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    Ensayos sobre Eva Perón, la política y la moda

    Evita la coqueta

    No hay que escarbar mucho para imaginarse los motivos que llevaron a Andrew Lloyd Webber y Tim Rice a componer el musical Evita. Tampoco es muy complicado imaginar los motivos de Alan Parker para adaptarlo al cine en 1996. Y es fácil adivinar qué llevó a Madonna a interpretar el personaje principal y a obsesionarse brevemente con ella. La historia de Eva Duarte (o Evita Perón) lo tiene todo: orígenes humildes, paso por la interpretación, fama, encuentro con un hombre poderoso, trabajo social, mucha más fama, polémica, volverse un ícono en vida y morir terriblemente joven a los 33 años. Y glamour, toneladas de glamour.

    También puede sospecharse que ni a Lloyd Webber ni a Rice ni a Parker ni a Madonna los debe haber apelado en profundidad la ideología peronista, fenómeno que, hay que decirlo, resulta absolutamente incomprensible para cualquier no argentino. El peronismo es algo tan profundamente argentino, tan visceral y espiritual a la vez que hasta el antiperonismo es peronista.

    Pero Evita es universal. Fue la primera mujer política de relevancia notoria en su país y en América, y de las primeras en el mundo. No llegó a cumplir su sueño (ser vicepresidenta junto a su marido), pero de no haber muerto tan temprano es casi seguro que lo hubiera logrado. Al día de hoy el peronismo es una bestia multiforme que tanto es de izquierda como de derecha. El peronismo de derecha tal vez sea el más puro, el original, no en vano el propio Perón fue un militar de carrera simpatizante del Eje durante la Segunda Guerra Mundial y de los diversos fascismos europeos. Lo de Evita en cambio fue por otro rumbo, funcional a las veleidades populistas de su marido pero personal y, a todas luces, sincero. Evita amaba a su pueblo, a los “descamisados” (o “grasitas”), era ferozmente feminista, apoyaba los movimientos populares y despreciaba a la burguesía. Sin Evita no existiría el peronismo de izquierda. Y todo lo hizo en una década escasa, a diferencia de la extensa carrera de su marido.

    ¿Y cómo no iba a enamorarse Madonna de un personaje así de energético y trágico que, además, hizo un uso inédito y magistral de la moda y de la alta costura como herramientas políticas?

    De mendiga a millonaria

    Eva Duarte nació el 7 de mayo de 1919 en la ciudad de Junín, hija ilegítima de un estanciero. Vivió con su madre y sus hermanos en la estancia de su padre hasta que en 1935 se trasladó a Buenos Aires a probar fortuna. Empezó a trabajar en papeles secundarios en teatro y lentamente fue ascendiendo hasta los ambientes realmente populares: el radioteatro y el cine. Su carrera va despegando, pero en 1944, a los 24 años, ocurrió el evento más importante de su vida, conoció a Perón (48 años) y se convirtió primero en su amante y desde 1945 en su esposa, y en el buque insignia de la imagen del movimiento peronista, sobre todo después de que su marido gana las elecciones presidenciales de 1946.

    Viniendo del mundo del espectáculo, Evita ya traía el glamour en la sangre, y no dudó en convertirlo en arma para afianzar su imagen tanto de hada madrina de los pobres como de opositora de la oligarquía en su propio terreno. En ambos casos logró sus objetivos: los primeros la amaron, los segundos la odiaron (como muestra, las pintadas de “Viva el cáncer” que aparecieron luego de su muerte).

    Su primer aliado fue el modisto argentino Francisco Paco Jaumandreu, simplificado a Jamandreau, figura del mundo de la moda desde los años 40. En apenas tres años, de 1944 a 1947, fue su modisto, su amigo y su compinche, o eso al menos dicen los dos libros biográficos que escribió el modisto. De la gran amistad que asegura haber tenido con Evita no hay mayores registros fuera de sus anécdotas, de hecho, existe una sola foto en la que se los ve juntos (también aparece Mirtha Legrand). Pero en las biografías del modisto fueron culo y calzón desde el momento en que se vieron. En efecto, Jamandreau cuenta que la primera vez que conoció a Evita fue en el apartamento de esta en Recoleta, y que de inmediato lo llevó al dormitorio a conocer a Perón, que estaba acostado comiendo choripán y tomando vino. Muy peronista, muy poco creíble.

    Lo cierto es que Jamandreau fue el arquitecto que creó el estilo bífido de Evita, los vestidos espectaculares que lucía en eventos sociales y los trajes sobrios que se ponía para su trabajo social. Dos armaduras distintas para dos combates diferentes.

