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    Escritos de un cubano indecente

    Fabián y el caos, la nueva novela de Pedro Juan Gutiérrez

    Pedro Juan Gutiérrez es muy conocido por su personaje, Pedro Juan. Es decir, entre el escritor y su criatura hay muy poca diferencia, aunque en esa pequeña porción corre toda la literatura. Pedro Juan es como Chinaski, el álter ego de Charles Bukowski. Por más que las novelas del cubano y las del norteamericano sean autobiográficas, por más que estos escritores escriban sobre sí mismos, la ficción termina por traicionarlos, y es bueno que así sea. Además, qué importa la verdad, qué importa la radiografía real, lo que cuenta es la veracidad literaria, si el personaje funciona, si la historia te envuelve, si la narrativa es elegante.

    Como Bukowski escribía de su amada Los Ángeles, Pedro Juan escribe de Matanzas, allí creció, se curó el asma y fue joven. Y luego escribió de su amada La Habana, donde actualmente vive en el viejo barrio Centro Habana, un conglomerado de edificios bajos y casas viejas y descascaradas, similar a nuestra Ciudad Vieja. Desde una azotea, la vista es muy parecida.

    Como Bukowski escribía de sus hábitos alcohólicos, de sus putas y de las pensiones mugrientas en donde le tocaba caer, Pedro Juan escribe del ron, de sus mulatas tetudas y culonas ligeras de ropa y de los miserables lugares donde durmió, hasta que se hizo célebre con la escritura y pudo recalar en un apartamento más digno. Por algo Pedro Juan Gutiérrez fue llamado el Bukowski caribeño, aunque no le guste la etiqueta, aunque él diga que es latino y el otro anglosajón. Siempre aclara que su gran influencia fue Truman Capote.

    Fabián y el caos es la última novela de este escritor isleño nacido en 1950, que una vez fue vendedor de helados, luego peón rural, trabajador de la construcción y periodista, hasta que la crisis cubana de­satada en 1990-91, cuando dejó de recibir ayuda de la Unión Soviética, terminó por desintegrar entre otras cosas Bohemia, la revista semanal para la cual escribía, que pasó a ser mensual. Y ese nomadismo, esa falta de brújula y ese afán por la libertad contra viento y marea (él prefiere decir en buen inglés Born to be Free) lo llevaron a convertirse en novelista, con preferencia por los sujetos marginales, maltratados y parias de la sociedad.

    Pero Pedro Juan vive y escribe desde Cuba, no desde Miami, y esa diferencia la quiere dejar bien en claro, aunque despotrique explícitamente contra el régimen autoritario de los hermanos Castro, como lo hizo en todas sus novelas y también en esta. Él es un rebelde, no un gusano. Es un buscavidas dentro de un sistema opresivo, pero no desea abandonar ni su barrio, ni su cultura, ni su país. Se te ha dado vivir así y así vivirás, tal es su lema.

    Pedro Juan, el personaje, traba amistad con Fabián; dos estilos, dos posturas frente a la vida bien diferentes. Nuestro héroe y narrador es mujeriego, hedonista, peleador e inconformista. Fabián es retraído, feo, miope, enclenque, ama la música clásica y quiere ser concertista, pero debido a su condición de homosexual está radiado, es “lacra social”. Los maricas son como los inútiles, según el régimen cubano. Y deben ser tratados, reformulados con marxismo y más marxismo y corregidos en campos de trabajo. Estamos en los años 60, y el incipiente y curioso lector Pedro Juan debe conformarse con aquellos escritores que no son “decadentes”. La lista de decadentes o prohibidos es larga: Hermann Hesse, Boris Pasternak, Nietzsche, Marcuse, Céline y muchos más, además de los cubanos exiliados como Cabrera Infante, Gastón Baquero, Severo Sarduy y José Ángel Buesa, según Pedro Juan un “poeta superkitsch y mínimo” pero exiliado al fin.

    Cuando Pedro Juan quiere ir al cine para primero calentar, apretar y luego templar (coger), debe hacerlo con películas polacas o rusas.

    Total, el mujeriego sin rumbo y el concertista homosexual se terminan encontrando en una fábrica de carne enlatada, un asqueroso lugar donde matan cerdos, pulula la grasa y se disipan las esperanzas.

    La novela se lee de un tirón, que es un gran elogio para todo escritor. Tiene humor, una adecuada dosis de cinismo, también profunda tristeza y desazón y pasajes realmente logrados, como los ingenieros de Corea del Norte que supervisan las máquinas de la fábrica de carne enlatada y rinden pleitesía a su gran líder Kim Il-sung, representado por un retrato en el medio de la fábrica, al cual los coreanos hacen permanentes reverencias y le dejan flores cada vez que pasan a su lado. O como el huracán que se desata en casa de Fabián, mientras este se sienta al piano a tocar Wagner —aterrado, excitado, asombrado— y acompasa la música con los truenos que retumban y las tejas del techo que vuelan por los aires, todo sumido en una total oscuridad.

    Pedro Juan Gutiérrez ha escrito las novelas Animal tropical (Premio Alfonso García-Ramos, España, 2000), Carne de perro (Premio Narrativa Sur del Mundo, Italia, 2003), El insaciable hombre araña, Trilogía sucia de La Habana (Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí) y El rey de La Habana (llevada al cine). Ha sido traducido a muchos idiomas y es uno de los escritores cubanos más leídos en el mundo. Claro, en la isla sus libros recién están apareciendo, muy de a poco, en las editoriales del Estado, todo bien reglamentado y acorde con la Revolución. Por el momento, ha decidido no escribir prosa; prefiere hacer poesía, que es más lúdica, y pintar, que lo considera un juego infantil. Dejó de beber y de fumar porque ya tuvo suficiente. Pero no de templar. Es difícil domesticar a un animal tropical. Ni los Castro pudieron.

    Fabián y el caos, de Pedro Juan Gutiérrez. Anagrama, 2015, 235 páginas, 560 pesos.