Doña Esther y doña Raimunda son vecinas y amigas desde hace muchos años. Viven a dos cuadras de distancia y sus encuentros son fundamentalmente los domingos en la feria del parque Rodó.
Doña Esther y doña Raimunda son vecinas y amigas desde hace muchos años. Viven a dos cuadras de distancia y sus encuentros son fundamentalmente los domingos en la feria del parque Rodó.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—Qué dice, vecina, qué frío esta mañana, y anoche, ¡no le digo nada!, no había frazada que calentara estos huesos viejos —le dijo doña Raimunda a su amiga, que venía también muy abrigadita.
—Casi ni la reconozco con ese tapabocas estampado; qué precioso, ¿de dónde lo sacó? —replicó doña Esther, cuyos ojitos entrecerrados por el frío eran lo único visible de su añosa anatomía.
—Me lo hizo una de mis nietas, que trabajaba en una textil que cerró hace un par de meses y ahora se defiende cosiendo tapabocas y banderas políticas para las elecciones municipales, por suerte le va bastante bien —explicó doña Raimunda.
—¿Para algún partido en especial? —chusmeó doña Esther, para ver si le adivinaba la hilacha a la nieta de su amiga.
—¡No! ¡Para el que encargue nomás! —fue la respuesta neoliberal de doña Raimunda, fruto de las leyes de la oferta y la demanda.
De ahí en adelante la conversación se inclinó hacia las inminentes elecciones departamentales, que vienen haciéndose un lugar en la agenda nacional, desplazando apenas levemente a la pandemia del Covid-19.
Que no se puede más con la basura, que la inseguridad es un drama, que los ómnibus van siempre llenos y el peligro del contagio es tremendo, que no se puede caminar por estas veredas destruidas sin arriesgar a caerse y fracturarse la cadera.
—¿A quién va a votar en las municipales? —arriesgó doña Esther, ya que la cosa venía por ese lado.
—¡Ay, vecina, mire, qué sé yo! —replicó doña Raimunda—, hay tantas cosas para resolver, y ni idea de quién sería el mejor intendente, o la mejor intendenta, ahora que hay hombres y mujeres en todas las cosas, ¿vio? Una escucha a unos y a otros y no sabe a quién elegir —concluyó la incauta vecina.
“A vos misma”, pensó para sus adentros doña Esther.
—¡Vecina, la gran candidata es Carolina Cosse! ¡Una mujer divina, con coraje, experiencia! ¡Fue la que hizo el Antel Arena!
—¿El qué de la arena? —interrumpió desconcertada doña Raimunda.
—El Antel Arena, una sala multipropósito para espectáculos de todo tipo, desde musicales hasta deportivos, con capacidad para 10.000 espectadores, con todos los adelantos tecnológicos más modernos, y…
—¿Usted ya estuvo ahí? —inquirió tan inocente como sinceramente doña Raimunda.
—No…, en realidad nunca fui, pero dicen que está divino, todo eso que yo le recité recién lo leí esta mañana en un panfleto que me mandó mi sobrino el Bocha, que está trabajando con ella y va a ser edil —replicó la militante—. Mire —agregó—, esta tarde ella va a hacer una caminata por acá por el barrio, si me acompaña vamos, así la conoce y la escucha.
Se encontraron en Gonzalo Ramírez y Salterain a las cuatro de la tarde, y allá a lo lejos se veía venir una abigarrada procesión con pancartas, vuvuzelas, banderas y tapabocas.
Ni bien estuvieron al alcance de la mirada, doña Raimunda le pregunta a su vecina:
—¿Y cuál es la Cosse? Porque todos vienen tapados, qué desastre el tapabocas para reconocer a la gente, antes uno le veía la cara a la gente y ya sacaba si era buena gente o para desconfiar, pero ahora…
—Es la rubia del megáfono; escuche que es fija que va a decir algo —explicó doña Esther.
—Pero esa es Raffo, si yo la vi en la tele, esa rubia es Laura Raffo, doña Esther…
—¡Qué va a ser! ¡Es Carolina!, escúchela y va a ver.
La rubia del megáfono y del amplio tapabocas explicó desde atrás del trapito que la ciudad de Montevideo tenía que mejorar, que había muchas cosas buenas que se habían hecho, pero que ahora había que encarar la recolección de la basura, la iluminación de las calles, mejorar el estado de las veredas e intensificar la seguridad en las calles.
—¡Eso es lo que dice Laura Raffo! —dijo doña Raimunda—. Yo la escuché anoche en la tele y eso fue lo que dijo.
—¡Qué va a decir eso Raffo, que es una cajetilla de derecha financiada por el FMI y las multinacionales! —replicó doña Esther—. ¡Esta es Carolina Cosse, ese es el discurso progresista inclusivo de nuestro grupo político! ¡Lo dice el panfleto que me mandó el Bocha, así de clarito! —enfatizó.
Cuando el grupo humano les pasó por al lado, ambas pudieron ver que las banderas que llevaban los que venían atrás eran las del Partido Nacional, el Colorado, algunas de Cabildo Abierto y otras del PERI.
Desanimada pero no entregada, doña Esther la invitó a su vecina a ir al día siguiente a Casavalle, donde habría caminatas de otros candidatos.
Fueron y se cruzaron con dos grupos que venían en sentidos opuestos, como para darse de frente el uno contra el otro. Desde la vereda pudieron ver que los dos grupos venían diciendo lo mismo: hay que mejorar la seguridad, arreglar las veredas, recoger la basura, respetar lo que se había hecho, pero mejorarlo, iluminar las calles, reparar las veredas.
Pero cuando se cruzaron atravesándose en direcciones contrarias, algunos militantes de uno de los grupos les decían a los del otro: “¡Bo, decile al Pelado que si se le borró la memoria vea a un buen médico, bo! ¡Villar es neurocirujano y te lo atiende gratis, te lo atiende!”; mientras, los interpelados retrucaban al grito de: “¡Que Villar vaya a hacer frente a los sumarios en el Maciel, cobra tres sueldos y no se le mueve un pelo, a ver si el pelado gana algún partido en el tiro al Ripol!”.
Doña Esther le explicó a doña Raimunda que el tiro al Ripol es un juego en el que en la Intendencia le tiran piedras a una serie de patitos rubios de pelo teñido y al que baja al patito, que se llama Ripol, le dan un premio.
—Pero nadie lo ha bajado todavía —explicó doña Esther, y, desconcertadas ambas, decidieron no hablar más de política e irse a tomar unos mates con bizcochos en la casa de ella.