N° 1940 - 19 al 25 de Octubre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl pasado 5 de octubre, el periódico The New York Times presentó el resultado de una profunda investigación sobre más de dos décadas de abuso sexual, acoso y violaciones por parte del poderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein; cinco días después, la revista The New Yorker hizo pública otra investigación sobre el mismo tema. Desde entonces se han sumado cada vez más voces haciendo eco de las acusaciones, conformando una larga lista de víctimas de abuso por parte del productor, que incluye a algunas de las actrices más famosas de la industria, como Angelina Jolie y Gwyneth Paltrow.
Al parecer, las historias de Weinstein eran conocidas por muchas de las personas vinculadas al sector, aunque sistemáticamente ignoradas, como suele suceder cuando el acusado es un hombre ocupando un alto lugar de poder. Sin embargo, la presión parece haber sido más fuerte esta vez: nueve días después de la publicación en el New York Times, Weinstein fue expulsado de la Academia de Hollywood en una decisión sin precedentes. El comunicado de la Academia manifestaba: “La era de la ignorancia deliberada y la complicidad vergonzosa en el comportamiento sexual depredador y el acoso laboral en nuestra industria, se terminó”. La Academia nunca antes había considerado expulsar a alguien por su “comportamiento sexual depredador”: no lo hizo con Roman Polanski cuando se declaró culpable de violar a una adolescente de 13 años; ni con Bill Cosby cuando fue acusado de abusos sexuales por al menos 60 mujeres; ni tampoco con Woody Allen, acusado por su hija adoptiva de haber abusado de ella cuando tenía 7 años —no es casualidad que la investigación sobre Weinstein publicada por The New Yorker haya sido llevada adelante precisamente por Ronan Farrow, hijo de Allen, quien apoyó a su hermana y acusó públicamente a todas las personas que se mantuvieron en silencio ante el caso.
Pero los abusos sexuales “deliberadamente ignorados” por Hollywood no se han dado solamente detrás de la pantalla. Muchas actrices en la historia del cine declaran haber sido engañadas y abusadas durante la propia filmación de la película, ante la complicidad de los equipos de filmación y a instancias del cinismo y la impunidad de venerados “grandes maestros”. Bernardo Bertolucci reconoció en 2013 que en “la escena de la violación” de El último tango en París engañó a la actriz María Schneider (que durante el rodaje tenía 19 años) porque no quería que “fingiese la humillación, quería que la sintiese”. Schneider fue forzada a hacer una escena que no estaba en el guion original y Bertolucci dijo que se sentía culpable pero que no se arrepentía, y cuando Schneider contó en 2007 que se había sentido humillada y “un poco violada” por Brando y Bertolucci, nadie le prestó atención. Por su parte, la actriz Tippi Hedren cuenta en sus memorias, publicadas el año pasado, otra situación de engaño y abuso: la brutal experiencia de la escena final de Los Pájaros, en la que Hitchcock le hizo creer que usaría pájaros de mentira y finalmente casi pierde un ojo durante la filmación. Hedren relata también el constante acoso sexual por parte de Hitchcock, algo de lo que no podía hablar en su momento porque el término ni siquiera existía en la década de 1960 (no contaba, digamos, con herramientas discursivas ni conceptuales para exigir un trato igualitario). En “la escena de violación” de La Naranja Mecánica, Stanley Kubrick despliega otro ejemplo de abuso: la actriz Adrienne Corri cuenta que durante cuatro días fue golpeada por el actor Malcolm McDowell, Kubrick filmó la escena 39 veces hasta que McDowell se rehusó a seguir porque “ya no podía seguir pegándole”. A Corri la llamaron para actuar después de que dos actrices se bajaran de la película —según McDowell, por el grado de humillación de la escena.
Los ejemplos mencionados son solo algunos pocos, pero permiten entender que las distintas situaciones de abuso tienen más que ver con un problema estructural históricamente aceptado que con hechos aislados de “personas con problemas”. El caso Weinstein, sin embargo, parece haber generado una reacción en cadena como nunca antes, y muchas mujeres se están animando a hablar, en un intento de que este tipo de situaciones finalmente dejen de suceder. Actrices como Jennifer Lawrence y hasta Björk se sumaron a las denuncias de acoso relacionadas con la industria cinematográfica, y la modelo Cameron Russell convocó a una campaña en Instagram para denunciar el abuso sexual en el mundo de la moda, donde recoge una gran cantidad de testimonios escalofriantes. Al mismo tiempo, se impulsó en redes sociales la campaña #metoo [#yotambien] para visibilizar la magnitud global del abuso y el acoso sexual. De todas maneras, muchas más voces indignadas de mujeres y hombres son todavía necesarias para que la “era de la complicidad vergonzosa” —y del abuso como entretenimiento— realmente algún día se termine.