagino que don Tabaré la firmaría con orgullo y alegría.