Desde 1985 a 2012, en 17 de los 19 países de América que poseen vicepresidente han ocupado el cargo 110 personas.
Casi las tres cuartas partes de los vicepresidentes de la región cumplieron la totalidad de sus mandatos. Otros 30 por distintos motivos no completaron el período para el que fueron elegidos. Por ejemplo, 18 renunciaron al cargo, dos fallecieron durante su el período, a otros dos no los dejaron asumir la Presidencia ante la vacancia del presidente y los ocho restantes sí la asumieron en idéntica situación.
En uno de los trabajos se indica que solo en cuatro países el vicepresidente ocupa un cargo en el Poder Legislativo: Argentina, Bolivia, Estados Unidos y Uruguay. En el resto de los países el vicepresidente no integra el Poder Legislativo, “aunque en Perú se permite que ocupe un cargo legislativo”.
“En Argentina y Estados Unidos el vicepresidente preside el Senado, pero solo vota en caso de empate en la votación parlamentaria; en Bolivia el vicepresidente preside la Asamblea Plurinacional Legislativa, pero no integra las cámaras legislativas”, se dice en el trabajo.
Los vice orientales.
Uruguay es “donde se otorgan mayores potestades legislativas al vicepresidente, puesto que no solo preside el Senado y la Asamblea General, sino que posee derecho a voto como un miembro más del Parlamento”. Su principal función es la sustitución del presidente, tanto en los casos de vacancia temporal como definitiva.
En Uruguay la institución vicepresidencial se estableció en la Constitución de 1934. Hasta ese momento no existía la figura del vicepresidente. En la Constitución de 1830, el presidente de la República era sustituido por el presidente del Senado, mientras que en la Constitución de 1918 lo era por un miembro del Consejo de Administración que él designaba.
Con la reforma de 1996 se instaló la candidatura presidencial única por partido. El candidato presidencial se elige en las internas sin compañía de un vicepresidente, que luego se define en la Convención Nacional. En el país la conformación de las fórmulas presidenciales con candidaturas únicas se han dado de distinta forma. Se puede dar por una “recomposición de la unidad partidaria” mediante un acuerdo entre el triunfador y su principal contendiente. Otra forma de “recomposición” es acordando con un representante de la otra fracción pero que no sea su líder. En tercer lugar, se puede ir por el camino de acentuar la diferencia entre el candidato que gana respecto a los demás, y por último ignorar a los candidatos perdedores debido a la “contundente distancia electoral obtenida por el ganador”.
En el primer caso, el acuerdo entre ganador y principal contendiente se dio tras las internas de 1999 en el Partido Colorado (Jorge Batlle-Luis Hierro) y en 2009 en el Partido Nacional (Luis A. Lacalle y Jorge Larrañaga) y Frente Amplio (José Mujica-Danilo Astori).
El segundo caso, un acuerdo con un representante de la principal fracción perdedora, se dio en 1999, cuando Lacalle tuvo como compañero a Sergio Abreu y no Juan Andrés Ramírez, quien durante la campaña lo había atacado duramente.
El tercer caso —acentuar las diferencias con las otras fracciones— se dio en el Partido Nacional en 2004, cuando Larrañaga le ofreció la vice a un compañero de su sector (Abreu). En el Partido Colorado se dio en 2009, cuando Pedro Bordaberry eligió a Hugo de León como su compañero de fórmula.
También ocurren casos en los que se ignora a los perdedores, como lo hizo Vázquez en 1999 respecto a Danilo Astori: eligió a Rodolfo Nin Novoa.
“En síntesis, entonces, no siempre la mejor estrategia de campaña para la suerte electoral de un partido o candidato presidencial es ‘cerrar’ un acuerdo con el principal candidato alternativo, dándole el segundo lugar a un representante de la fracción derrotada. Hay circunstancias en las que las posibilidades de éxito dependen de potenciar al candidato ganador. Sin embargo resulta evidente que existe un límite que está presente en cualquiera de los cuatro caminos a seguir. Este consiste en evitar que la solución genere una crisis interna o que impida ‘cerrar las heridas’ generadas por la disputa interna para potenciar toda la energía partidaria hacia la elección nacional”, afirman los autores de la investigación.
Según los autores, en las elecciones de 1999 y 2004 —las dos siguientes a la reforma constitucional— los candidatos vicepresidenciales “no tuvieron un papel significativo”. “Su intervención fue más bien secundaria, limitándose a dar acompañamiento, apoyo y asistencia a las respectivas candidaturas presidenciales”, agregan.
