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El parricidio estaba servido. Sergio Blanco planteó el tema sin misterios. Que quería hablar del impulso literal y simbólico de matar al padre, de Edipo y ainda mais; que se inspiró en unos muchachos que jugaban al básquetbol en una cancha enjaulada de París; que de ahí lo del protagonista preso, hasta llegar a Martín Santos, nuestro parricida así nombrado en referencia a San Martín de Tours, un muchacho que hace mil setecientos años ya tenía líos importantes con su progenitor.
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Pero no se conformó con poner sobre la mesa esta cebolla escénica e ir sacando capa tras capa, sino que agregó el asunto del teatro. En esta típica producción de Complot, el centro de gravedad no es el drama de este muchacho acomplejado y hostigado por su padre, que lo lleva a enterrarle 21 veces un tenedor, sino cómo logran un autor-director y un actor llevar la truculenta historia al escenario. La metateatralidad es asunto recurrente en estos tiempos, y personalmente me preguntaba si Blanco lograría que esta trama resultara interesante para el público en general. Y vaya si lo logró.
Gustavo Saffores y Bruno Pereyra logran un trabajo asombrosamente natural y creíble. Uno habla como habla un intelectual, con la parquedad justa de un escritor que dosifica con mucho cuidado sus emociones ante sus dos interlocutores, un tipo que sabe lo que quiere de los demás y oculta su expresividad según su conveniencia, para lograr sus objetivos con ambos. El otro se desdobla en dos con la maestría de un veterano: convence como el plancha preso, pica la pelota como un basquetbolista de veras, usa los modismos callejeros actuales. No se los aprendió, los conoce. Hace click y se convierte en un actor principiante e inseguro, un buenas noches voluntarioso que a los tumbos aprende a ponerse en la piel de un homicida. Blanco describe muy bien los vínculos de poder y dominación entre los personajes y usa el afuera-adentro de esa jaula como elocuente herramienta narrativa.
Miguel Grompone, desde la consola, es el tercer actor: maneja la pantalla dividida en seis para mostrar lo que sucede dentro y fuera de escena, contextualizar el relato e ilustrar en tiempo real la multiplicidad de puntos de vista.
Blanco dirige con sentido común, en las antípodas de la sobreactuación afectada, y logra imponer un fresco despojado de eufemismos, adjetivos y obvias moralejas, con la pincelada certera de humor para lograr un espectáculo profundo, entretenido y atrapante, que bien podría tener una secuela.
“Tebas Land”, de Compañía Complot. Texto y dirección: Sergio Blanco. Escenografía, vestuario y luces: Laura Leifert y Sebastián Marrero. Sala Zavala Muniz. Viernes y sábados, 21 h.; domingos, 19 h. (hasta el domingo 18). Duración: 90 minutos.