En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En el libro de Ortega y Gasset “La rebelión de las masas” leemos una de las definiciones más conocidas del yo: se trata del mítico “yo soy yo y mis circunstancias”. Las circunstancias son las alternativas que, en forma de un más o menos amplio abanico de posibilidades, constantemente se presentan en la vida. Ante las circunstancias, el hombre elige y decide. De ahí que “circunstancia y decisión son los dos elementos radicales de que se compone la vida”.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
La actitud frente a las circunstancias marca el límite fundamental entre el hombre selecto y el mediocre. Para el primero, las circunstancias son “el repertorio de las posibilidades vitales”, es decir el dilema que constantemente le presenta la vida, obligándolo a decidir y a elegir el destino que pretende para su propio ser. Para el segundo, las circunstancias son los elementos que deciden su existencia.
Dicho de otra manera: si el hombre selecto ve en las circunstancias su trampolín existencial, el mediocre queda condicionado por ellas. De ahí que, al milenario decir de Appio Claudio, uno es artífice de su propio destino mientras que el otro no pasa de ser una simple boya a la deriva.
Los países gobernados por mediocres viven al día, sin proyectos de futuro. Y es que las circunstancias deciden su marcha. Por eso, cuando las cosas no salen bien en esos países (y las cosas no salen nunca bien si gobierna el hombre masa), la culpa le es adjudicada a las circunstancias (al Imperio, a la globalización, a la presión de los mercados, a la sequía, etc.).
Leyendo “La rebelión de las masas” comprendemos el impacto que tuvo en su autor una característica de los años ‘20. Me refiero al fenómeno de las multitudes llenando los espacios públicos. No en vano, según Ortega, el concepto central en la Europa de la posguerra era la aglomeración: “Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio”.
Había pues gente por todos lados. En ninguna parte se estaba solo: el día se había convertido en una lucha codo a codo con la muchedumbre anónima. Algunos explicaron este hecho con un simple dato estadístico: durante 1.200 años, desde la caída del Imperio Romano occidental hasta 1800, la población europea no había superado los 180 millones de habitantes. Pero en poco más de cien años, de 1800 a la I Guerra, los europeos habían ascendido a 460 millones. La aglomeración era consecuencia de esta explosión demográfica.
Para Ortega y Gasset la cosa no era tan simple, pues en los años 20, es decir luego de la masacre de la guerra, la población europea había disminuido, al mismo tiempo que la aglomeración se había impuesto. Entonces, ¿por qué una población menor había producido aglomeración? Su respuesta apuntaba a que la gente antes no había vivido como muchedumbre sino que como miembros de grupos en el campo o en la aldea o en un barrio de ciudad. La novedad, entonces, no era la notable multiplicación de “pasta humana” acaecida en el siglo XIX sino que la aparición de la muchedumbre como transformación cualitativa social.
¿Qué consecuencias tenía ese fenómeno moderno en la gestación del hombre? Vale la pena citar este párrafo de Ortega, pues muestra con límpida claridad el peso negativo de la muchedumbre en sus planteos: “Al contemplar en las grandes ciudades esas inmensas aglomeraciones de seres humanos que van y vienen por sus calles y se concentran en festivales y manifestaciones políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este pensamiento: ¿puede hoy un hombre de veinte años formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que, por lo tanto, necesitaría realizarse mediante sus iniciativas independientes, mediante sus esfuerzos particulares? Al intentar el despliegue de esta imagen en su fantasía, ¿no notará que es, si no imposible, casi improbable, porque no hay a su disposición espacio en que poder alojarla y en que poder moverse según su propio dictamen? Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el prójimo, como la vida del prójimo aprieta la suya”.
La colectivización de la sociedad occidental era notable. Las masas se habían rebelado. El hombre chato, mediocre, sin aspiraciones ni exigencias de mejoría ni sueños de superación había ocupado el espacio social y, gracias al sufragio universal, conquistado el poder político. Hoy, como consecuencia de la globalización y el avance de las técnicas de comunicación, el hombre masa ha avanzado en todo el planeta e impuesto por doquier sus simples tópicos de bar en el discurso público.