Nº 2246 - 12 al 18 de Octubre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn todo el mundo se organizan oficialmente unas 7.800 maratones por año y se estima que el 1% de la población participa en alguna de ellas. El domingo 8 corrí la maratón de Chicago, que convoca a unos 47.000 participantes y es considerada como una de las six majors a nivel global, junto con las de Boston, Nueva York, Londres, Berlín y Tokio.
Correr una maratón no es lo mismo que pasar la línea de llegada. Es probable que correr poco más de 42 kilómetros sea una de las actividades más incómodas que voluntariamente he elegido atravesar. El cuerpo y la mente se enfrentan a todo tipo de dolores, sensaciones y emociones durante el trayecto que separa la línea de partida de la de llegada.
Su preparación tampoco es para nada agradable. Por lo general se requieren cuatro días de entrenamiento a la semana, muchas horas dedicadas a correr distancias largas, dieta y varios sacrificios que implican desde madrugar hasta relegar otras actividades en pos de los entrenamientos. Como contrapartida, la gratificación al terminar es tremenda. El disfrute y la satisfacción del logro es incomparable.
Lejos de querer ser autorreferente y buscar el aplauso de los lectores, las líneas anteriores buscan ser la introducción para pensar en algo con un enfoque diferente. En el contexto de la vida moderna actual, tenemos que atravesar incomodidades de corto plazo para obtener beneficios de largo plazo, tales como desarrollo personal, salud, conocimiento y crecimiento laboral. Sin embargo, tendemos muchas veces a buscarlos, como en mi caso, en cosas “extraordinarias”, como correr una maratón, mucho más que en pequeñas y rutinarias actividades del día a día.
Nuestra vida actual, en términos generales, es muy cómoda. No digo que todo el mundo en todos lados viva una vida en donde recibir comida en la puerta de la casa o apretar un botón para ver la película recién estrenada sea lo normal. Lo que trato de decir es que, en una perspectiva general, el promedio de bienestar actual probablemente sea el más alto en la historia de la humanidad.
Hemos evolucionado desde ambientes de incertidumbre e inseguridad hasta otros donde tener los beneficios actuales es algo normal para todos nosotros. La molestia que causaba caminar para conseguir comida, tener que viajar horas para llevar una carta de un lado a otro de la ciudad o tener que comer bajo la luz de una vela fue la que hizo posible el desarrollo de la vida cotidiana. Vivir o tener que transitar momentos o situaciones que no eran de nuestro agrado es lo que hizo y hace posible nuestro desarrollo más permanente.
Sin embargo, hoy en día, a cada minuto y en cada situación particular, tendemos inevitablemente a optar por la seguridad, el calor, la comida abundante y la ley del mínimo esfuerzo. Por caso, mientras escribo estas líneas, lo hago desde la comodidad de mi oficina, en una computadora que tiene todas las prestaciones y en una habitación con aire acondicionado que regula la temperatura ambiente según mis preferencias. Todas estas cosas fueron inventadas hace unos cuantos años a raíz de incomodidades cotidianas que, como sociedad, tuvimos que resolver.
Insisto, no estoy diciendo que nada de lo anterior esté mal o que tengamos que volver a épocas medievales. Lo que sí es un hecho es que nos hemos acostumbrado a esas comodidades y las damos por sentadas. Esto posiblemente nos estanca en nuestra zona de confort y nos hace menos proclives a tomar desafíos cotidianos para resolver problemas de largo plazo.
La Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos publicó un artículo hace unos seis años en donde luego de varios estudios y observaciones los autores concluían que solo el 2% de las personas optaba por las escaleras tradicionales si tenía al lado una escalera mecánica. Esta estadística que rompe los ojos se puede trasladar a varios aspectos de nuestra vida cotidiana. ¿Auto o caminar? ¿Cocinar o pedir comida por delivery? ¿Resolver el problema uno mismo o esperar a que el equipo encuentre la mejor solución? ¿Llenar la empresa con beneficios que “cuidan” la rotación o dar sentido y propósito para que la gente se quede trabajando con nosotros? Aplica a todas las áreas de nuestra vida.
