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A los 22 años comenzó a dirigir teatro. A los 26 fue convocado por el Centro Dramático Nacional de España. A los 30 ya trabajaba con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Y desde los 33 a los 40 fue su director general. Tres obras suyas con esa institución llegaron a Montevideo en la última década: Don Gil de las calzas verdes, La estrella de Sevilla y El alcalde de Zalamea. En 2011 volvió al llano con su compañía Noviembre Teatro, la que define como “un club social”. El madrileño Eduardo Vasco, uno de los principales referentes del teatro clásico español y miembro fundador de la Academia de las Artes Escénicas de España —creada hace cinco años—, está en Montevideo para presentar La ruta de Don Quijote, su último espectáculo (viernes 4 a las 19 y sábado 5 a las 20, en el Solís), y para dar un seminario de dirección e interpretación de teatro clásico durante tres días en el Centro Cultural de España.
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La obra es la primera adaptación teatral que se hace del ensayo homónimo, escrito a principios de siglo XX por José Martínez Ruiz, conocido en el mundo de las letras por su seudónimo Azorín. Ejerciendo como periodista, en 1905 este señor fue enviado por un diario a recorrer los caminos en los que se ambientó Don Quijote de La Mancha, en el tercer centenario de su publicación. Con esta y otras piezas, Azorín plasmó un estilo de narración rico en detalles y basado en un dominio de la lengua castellana que llegó a ser definido como “virtuoso”. La versión de Vasco, un unipersonal protagonizado por Arturo Querejeta, recrea el periplo del cronista, rico en anécdotas e imágenes, en un juego de muñecas rusas que combina el mundo cervantino con el de la España rural de hace cien años. “Este libro cayó en mis manos cuando estaba estudiando y nunca se había adaptado al teatro. Siempre me fascinó por la precisión del lenguaje, es un orfebre de la palabra que fascinó a mucha gente, pues primero fue un anarquista y luego se moderó”, dijo Vasco a Búsqueda el martes 1º, apenas llegó a Montevideo. “A Azorín lo mandan a hacer este viaje y lo que se encuentra es una Mancha parecidísima a la que cuenta Cervantes, con gente que ama esa figura pero casi no ha leído el libro. Y va por esa España en un carro entre penurias y gente fascinante, y llega a desentrañar los motivos por los que cree que Cervantes escribió aquella obra. Eso es lo que me interesó y deslumbró. Es curioso, algunos me dijeron que era un espectáculo muy intelectual; creo, por el contrario, que es muy emocional. A veces pienso que corremos el peligro que dentro de poco hasta lo más básico sea tildado de intelectual”.
Con 49 años recién cumplidos, Vasco es una de las mayores referencias en España a la hora de hablar de teatro clásico. Pero en su familia el arte era algo secundario, porque su padre era aviador militar. “Mi abuelo fue pianista pero dejó por la Guerra Civil. En el colegio al que fui me contagié del teatro y de la música, mis dos pasiones. Hice unos años de psicología pero cuando me decidí por la carrera artística no fue un problema, mis padres me apoyaron”, dice, y explica que unió música y teatro en el oficio de diseñador de espacio sonoro en la escena, que desempeña en paralelo a la dirección. “Cuando vine a Uruguay por primera vez conocí a músicos como Cabrera y Pitufo Lombardo, y los sigo de cerca. Y a Drexler lo veo en los bares de Madrid cuando tengo ganas”.
Vasco trabajó como actor unos pocos años pero siempre tuvo claro que lo suyo era la dirección: “Siempre preferí la mirada desde fuera, contar la historia, manejar los tiempos y componer la escena. Por suerte, hoy el director ya no es esa figura totémica a la que hay que venerar: trabaja aprovechando los talentos de los equipos. Ya no corre aquello de ordeno, mando e impongo; ahora es seducir y convencer, controlar el relato, sugerir, habilitar. El director dictador es muy aburrido, es lo peor que le ha pasado al teatro porque acabas ahogando los impulsos creativos de los actores”.
Con esos conceptos se maneja la compañía que fundó, Noviembre Teatro, que montó esta pieza que trae al Solís. “Noviembre es como un club social: los actores entran y salen, nos conocemos desde hace mucho y cuando cuadra, hacemos un proyecto juntos. Es una compañía abierta e independiente, lo que no es fácil en España, y es un lujo impagable. Hacemos el teatro que queremos, financiándonos mayoritariamente con nuestras giras. Elegimos lo que hacemos, cómo, cuándo y con quién”.
Nuevos clásicos.
