En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Los actores son parte esencial de ese imponente fenómeno emocional que es el cine y que llevamos a cuestas en nuestra memoria como un álbum de fotos cambiante, atravesado y retroalimentado por otros recuerdos y otras imágenes. Dentro de ese álbum plagado de paisajes, encuadres y secuencias que creemos identificar con una película y que seguramente haya sufrido la alteración de nuestras propias vivencias antes de ser verbalizado, los actores integran a su vez la galería de retratos. En el travelling interno los hay más lejanos y los hay más cercanos. El de William Hurt tiene un lugar especial, con ese rostro apacible de frente amplia, pelo finito y mirada bonachona que, como en todo gran actor, puede resultar enigmática y llegado el caso también terrible. Hay fotos que reposan en la biblioteca, otras en la mesa de luz. La de Hurt debe ir sobre el piano. Sencillamente, es parte importante de la familia.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Desde su primera aparición protagónica en Estados alterados (1980), de Ken Russell, sabíamos que el actor integraría la galería de los grandes. Era una historia desbordada, saturada, en la que un joven experimentaba con toda clase de sustancias alucinógenas en su cuerpo. La película lo tenía como personaje excluyente, su aspecto exterior, sus transformaciones y, lo que es más importante, las sensaciones internas. El tipo nos intoxicó, se metió en nuestras vidas.
Un año después hizo Cuerpos ardientes, un policial negro de Lawrence Kasdan que marcaría una larga colaboración con el director y le daría a Hurt el estatuto de intérprete consagrado. Si con Russell encarnaba esa sensación de imperiosa experimentación adolescente, en la película de Kasdan era el hombre inocente que sucumbía ante la presencia de una mujer fatal creada por el bólido Kathleen Turner. Una historia nocturnal de erotismo desatado y peligroso, helados que se derriten sobre la piel y dramáticas vueltas de tuerca, que además contenía a un irreconocible Ted Danson y la brevísima aparición de un tal Mickey Rourke como experto en artefactos explosivos. En su momento le preguntaron a Hurt, que todavía no era una estrella, por la química erótica que se había producido con Turner. “Eso lo dejo para mi vida privada”, contestó el actor, generando un blindaje que sería una constante en su vida profesional.
William Hurt, que dejó de respirar debido a un cáncer de próstata este domingo 13 muy cerca de cumplir los 72 años, hizo cantidad de películas, de las buenas y de las otras. En honor a su talento, mencionemos las mejores. Así como no recordamos a Henry Fonda por La laguna dorada y sí por Pasión de los fuertes o Doce hombres en pugna, tampoco recordaremos a Hurt por sus papeles en peliculetas o aventuras espaciales menores.
Su único y más que merecido Oscar le llegó gracias a El beso de la mujer araña (1985), de Héctor Babanco, una adaptación de la novela de Manuel Puig. Los medios apuntan a que fue la primera estatuilla concedida a un personaje homosexual. Está bien, pero lo que demostraba Hurt —quien dijo haberse inspirado en una mujer antes que en un gay para componer el papel— era que se sacaba chispas en un encierro carcelario con otro gran actor como el brasileño Raúl Juliá, que le daba la contraparte como idealista a ultranza. Hurt dice cosas sencillas, como disfrutar de una comida, y Juliá le contesta con fastidio y consignas progres hasta que llega a entender ese sentido de la vida último y esencial que le demuestra su ocasional compañero de celda.
Hurt aceptó cobrar un salario considerablemente menor para que la película se concretase. Más allá de la Academia de Hollywood y sus distinciones que tienen efecto mundial, este actor nacido en Washington D.C. y que alguna vez estudió teología pasaba a integrar la categoría de las grandes estrellas norteamericanas.
Junto con Kasdan rodó otras películas que sedimentaron su valía, como Reencuentro (1983), Un tropiezo llamadoamor (The Accidental Tourist, 1988) y la poco valorada Te amaré hasta matarte (1990), en la que Hurt junto con River Phoenix hacían de dos incompetentes asesinos. El gran William Hurt, el de los papeles dramáticos, el probado hombre de teatro en clásicos como Enrique V y Hamlet, el narrador radial de voz profunda y delicada, el conductor televisivo de Detrás de las noticias (1987), que podía dar la talla ante superestrellas como Jack Nicholson, también podía reírse de sí mismo con una viñeta tan desprolija como hilarante.
Enseguida Woody Allen, cazador de talentos, le echó el ojo y lo hizo participar en Alice (1992). Ya no necesitaba tener un papel central para demostrar su grandeza. Con su sola presencia iluminaba la pantalla como en Cigarros (1995), de Wayne Wang, sobre guion de Paul Auster. Digamos que fue lo mejorcito de La aldea (2004), de Night Shyamalan, un cineasta que venía —y viene— barranca abajo. Syriana (2005) y El buen pastor (2006) también tienen pinceladas de Hurt sin necesidad de ser protagonista.
Fue parte de una obra maestra oculta como Dark City (1998), del egipcio —radicado en Australia— Alex Proyas, uno de los mejores ejemplos de policial negro con ciencia ficción. Hurt es un inspector que intenta dilucidar una historia de clima kafkiano y borgiano que es un enigma dentro de un laberinto cuyo centro es un misterio.
En tan solo ocho minutos de aparición que le valieron otra nominación para el Oscar logró una de las más intensas y terribles actuaciones como Richie, el mafioso hermano mayor de Viggo Mortensen en Una historia violenta (2005), de David Cronenberg. Hay que verlo recriminar desde el escritorio a su descarriado hermanito Joey, soltarle todo el trabajo y el dinero que le costó dar con él antes de girar en su butaca y darse la vuelta para no ver cómo se lo cargarán.
Una vez declaró: “No soy un actor. Solo soy un hombre al que le gusta actuar. Soy lo que soy. No soy nadie. No existo. El trabajo existe. El trabajo es más que el actor”. Lapidario. Eres de la familia, William. Y eso es mucho más importante.