El país de papel

El país de papel

La columna de Andrés Danza

6 minutos Comentar

Nº 2215 - 2 al 8 de Marzo de 2023

Millones de hojas. Montañas enteras de papeles. Algunos encuadernados con ganchos o con piolas, otros doblados al medio, otros sueltos, amontonados. Hojas y más hojas clasificadas en casilleros o en carpetas o en estantes o en bibliotecas inmensas. Otras, arriba de escritorios o en mesas largas, interminables, o en estantes colocados sobre paredes altísimas, como si fueran pisos de edificios.

Decenas de casas antiguas, galpones, garajes, construcciones hechas con contenedores o yeso o paredes de ladrillo sin revestir. Todas ellas atiborradas de archivos que a simple vista parecen infinitos, como océanos con aguas turbulentas. Ahogarse es un desenlace casi seguro sin ayuda de los especialistas y una idea muy clara de qué es lo que se busca. En las profundidades hay tesoros pero también residuos y material innecesario, algunos con años fuera de cualquier tipo de contacto con la vida humana.

Así son los archivos del Poder Judicial, al igual que de gran parte del Estado uruguayo. Y no solo. Algunas dependencias educativas, estudios de profesionales, librerías, instituciones religiosas, deportivas, sociales y una larga lista de lugares con mucha historia se mantienen rodeados de cordilleras de papeles que han sobrevivido por décadas y hasta siglos.

En la última edición de Búsqueda se incluye una nota de la periodista Macarena Saavedra muy ilustrativa al respecto. Cuenta que el Poder Judicial acumula alrededor de 20.000 metros cuadrados de archivos, lo que equivale a más de dos canchas de fútbol profesional. Relata además que gasta $ 11,5 millones por año en hojas e impresiones, lo que significa más de $ 30.000 al día, a lo que hay que sumarle otros $ 30 millones anuales en mantener edificaciones utilizadas solo para guardar documentos.

Las autoridades judiciales solicitan más presupuesto para poder instrumentar una digitalización de parte del material con el que cuentan en los archivos pero esa no es una tarea fácil. Además, hay muchos papeles que nadie se anima ni a tocar, por más que su utilidad actual sea muy dudosa. Ya forman parte del patrimonio de un país adicto al pasado.

Lo que ocurre en el Poder Judicial es solo un ejemplo, significativo pero no muy distinto a lo que está pasando en los otros poderes del Estado y también en algunos sitios de la actividad privada. Soltar es algo que no le genera comodidad a la mayoría de los uruguayos, que además son muy desconfiados y entonces necesitan abrazarse al papel como si fuera una garantía de su propia vida.

Es cierto que Uruguay es uno de los países más avanzados en la región con respecto al gobierno electrónico y a la digitalización de muchos trámites pero en cuestiones simbólicas el papel sigue siendo el rey. Las resoluciones importantes del Poder Ejecutivo se firman en papel, los proyectos de ley se distribuyen en papel, los acuerdos, los contratos, las escrituras… imposible que en algún momento no terminen impresas. Aunque sea para guardarlas en el ropero o en una oficina pública o un galpón, las hojas negro sobre blanco siempre están.

Prueba de esa dependencia son los actos eleccionarios, sean los comicios nacionales o municipales cada cinco años o algún referéndum o plebiscito. Para esas instancias se imprimen millones de hojas de votación, por más que se podría recurrir al voto electrónico, que está instaurado con éxito en gran parte del mundo. Es más, muchos ciudadanos optan incluso por llevar sus propias papeletas a las urnas porque no confían en encontrarlas en el lugar de votación. Así se multiplican los papeles como si fueran gotas en una tormenta. Un detalle que dice mucho.

Hay un Uruguay de papel que respira con fuerza y atrapa con su dimensión a casi todos. Lo que ocurre en el Estado es un reflejo de la idiosincrasia de muchos uruguayos, que viven mirando al pasado con admiración y conservan lo producido en otros tiempos como si fuera un tesoro. No son todos pero sí hay una especie de ADN alimentado por una historia que desde niños nos inculcan que fue gloriosa y que hay que respetar como si fuera una especie de deidad. Habría que sumar un quinto elemento al escudo nacional, una especie de reloj con sus tres agujas funcionando en sentido contrario que hiciera referencia a esa fijación en lo que ya fue.

Les ocurre a muchos políticos, que ponen por delante las tradiciones y las viejas ideologías dogmáticas al futuro. Una parte importante de ellos prefiere abrazarse a los discursos antiguos y desde allí solo criticar, sin hacer. No proponen mirando hacia adelante porque viven en el pasado. No entienden la función pública con pragmatismo. Sienten que lo verdaderamente importante es la interminable batalla ideológica que se arrastra desde hace décadas. Y eso no es exclusividad de ningún partido. Políticos así tienen todos. Demasiados.

Les ocurre también a algunos empresarios que toman sus decisiones en función de lo que ocurría años atrás en el mercado laboral y no se dan cuenta de que las nuevas generaciones tienen otras formas de trabajar y desarrollarse. Más todavía, a los sindicatos, que continúan con discursos y reivindicaciones de la revolución industrial, basados en el prototipo de jornadas de ocho horas en una oficina sellando papeles o en una fábrica moviendo una tuerca y en la defensa de algunas tareas que en los hechos ya no tienen razón de ser.

Es importante tener acceso a los testimonios de todo lo que Uruguay fue. También mantener guardado en archivos los documentos importantes a nivel general y personal. El episodio protagonizado por la Universidad Católica y el exministro de Ambiente Adrián Peña en los últimos días es una prueba de ello. Pero el problema es el abuso, es cuando nada se puede descartar por aquella idea de que todo pasado fue mejor y esa acumulación se expande y termina inmovilizando.

A los que tanto les gusta resaltar el pasado, sería una muy buena acción que vayan a buscar en ese papelerío los motivos por los cuales Uruguay brilló en otra época de una manera muy luminosa en la región y el mundo. Se van a llevar una sorpresa que los va a dejar muy mal parados y sin más ganas de seguirse perdiendo entre hojas amarillentas.