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    El tren que dejamos pasar

    N° 1977 - 12 al 18 de Julio de 2018

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    Amadeo Ottati

    Desde el sábado 7 hasta el momento de escribir esta nota (previo a la etapa de semifinales), fueron varios los posibles títulos para ella. Cada uno reflejaba un cierto estado de ánimo frente a esa dura derrota ante Francia que nos dejó afuera del Mundial, que fue mutando con el paso de las horas, y de los días. Apenas concluido el partido, la sensación fue de bronca, dolor y frustración; unas horas después, llegó el tiempo de un análisis más sereno y racional de las causas por las que perdimos frente a un rival que nos superó. Y por último, llegó el turno de una decantada valoración final de lo mucho que se ganó, tras la enjundiosa actuación de nuestra Selección en este torneo que ya culmina. Pero también —y me adelanto a decirlo— ¡de lo que se perdió tras esa dura derrota ante Francia!

    Es que desde la primera de mis notas sostuve la tesis de que esa costumbre (tan uruguaya) de ilusionarse antes de cada Campeonato del Mundo con la posibilidad de reiterar la añeja epopeya de Maracaná, tenía en la presente ocasión —a diferencia de otras veces— reales posibilidades de concretarse.

    Por lo demás, el singular desarrollo del actual torneo —con muchos resultados inesperados, que fueron dejando por el camino a varios firmes candidatos al título—, aunado a la mejoría de nuestra Selección, partido tras partido, permitían reafirmar esa convicción y aumentar la consiguiente esperanza. Así, llegamos sin mayores sobresaltos, pero sin brillar, a la fase de Cuartos de Final, con la sensación de que se perfilaba una preciosa oportunidad para acceder a la siguiente instancia, sin perjuicio de la valía del rival de turno.

    Sin embargo, todo ello se vio truncado por los imponderables que siempre se pueden producir en una justa deportiva, pero a los que se sumó una imprevista baja producción del equipo (en relación con las anteriores), que no pudo conjurar el indeclinable tesón y pundonor demostrado por todos nuestros futbolistas, luchando a brazo partido, frente a un oponente que fue superior y mereció la victoria.

    ¡No es fácil digerir esta última derrota! Es que si había algo que brindaba una confianza para encarar esta fase decisiva del torneo, era la presencia de una dupla goleadora, hoy sin parangón en el mundo del fútbol, y un muy sólido triángulo final, conformado con futbolistas que venían jugando juntos desde hace mucho tiempo. Sin embargo, el destino hizo que ambas predicciones no pudieran plasmarse en realidad en el reciente juego contra Francia.

    La lesión de Cavani (figura descollante ante Portugal) no solo nos privó de su reconocida capacidad goleadora y de su generoso despliegue dentro del campo, sino que —por el hecho de estar hoy brillando en el fútbol francés— su presencia seguramente hubiera demandado una muy especial atención, en el planteo táctico del adversario. Ante su ausencia, la defensa francesa se ocupó únicamente de anular a Luis Suárez, quien debió debatirse solo contra todos, sin poder efectuar un solo remate franco hacia el arco adversario. Y en lo que hace a nuestra siempre confiable retaguardia, paradójicamente —en este partido clave— los dos goles que liquidaron nuestras aspiraciones en el torneo, llegaron por las vías menos pensadas: una pelota quieta cabeceada en nuestra propia área y, más tarde, un mayúsculo error de Fernando Muslera.

    A lo que viene de decirse —con ser mucho— se sumó, inesperadamente, una pobre expresión futbolística del equipo todo, justo cuando era preciso mantener o incrementar el nivel de los partidos anteriores. Nuestra escuadra careció de la dosis indispensable de fútbol, ante un rival superior a los que antes enfrentara. El propio Maestro lo admitió en la conferencia de prensa posterior al partido: “Nos faltó lo que le falta a cualquier equipo cuando pierde; jugar mejor que el rival”. Es que cuando la pelota la tiene mayoritariamente el adversario, el cero en el arco propio solo puede asegurarse con un trabajo defensivo inexpugnable (que no fue lo que esta vez ocurrió), y debió haberse capitalizado la única situación de gol que el equipo pudo generar —poco después de la apertura del tanteador— cuando un cabezazo de Cáceres fue milagrosamente atajado por el golero francés, malogrando Godín el rebote posterior, en posición favorable para anotar un empate, que pudo cambiar el partido.

    Y a falta de un mayor despliegue futbolístico, solo quedó como rescatable el inquebrantable esfuerzo de siempre de nuestros futbolistas —patentizado en el conmovedor llanto de Josema Giménez en los últimos minutos de juego—insuficientes, empero, para evitar la derrota.

    Fue un tema reiterado en estas columnas, el valorable —aunque quizás tardío— intento del Maestro Tabárez de dotar de un mayor volumen de fútbol al equipo, apelando a algunos jugadores nuevos de reconocido buen pie, en la zona central del campo. Sin embargo, esa intención no prosperó en la medida de lo esperado, ni siquiera con los continuos retoques que aquel efectuara de un partido a otro. Y siento que ese era el plus que necesitaba este equipo para contar con más chance, en la fase de definición del actual torneo: alguien que fuera “el Forlán” del Mundial de Sudáfrica. Pero ello nunca pudo lograrse, y nos fuimos del Mundial sin poder encontrar la fórmula de hacerle llegar la pelota bien jugada a nuestra excelsa dupla goleadora. ¡Claro que podíamos caer derrotados; pero no de ese modo!

    Aunque ya habrá tiempo de efectuar un adecuado balance en alguna próxima nota, igual resulta altamente valorable habernos ubicado, una vez más, entre los ocho mejores equipos del mundo. Y, además, que ello sea el lógico resultado de un proceso de muchos años, bien estructurado y mejor ejecutado, y cuya continuidad debería procurarse. También volver a comprobar el ejemplar y envidiable sentido de responsabilidad y de amor a la enseña, de nuestros futbolistas.

    Que quede claro: ¡esto de Rusia tuvo más de hazaña que de fracaso! Pero igual nos queda el dejo amargo de no haber sabido o podido aprovechar una oportunidad, quizás irrepetible, de acceder a lo más alto del podio. Y ello duele aun más, por cuanto se habían dado un cúmulo de circunstancias altamente favorables y teníamos una base de jugadores en un sitial de preferencia en el actual mundo del fútbol; que nadie puede asegurar que pueda repetirse en un futuro Campeonato del Mundo.

    El título estaba allí, a la vista, pero algo nos faltó para poder lograrlo. Bien se dice que cuando un tren con oportunidades pasa, hay que subirse a él. Y esta vez, lamentablemente… ¡lo dejamos ir!