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    En trance

    Boi Neón, de Gabriel Mascaro, en Sala Zitarrosa
    Colaborador en la sección de Cultura

    La vaquejada nació a principios del siglo XX en el nordeste de Brasil, donde el sol se asoma temprano, poco después de las cinco de la mañana. Es una fiesta al estilo de los rodeos estadounidenses. Los vaqueros, montados a caballo, deben capturar a los toros por la cola o por la cabeza. El título de esta bellísima y poética road movie proviene de uno de los shows de una vaquejada en la que se pinta a un toro —boi en portugués—, con crudos colores químicos fluorescentes que brillan con el neón. La historia que cuenta Boi Neón es la de quienes habitan detrás de escena en estos espectáculos, en especial Iremar (Juliano Cazarré), que cuida y prepara a los animales para los shows. Iremar forma parte de una tribu nómada, una familia rodante que va de rodeo en rodeo, a bordo de un camión que es hogar y medio de transporte de los animales. Sus compañeros de ruta: Zé (Carlos Pessoa) y Galega (Maeve Jinkings), la bailarina al volante y madre de Cacá (Alyne Santana), la niña que quiere tener su propio caballo.

    Esta es una película donde el montaje se da, principalmente, dentro del plano. La intención es contemplar a estos personajes desde una mirada cercana al documental. La cámara registra las relevaciones que los momentos y las acciones van sumando a cada encuadre, cuidadosamente fotografiados por Diego García, director de fotografía de, entre otras, la última película de Apichatpong Weerasethakul, Cemetery of Splendor.

    El director Gabriel Mascaro estuvo en Montevideo el 27 de abril presentando la película en el cierre de la séptima edición del Cinema Fest Brasil. Durante su breve paso, el realizador y artista visual nacido en Recife en 1982, conversó con Búsqueda acerca de este trabajo, exhibido en más de 60 festivales y premiado en Venecia, Río de Janeiro, Polonia, Australia, Canadá, Colombia y Cuba. Mascaro es autor de los documentales Doméstica (2012), Avenida Brasília Formosa (2010), Un lugar al sol (2009) y Escarabajo KFZ-1348 (2008), que se exhibieron en el Festival Cinemateca Uruguaya. Vientos de agosto, su primera obra de ficción, obtuvo Mención de Honor en el Festival de Locarno. Boi Neón, su segundo largometraje de ficción, es una coproducción entre Brasil y Uruguay. Entre los uruguayos presentes en el filme se encuentra Fernando Epstein (25 Watts, Whisky, Gigante), que se encargó del montaje. Al elenco se sumaron Roberto Birindelli y Abigail Pereira.

    Podría decirse que Boi Neón es una suerte de organismo híbrido compuesto entre ficción y algo de documental. Del mismo modo que Iremar arma un maniquí con partes de un hombre y una mujer, Mascaro articula Boi Neón con partes de documental y ficción. Su película es una encendida y original mezcla donde elementos de la realidad y la ficción se fueron combinando y expandiendo con naturalidad. Es lo natural uno de los aspectos más destacables de este bocado exquisito que se estrena hoy jueves 12 en Sala Zitarrosa.

    “La pregunta que más me hicieron en otros países es cómo había logrado que actores no profesionales actuaran de forma tan profesional y se vieran tan naturales”, sonríe Mascaro. “Y la verdad es que Juliano Cazarré, el protagonista, es un actor muy conocido. Igual que Maeve Jinkings, que ya había hecho otras películas antes. El actor que interpreta a Junior, el personaje de la planchita de pelo, es Vinícius de Oliveira, el niño de Estación Central. Esa inspirada naturalidad está, además de la forma de filmar de Mascaro, de la distancia donde coloca la cámara, en el modo en que trabajó el guion. El director explica que el guion, que demandó cuatro años, fue una guía. “Al principio fue usado para trabajar con los actores durante unos meses, con total libertad”, cuenta. Después, mientras se conocían y exploraban los escenarios y las motivaciones de los personajes, se dejó de lado. Los actores aportaban a su personaje y viceversa. Hasta que luego, una vez iniciado el rodaje, se volvió al guion para no perder el rumbo, la esencia: “Ver las pequeñas transformaciones”.

