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Cruzo la Plaza Independencia. Un grupo de turistas de aspecto alemán escucha a un guía barbado que mueve enfáticamente las manos. Tal vez sean brasileños del sur, de las ciudades donde surgen las modelos top. Los guardias de la plaza bromean entre ellos: “¿De qué les hablará?”
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La Plaza Independencia forma parte de mi vida cotidiana, ya no cuestiono su estética.
Pero pensándolo bien, arquitectónicamente es un disparate. Un collage de edificios exquisitos art déco y edificios funcionales herrumbrados (un amigo español creía que el Ciudadela era un edificio abandonado, lleno de ocupas). La Torre Ejecutiva vino a poner alivio al conglomerado ruinoso de andamios que allí había (se dijo que había puesto la plata Chávez. ¿Hicimos mal en aceptar sus ayudas? ¿Hicimos bien? Ahora ese dinero les vendría bien a los de-sesperados venezolanos). Pero la Torre Ejecutiva sigue creciendo, hacia atrás: más oficinas, más secretarios, más asesores.
Y el horrendo mausoleo sigue intacto. Los militares que lo crearon dejaron su huella en la ciudad y no se la toca.
Al contrario: al caótico complejo erigido alrededor de la Plaza de la Bandera se le han seguido sumando monumentos. La ensalada Tres Cruces tiene más ingredientes que “la ensalada especial de la casa” de cualquier bar pecera de 18. El cuestionado Rivera se ve acorralado por un semicírculo de consumo, de trasiego de dinero más feroz que los charrúas.
A la derecha, la cruz provisoria quedó allí enclavada, en nuestro orgullosamente laico país. ¡Y la estatua del Papa polaco complementándola! El Papa que nunca llegó a Melo, que quedó inundada de tortas fritas y choripanes.
Adelante, la loba y los gemelos como ciudadano el Hospital Italiano: una belleza que reproduce en miniatura construcciones de la vieja Roma. La loba queda como lo que los lobos son: una especie en extinción. La fuerte corriente inmigratoria italiana que tanto aportó al país se detuvo y la demografía hoy no le es favorable.
La bandera, que con los vientos la he visto desgarrada unas cuantas veces, sigue allí, como la dictadura la colocó entre montículos de cemento. Un césped alrededor hoy trata de darle un manto de democracia.
Y ahora también Iturria, mi querido pintor, se ha metido ahí, con su monumento a los perros cimarrones, entre ómnibus cansinos y vendedores ambulantes, entre el lentísimo tráfico interdepartamental y las ambulancias que corren hacia el conglomerado de hospitales.
En todo ese patchwork urbano pienso mientras termino de cruzar la Plaza Independencia.
De pronto, me topo con un grafiti reciente, incrustado en el muro de la Puerta de la Ciudadela: “Artigas son los padres”.
Por fin: ¡un grafiti inteligente en los muros de Montevideo! ¡Los uruguayos no solo hacen tags y escriben manya! ¡Alguien compró un aerosol para dejar estampado un pensamiento, y no el nombre de su cuadro de fútbol!
¡Alguien se sintió independiente en la Plaza Independencia!