Vasco dice que en sus inicios seguía una línea de teatro “rabiosamente contemporánea”, pero que el amor por los clásicos estaba desde su formación y tiene que ver con la apertura cultural en la España de los 80. “Una de las primeras cosas que me aprendí de memoria es La vida es sueño. En la España de los 80 comenzó un muy interesante proceso de recuperación de los clásicos, vinculado a festivales como el de Almagro y a la Compañía Nacional. Porque la dictadura se había apropiado de muchas cosas, entre ellas del teatro clásico, y hubo que desvincularlo de esa ideología nefasta y convertirlo nuevamente en patrimonio de todos. Me tocó empezar a estudiar teatro en medio de esa fiebre”.
Pero, ¿qué tiene el teatro clásico español diferente del inglés o del francés? Vasco responde con las tripas. “Es una dramaturgia muy potente que influyó en el teatro francés, más incluso que el teatro shakespeariano. Pero es simple: para un español lo que tiene de extraordinario es la lengua. Imagínate si fuéramos ingleses y pudiéramos apreciar a Shakespeare en nuestra lengua natal. Bueno, eso me pasa al leer La vida es sueño. La fascinación de descubrir todo un nuevo mundo dentro de tu propia lengua. Y en este momento en que parece que cada vez sobran más palabras y que la palabra está tan denostada en todos los idiomas, creo que el teatro clásico permite reivindicar nuestra lengua y volverla preciosa, fina, elegante. Además, si bien algunos valores que maneja el teatro clásico pueden estar muy pegados a su época y no se pueden rescatar, hay otros que son universales, como la dignificación del ser humano, el amor, el honor, la palabra dada, cosas que siguen siendo importantes”.
Vasco responde a quienes tildan la experiencia clásica como aburrida o demasiado solemne: “He visto espectáculos maravillosos y nefastos de teatro clásico. Como he visto películas espantosas de neorrealismo italiano y otras maravillosas. Hay de todo. El teatro hecho por gente a la que le fascina lo que hace, suele ser muy bueno. Cada época ha hecho su versión de los clásicos y para nosotros las formas tradicionales pueden ser las de los años 50. En España casi no sabemos lo que hubo antes de ese cataclismo que fue la Guerra Civil, por la que nuestros mayores creadores o se vinieron aquí o los encarcelaron o los mataron. Pero ahora mismo, España es un lugar donde los clásicos se respiran. El lema del Festival de Almagro es ‘Respira teatro’, y el público está ávido de ver tanto los experimentos como las propuestas más ortodoxas. Nos ayudó mucho hacer esa arqueología de información sobre cómo se hacía el teatro clásico en el Siglo de Oro. Y ese es un mecanismo muy contemporáneo, porque sabiendo bien cómo se hacía, decides cómo hacer el tuyo. No se puede contar la misma historia a un señor del siglo XXI que a uno del siglo XVI”.
Vasco describe un poco más profundamente cómo es hacer teatro clásico desde una perspectiva actual. “Si uno toma una obra como La dama boba y la convierte en una farsa de grititos y chicas tontas que hacen estupideces, terminará haciendo una estupidez. Ese es el gran lastre del teatro clásico. Pero si uno reflexiona que es una chica que no ha tenido buena educación o que no ha tenido acceso a lo sensible, la obra será más interesante. Don Gil de las calzas verdes la conté como el drama de una mujer que solo tenía dos opciones: salir a buscar a su marido y recuperarlo o meterse en un convento, porque no había más salida para una mujer en aquella época. Planteado así, como un tema que ella tiene que solucionar y que en ese camino le pasan cosas divertidas, funciona. Si no, es una idiotez. Esa mujer no monta todo este lío por un simple capricho sino porque tiene un solo camino posible, y está desesperada. Creo en la palabra de los autores, en la profundidad de esas historias que contaban para mejorar el mundo. Y no tengo otro objetivo. Si es solo para entretener, hagamos televisión, que es mucho más fácil”.
En La ruta de Don Quijote hay dos personajes, interpretados por el mismo actor: “Entre los dos sumergen al espectador en el mundo de Azorín”, explica Vasco, y adelanta que la puesta incluye un gran despliegue tecnológico, de imagen y sonido, con una paleta de más de 400 efectos audiovisuales y un amplio juego de iconografía del Quijote, que abarca sus más de 400 años de historia, además de fotos tomadas por el propio Azorín e incluidas en las primeras ediciones del libro. “Pero más allá de este despliegue, la historia ocurre donde debe ocurrir el teatro: en la cabeza del espectador. Yo viajo siempre con un libro de poesía en la mochila y creo que esta obra habla de la poesía y de qué hay detrás, de hasta dónde queremos conocer las historias que nos cuentan. Y nos pide que intentemos ver el mundo de un modo menos rápido y más bello”.