    Boi Neón fue un proyecto vivo, cambiante, que llevó años de trabajo y transformación. Palabra clave: transformación. Por ejemplo: al principio, el personaje de la niña Cacá, que quiere ser vaquera, era un varón. El casting se prolongó bastante, no encontraban al adecuado para el papel. Y un día llegó una niña, Alyne Santana, que demostró gran convicción. Así es Cacá, precisamente. Entonces Mascaro se dio cuenta de que el personaje era de ella. Y de que iba a tener algo de ella. Realidad y ficción se combinaron en ese organismo en trance que es Boi Neón. La historia del filme es una expansión y combinación de esos elementos.

    “Conocí una historia similar a la de Iremar”, cuenta Mascaro. “La de un muchacho que trabajaba en las vaquejadas y diseñaba ropa de surf. Es que en esa región de actividad ganadera, el gobierno invirtió mucho dinero en el desarrollo de un centro industrial para el diseño y la confección de ropa de surf. Paradójicamente, es una zona sin playa, y se puede ver una imagen un poco surrealista: ganaderos usando ropa de surf”. El artista, que no se reconoce cinéfilo pero que evidentemente maneja el lenguaje cinematográfico con notable destreza, se acercó a ese mundo para investigar, sabiendo que había material para un documental. Viendo el día a día, la relación de los hombres con el ganado, el ritual de la limpieza de las colas de los toros, los masajes que se les realiza a los animales, fue construyendo el personaje de Iremar, el vaquero que prepara a los toros en las vaquejadas y que luego, con el sueño de ser diseñador de moda, dibuja y confecciona prendas de vestir.

    El cliché del vaquero se resquebraja. También el de la moda. El de la bailarina de strip tease. O el de la mujer embarazada. Es fascinante ver cómo Mascaro toma los estereotipos como materia prima, los cuerpos como lienzos y elabora su mezcla y expande las dimensiones de sus personajes. Mientras el vaquero musculoso y heterosexual no oculta su gusto por la ropa y los perfumes y quiere confeccionar vestidos con lentejuelas, prepara un toro de día y a la noche se sienta frente a la máquina de coser, o una tarde toma una revista erótica para dibujarle un traje a una modelo, es una mujer, una madre, fuerte y femenina, Galega, la que conduce el camión que lleva a hombres y toros de rodeo en rodeo. De fondo: el paisaje rural, el clima tórrido y espeso del nordeste, las fábricas de ropa repartidas por la zona, la colorida alfombra de basura sobre la que camina el protagonista buscando material para sus creaciones, los bueyes tirados por la cola como parte del espectáculo, un caballo alado, la cabeza rosada, resplandeciente, goteando luces en el aire, sobre el lomo de los bueyes, la bailarina con cabeza de caballo, regada por emisiones rojas y naranjas de los tubos de neón. “Los personajes sueñan con un cambio en sus vidas pero no se quieren ir de donde están, no quieren irse del nordeste”, dice Mascaro. El realizador se concentró en aquello a lo que, por lo general, no se presta demasiada atención en el cine. “En la ritualización de lo cotidiano”, dice. “Los pequeños actos en un lugar de rápida transformación”.

    Con atmósferas y momentos de ensueño que remiten al universo surrealista de David Lynch, diálogos dulces y tiernos y divertidos entre Iremar y Cacá (sobre los caballos y los toros, sobre el nombre artístico del vaquero diseñador, sobre el papá de Cacá), secuencias de comicidad (como el robo de esperma), de desnudez no publicitaria (“Son hombres bañándose, nada más”, dice Mascaro), Boi Neón regala, además, una secuencia bellísima. “Fue una escena intensa, de nueve minutos, sin cortes. Y salió de una sola vez”, confiesa Mascaro. Es una de las escenas de sexo más hermosas que se hayan visto en los últimos tiempos. Una danza sensual. Fue también la más difícil. Y la última en rodarse.