Elogio a la imperfección

Elogio a la imperfección

La columna de Andrés Danza

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Nº 2187 - 18 al 24 de Agosto de 2022

El profesor se pone de pie frente a su clase de adolescentes y coloca tres sobre cerrados arriba de su escritorio. Mira con detenimiento a los estudiantes y elige a una. La propuesta es muy sencilla, explica, pero le recomienda que preste especial atención y que se tome unos segundos antes de contestar. “Hay una elección con tres candidatos. ¿Por quién votas?”, le pregunta. Así logra el silencio de toda la clase y comienza su performance.

Toma entre sus manos el sobre número uno, cerrado, y dice: “Está parcialmente paralizado por polio. Es hipertenso. Es anémico y sufre muchas enfermedades serias. Miente si le conviene y consulta a astrólogos acerca de política. Engaña a su mujer, fuma mucho y bebe demasiados martinis”.

Lo deja en el escritorio y levanta el siguiente, el número dos. Lo sacude con su mano derecha y relata: “Tiene sobrepeso y ya ha perdido tres elecciones. Tuvo depresión y dos ataques cardíacos. Es muy difícil trabajar con él y fuma tabaco sin parar. Y cada noche, antes de acostarse, bebe mucha champaña, coñac, oporto, whisky y toma dos pastillas para dormir antes de desmayarse”.

Al sobre tres lo muestra sin ningún preámbulo y cuenta: “Es héroe de guerra condecorado. Trata a las mujeres con respeto. Ama a los animales, no fuma y solo ocasionalmente bebe una cerveza”.

“¿Por quién votas?”, vuelve a preguntar a la adolescente, que lo mira incrédula. Ella suspira y contesta: “por el último”. Lo mismo hace el resto de la clase al unísono. Nadie plantea ni siquiera una duda, parece ser una decisión muy fácil y obvia.

Entonces el profesor sonríe y revela el secreto. “¡Oh cielos! Acaban de descartar a Franklin D. Roosvelt” en el sobre número uno, “a Winston L. Churchill” en el dos, “y afortunadamente han elegido a este hombre”, muestra, mientras saca del sobre tres una foto de Adolf Hitler. En medio del murmullo que genera su revelación, le dice a sus estudiantes: “El mundo nunca es lo que esperan”. Esa es una verdad que siempre conviene tener presente, les recomienda.

La película, de origen danés, se llama Otra ronda y está en la plataforma Netflix. Vale la pena verla entera pero con solo esa escena ya sería suficiente como para recomendarla. Porque es una excelente enseñanza, de esas que parecen muy simples pero que tienen mucha trascendencia y actualidad.

La primera lectura podría ser que no hay que quedarse con lo que se ve a simple vista y estaría bien. Las apariencias engañan, dice la sabiduría popular. Elegir en función de lo que parece y no de lo que realmente es puede ser el camino más fácil pero no siempre el más indicado. Está claro que el ejemplo de los tres candidatos lo evidencia de manera muy didáctica.

Pero también se puede hacer un análisis no tan lineal, que vale la pena desarrollar porque tiene mucho que ver con los tiempos actuales. No solo está aquello de que nada es lo que parece, sino que siempre conviene desconfiar de lo demasiado perfecto. Lo que es como tiene que ser exactamente, sin arrugas, sin sombras, sin la más mínima duda siquiera, por lo general es una construcción ficticia, lejos de lo real.

Esta conclusión adquiere especial importancia en tiempos en los que manda lo políticamente correcto. Porque lo políticamente correcto se basa en una falacia, que es la negación de las imperfecciones. El hombre que trata con respeto a las mujeres y ama a los animales es el bueno. El que toma mucho alcohol y miente es malo. Puede ser así pero no siempre.

Eso se repite en muchos ámbitos, con otras temáticas y cada vez más, por cierto. Relacionarse de manera diferente con personas o grupos distintos es malo y relacionarse con todos por igual es bueno. Hablar del individuo es malo y hablar del colectivo, o mejor todavía colective, es bueno. Hacer cualquier tipo de comentarios o chistes referidos a cuestiones que impliquen minorías es malo y atacar con mucha virulencia a los que lo hacen es bueno. Esos son solo algunos ejemplos. La lista es larguísima y llena de falsedades.

Porque nadie es del todo bueno o impoluto. Lo perfecto no existe y si algo se le parece o intenta hacerlo es al menos sospechoso de lo contrario. Los que se envuelven en el humo de lo políticamente correcto es porque seguramente tienen unos cuantos defectos muy importantes que no quieren que se vean. Pasa en todos los ámbitos y especialmente en la política, como prueba la escena de la película.

Pero hay algunas señales recientes que muestran cierto fastidio de un número importante de personas con esos que solo se abrazan al deber ser y se muestran demasiado edulcorados. En varios países de la región han ganado las elecciones los distintos, contestatarios al poder de turno y que utilizan a la autenticidad como una de sus principales armas. Los que reaccionan a lo políticamente correcto y cuestionan el exceso de pulcritud impostada han adquirido un protagonismo importante a escala regional y mundial. Es un hecho.

Ante eso, no parece ser un mal camino salirse del molde que hoy se impone casi que a la fuerza. Abandonar los discursos hechos, las frases vacías y los esquemas preestablecidos sobre lo que está bien y lo que está mal. Decir un poco más lo que se piensa y menos lo que se debería pensar. Ser lo más auténtico posible e incorporar con naturalidad las imperfecciones para mostrarlas, en lugar de hacer como si no existieran. Y especialmente halagar y criticar lo que así lo merezca, venga de donde venga y guste a quien guste.

Una última reflexión concreta al respecto: defender lo que no se debería solo porque fue hecho por un “amigo”, “compañero” o “correligionario” es un claro ejemplo de lo que habría que desterrar. Entiendo que pueda ser políticamente correcto pero genera mucho daño a los que lo hacen. Ejemplos de esos hay muchos, de distintos orígenes, y algunos, de estos días. No importa de qué partido, religión o club de fútbol es una persona si se equivoca. Si lo que hizo es una falta, un error, una desviación ética o hasta un delito hay que marcarlo, hacerse cargo y no mirar para el costado o tratar de buscar lo mismo en los adversarios. Solo con cambiar eso ya cambia mucho, o al menos es un buen comienzo. No puede ser tan difícil, ¿o sí?