La consultora Deloitte entrevistó a 22.000 millennials y centennials de 44 países, preguntando acerca de su satisfacción laboral, y publicó los resultados a principios de este año. Si bien existe una infinidad de conclusiones, un aspecto central es que los jóvenes se aburren con facilidad en el trabajo. Es probable que como directivos, gerentes y profesionales esa sea la incomodidad más grande que tengamos por delante.
Desde chicos hemos incorporado que el aburrimiento no es divertido. Los que somos padres lidiamos a diario con la tensión del “papá estoy aburrido”, que nos lleva a optar (quizás me equivoco) en varias oportunidades por la solución del “ya y ahora” para resolver la situación. En el plano laboral esta situación es bien similar y tendemos a evitar el enfrentamiento, a decir que sí y a otorgar más y mejor de lo que se nos pide con tal de retener, satisfacer y no perder a un colaborador.
El 98% “interno” nos mueve a no querer enfrentar el aburrimiento. Estar aburrido en el trabajo, tener la sensación de no estar a gusto o no estar haciendo nada es algo que normalmente está mal visto por propios y ajenos. Alguien, a quien quiero mucho y que me insiste en buscar espacios para no hacer nada, me regaló Vida contemplativa, el último libro de Byung-Chul Han. El autor surcoreano, que ya he citado en columnas anteriores por su más conocida obra, La sociedad del cansancio, explora en este nuevo libro la importancia de mantener un espacio para la contemplación y el disfrute del aburrimiento en un mundo que a menudo está obsesionado con la productividad y la uniformidad.
Varias publicaciones muestran que ese tedioso fastidio de sentirse aburrido, cuando se maneja de manera constructiva, puede derivar en aspectos positivos para las personas y las empresas involucradas. En ese sentido, los espacios de ocio pueden ser los capaces de dar un respiro al cerebro y al cuerpo con el fin de volverlos más atentos, más productivos y creativos. Esa sensación negativa bien manejada, en forma consciente y acompañada, puede dar espacio para soñar despierto e incuba la creatividad, las nuevas ideas y la posterior innovación.
No estoy abogando por buscar trabajos en los que pasemos gran parte del día sintiéndonos hastiados. Sin embargo, lidiar mejor en el trabajo con nuestro aburrimiento y el de los demás, aprovechándolo para bien, puede ayudar a capturar sus lados más positivos. Comparto algunas ideas que pude extrapolar de lo que sucede con esas sensaciones desagradables durante la maratón, en el aspecto físico y mental, para tratar de apicararlas a síntomas propios y, por qué no, de nuestros colaboradores.
Al sentir la primera incomodidad que produce el aburrimiento hay que evitar actuar de inmediato. En una carrera como lo es una maratón no hay que parar frente al primer síntoma de dolor. El hecho de que alguien haya notado que esté sin ánimo significa que ha logrado resistir, aunque sea brevemente, a la tentación de abandonar, cambiar o tomar una decisión apresurada. Notar y darle nombre al aburrimiento que tenemos por delante nos puede ayudar a dirigirlo con intencionalidad hacia un mundo nuevo de posibilidades no exploradas. Dicen que en la ducha se producen las mejores ideas y es porque justamente en ese momento nuestro cerebro está inactivo o, en apariencia, aburrido.
Por otra parte, es recomendable descifrar qué tipo de tedio estamos sintiendo. Esto puede ayudarnos a definir qué es lo que tenemos que hacer como contrapartida. ¿Es algo estructural o puntual? ¿La sensación se repite en todas las tareas y los roles en los que nos hemos desempeñado o hay algo particular que la acrecienta y estimula? Mirar hacia dentro es un camino muy desafiante pero puede darnos pequeñas respuestas para definiciones de largo plazo.
El día a día nos pone permanentemente a prueba sobre en qué porcentaje de las disconveniencias queremos estar. Podemos optar por el lado de las minorías que eligen las incomodidades que implican correr una maratón o tomar las escaleras tradicionales. Podemos también optar por el camino fácil, cómodo y normalmente más corto. Lo importante es ser conscientes de los pequeños cambios que podemos hacer para pasar de un lugar a otro de la estadística.
No hace falta ponerse grandes desafíos ni objetivos despampanantes. Te invito a que te tomes un tiempo para definir en tu próxima decisión cotidiana cuál será el camino que eliges para transitar esa incómoda maratón.