Pero esto cambió en 2009: “A diferencia de lo ocurrido en instancias electorales anteriores, en esta oportunidad los dos partidos mayoritarios definieron estrategias de campaña que incorporaron con énfasis el lugar y las figuras de los vicepresidentes”. Incluso, se llegó a hablar de realizar un debate entre los candidatos vicepresidenciales.
Uno de quienes más énfasis puso en la importancia del compañero de fórmula fue el entonces candidato del Frente Amplio, José Mujica. “Danilo no es segundo de nadie. Lo de vice es un pretexto. Lo que de verdad quiero es que nos mejore el cuadro... Él es uno de los principales responsables del éxito del gobierno... En el próximo gobierno Danilo va a romper los relojes”, decía Mujica en uno de los spots de campaña. En ese momento, Astori tenía una evaluación positiva de la opinión pública por su desempeño en el Ministerio de Economía.
Esta importancia al candidato a vicepresidente es algo inédito para la historia del país, dicen los autores.
Mieres y Pampín explican que hubo dos razones que se conjugaron en el Frente Amplio y el Partido Nacional para “acentuar la importancia de las respectivas candidaturas vicepresidenciales”. Por un lado, ambos candidatos ganadores representaban las fracciones internas ubicadas en los respectivos extremos del eje ideológico (mientras que los candidatos a vice representaban más el centro) y, por otro, los presidenciables “no tenían la capacidad de abarcar a todos los votantes de su propio partido” y por eso necesitaban la “complementariedad de la segunda figura”.
¿Un paso previo?
¿Ocupar la vicepresidencia es un camino seguro hacia la Presidencia? “Haber sido vicepresidente no es buen predictor del posterior acceso a la Presidencia, lo cual ratifica la idea de que el desempeño del cargo de vicepresidente es más el punto culminante de una carrera política que el preámbulo para acceder a la Presidencia”, sostienen Mieres y Pampín.
Según el estudio, 78 de los 110 vicepresidentes analizados, accedieron, tras el final de su mandato, a cargos políticos electivos o designados casi todos a nivel nacional. En tanto, ocho asumieron la Presidencia por vacancia permanente del presidente, otros cuatro intentaron asumir la Presidencia en circunstancias similares pero les fue impedido el acceso a ese cargo por diversos motivos.
En todo el período estudiado, más de tres quintos de los vicepresidentes no intentaron acceder a la Presidencia. De los 32 vicepresidentes que efectivamente intentaron ser presidentes, ocho lo intentaron antes de su Vicepresidencia. “La tasa de éxito es apenas mejor entre los 24 vicepresidentes que intentaron llegar a la Presidencia inmediatamente después de su Vicepresidencia. Solo cinco lograron su objetivo: George Bush en 1988 en Estados Unidos, Gustavo Noboa (desde la Presidencia asumida por vacancia) en 2000 en Ecuador, Enrique Bolaños en 2002 en Nicaragua, Laura Chinchilla en 2010 en Costa Rica y Nicolás Maduro en 2013” en Venezuela.
De los seis vicepresidentes que alcanzaron la Presidencia hay solo tres casos “realmente exitosos”, dicen Mieres y Pampín. Eduardo Duhalde en Argentina asumió “mucho más” por su “capital político global” que por haber sido vicepresidente, y Noboa y Maduro lo hicieron por su “poderosa posición de presidentes en ejercicio”.
“Por lo tanto, solo quedan los casos de Bush, Bolaños y Chinchilla, que alcanzaron la presidencia al obtener el respaldo electoral ratificando sus respectivas posiciones de vicepresidentes como ‘herederos aparentes’”, señalan los autores y añaden: “Parece evidente que con solo cinco casos sobre 110 que efectivamente alcanzaron la Presidencia mediante el voto popular, el cargo de vicepresidente mal puede ser visto como un paso previo a la Presidencia”, afirman los autores del trabajo.
Mieres y Pampín concluyen que el examen de la historia “llama la atención sobre la contradicción implicada en el hecho de que sistemas en los que se deposita en una única persona la responsabilidad máxima para tomar las decisiones gubernamentales, la elección de esta persona venga acompañada con la de un compañero de fórmula que, aunque las circunstancias eventuales pueden hacer que su cargo, como decía John Adams, se convierta de la nada al todo repentinamente, sin embargo no se lo valore especialmente por sus condiciones para ejercer la primera magistratura”.
Política
2014-01-09T00:00:00
2014-01-09T00:00:00