    En 1947 Evita se embarcó sola en una gira europea sin precedentes. Originalmente era una invitación del gobierno de Franco para visitar España por las buenas relaciones que tenía con Perón, agradeciendo que acababa de socorrerlo con una ingente cantidad de alimentos para paliar la hambruna. Evita aprovechó para dar unas vueltas por el continente, con suerte dispar. La extensa visita a España fue apoteósica, con celebraciones, multitudes que coreaban “¡Franco y Perón, Franco y Perón!”, condecoraciones surtidas y un obsequio descomunal: 50 trajes típicos de las otras tantas regiones españolas, con accesorios.

    Luego de España fue a Italia, donde la recepción fue más fría (posguerra, poca paciencia con simpatizantes del fascismo), Portugal, Francia y Suiza. Inglaterra decidió no invitarla (mismas razones), aunque la reina le ofreció que pasara por su palacio a tomar el té. Evita declinó la oferta. Al regreso, en barco, paró un par de días en Montevideo.

    Lo fundamental del viaje en lo que a imagen se refiere fue su estancia en París. Allí tomó contacto con las principales casas de moda, varias que ya no existen y fundamentalmente la de Christian Dior. Esta visita selló el destino de Jamandreau, porque a partir de ese momento Evita pasó a vestirse directamente con creaciones de la meca de la moda, incluyendo varios de los más célebres vestidos del New Look de Dior.

    De regreso a Buenos Aires, Evita se abrazó a Perón en el puerto y siguió su carrera de hada de los descamisados, gestora del sufragio femenino, patrona del sindicalismo, defensora de los derechos y vanguardia de la moda, hasta su muerte en 1955 por un cruel cáncer de útero. Luego de su deceso siguió imparable su ascenso hasta la cumbre del nutrido y variopinto santoral seglar argentino, incluyendo diversas aventuras de su cadáver que dieron origen a varios libros y películas.

    Evita a la moda

    El investigador Marcelo Marino recopiló en Evita frente al espejo. Ensayos sobre moda, estilo y política en Eva Perón (Ampersand, Buenos Aires, 2022) una colección de estudios en un volumen cuyo título define su contenido. Siete académicos, incluyendo al propio compilador, abordan otros tantos ángulos distintos de la compleja, multiforme y fascinante relación de Evita con la vestimenta, desde su estatus actual de ícono de la comunidad gay hasta sus expresiones y poses en fotografías y cuadros. Un capítulo entero está dedicado a la descripción minuciosa de los 50 trajes típicos que el franquismo le regaló en su visita como muestra de que los asuntos referidos a la ropa la perseguían como si tuviera un imán.

    Tratándose de Evita, tratándose de Argentina, tratándose de peronismo, tratándose de académicos, por momentos es difícil evitar las trampas de la fascinación. Leyendo sobre su gira europea y su relación con las casas de alta costura, es fácil ver qué obtuvo de ellas Evita y con qué habilidad magistral las utilizó en su carrera política, pero es más complejo discernir qué obtuvieron estas casas de alta costura de ella, a pesar de los términos entusiastas usados por los ensayistas: en ambos capítulos se repite la frase de Christian Dior (no hay motivos para ponerla en duda) de que fue la única reina a la que vistió. En el capítulo sobre Evita y el mundo gay se habla más sobre Jamandreau (referente de la comunidad por décadas, hasta su muerte en 1995) que de la propia Evita, sobre la que no hay mucho que decir del tema. En un exceso de entusiasmo se llega a acotar que Jamandreu la vestía “casi como una drag queen”, cuando de existir la causalidad sería exactamente la opuesta: las drag queens (que no existían ni de cerca en los años 40) se visten como Evita. El extenso y minucioso estudio sobre los 50 trajes típicos españoles puede ser muy atrayente para alguien interesado en las tradiciones del país, pero difícilmente para alguien interesado en Evita. El libro tiene abundante material fotográfico, pero con cuestionable integración. En la página 72 dice: “‘Cada vez que se me presentó la ocasión o aun buscándola secreta o públicamente, visité cuanta obra social me fue posible (figura 10)’”. La figura 10 es un retrato de Evita mirando afuera por la ventana de su hotel. Vaya a saber la correlación.

    Pero en conjunto el libro es fascinante. Evita se autoconstruyó con tesón y firmeza como un ícono, con tal oficio que pervive hasta el día de hoy. Su uso de la vestimenta como herramienta, símbolo y arma es de una complejidad asombrosa y, lejos de cualquier sospecha de frivolidad, es un reflejo de su determinación e inteligencia. A Evita se la puede amar o se la puede odiar, pero en cualquier caso sería una necedad negar su carácter, determinación e inteligencia, y eso es lo que en realidad revela su relación con la ropa. Una mezcla nunca vista de glamour, carisma, visión política y ambición. La piedra fundamental del populismo chic. Un referente de profundidad insospechable: hasta el día de hoy las mujeres argentinas se tiñen de rubio siguiendo la moda iniciada por ella, o eso se dice. Una figura irresistible.

    Y, si no, que le pregunten a Madonna.