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    Eutanasia para el Mercosur

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2153 - 16 al 22 de Diciembre de 2021

    La anécdota la suele contar con mucho detalle Luis Alberto Lacalle Herrera. La recuerda con entusiasmo y con la importancia de saberse parte de uno de los principales episodios de las últimas décadas. Fue en 1990. Hacía poco que había asumido como presidente, menos de un año. Dentro de las decenas de encuentros semanales con sus ministros, hubo uno que lo sacudió como si estuviera atravesando el océano en un pequeño velero en plena tormenta. Quien activó ese sacudón fue el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Gross Espiell, cuando le transmitió que Brasil y Argentina estaban a punto de firmar un acuerdo para crear un mercado común entre ambos.

    Uruguay había quedado afuera. Había participado en algunos de los diálogos previos pero esta vez sus dos gigantescos vecinos no lo habían ni registrado en sus avances. Fue entonces que Lacalle Herrera, fiel a su estilo, decidió actuar lo más rápido posible, sin consultar demasiado para no perder tiempo. Se acercó al lugar en el que se procesaban las negociaciones y “tocó la puerta”, según recuerda, por más que no había sido invitado. Se la abrieron y hasta lo recibieron con mucha hospitalidad. Tanta que Uruguay y Paraguay terminaron meses después firmando la fundación del Mercosur junto con Argentina y Brasil. De excluido a miembro pleno y fundador. Del nerviosismo y la preocupación a la expectativa y la esperanza. Así empezó Uruguay en el Mercosur, con Lacalle Herrera a la cabeza, hace más de 30 años.

    Hoy ese bloque regional se cae a pedazos. No por viejo: por inútil. No ha servido para casi nada de lo que se imaginaban sus fundadores. Y por esas casualidades e ironías que a veces trae la historia, el que está a cargo de lidiar con esa situación como presidente uruguayo es Luis Lacalle Pou, hijo de Lacalle Herrera. Cuando su padre estaba en las disyuntivas fundacionales, él estaba en el liceo. Terminó sus estudios, se recibió de abogado, fue diputado, senador y ahora presidente viendo cómo esa gran apuesta regional a la que se abrazó su progenitor y que había causado noches de insomnio en su casa de adolescente se iba diluyendo año tras año, como si fuera arena entre los dedos.

    Pero, recurriendo a la sabiduría popular, aquello que fue una entrada por la ventana —y a último momento— de Uruguay al Mercosur, puede ser premonitorio de lo que hoy está comenzando a ocurrir y que seguramente se profundizará en el próximo año. Dice el dicho: “El que llega sin que lo inviten se va sin que lo echen”. Parece aplicar a la perfección para describir la situación uruguaya con respecto al bloque regional.

    No hay ningún integrante del actual gobierno, al menos de los que ocupan lugares de relevancia, que esté dispuesto a defender públicamente la posibilidad de que Uruguay abandone el Mercosur. Es una cuestión de sensatez. No tendría mucho sentido para un país muy pequeño ponerse de espalda a sus dos vecinos y socios comerciales. Además, parte de su atractivo para inversores extranjeros es justamente su ubicación entre las dos grandes potencias de la región.

    Pero seguro que todos ellos, al menos en alguna oportunidad, pensaron en el final del bloque regional, en decadencia y sin muchas posibilidades de recuperación. Hoy jueves 16 y mañana viernes 17 se realizará desde Brasilia una cumbre virtual del Mercosur. Es probable que todos los presidentes se refieran a la importancia de la unión entre los países socios y a la necesidad de fortalecerla. Es lo que deben hacer. Eso sí: los discursos son una cosa y la realidad es otra totalmente distinta.

    Da la sensación de que estas cumbres son una especie de visita que hacen todos los involucrados a un enfermo que se encuentra agonizante. Entran, lo miran con preocupación, conversan entre ellos y buscan a los médicos para tratar de obtener algo positivo de donde aferrarse, pero las buenas noticias no llegan. De todas formas, ni siquiera quieren discutir la posibilidad de una eutanasia porque eso va en contra de sus principios. Prefieren que la agonía se prolongue, ante la mínima posibilidad de que la situación se revierta.

    El gobierno uruguayo participa de ese grupo, aunque lo hace cada vez más alejado. Los demás lo miran de reojo, con el ceño fruncido, pero nadie le pide que se retire de la habitación. No les conviene. Igual, como dice el dicho: llegó sin que lo llamen y ahora se está yendo sin que lo echen. Parece evidente que Lacalle Pou y su equipo más cercano se manejan con esa premisa y por eso siguen adelante con su plan. No tienen la suficiente fuerza como para cambiar el rumbo del enfermo Mercosur o directamente convencer a los demás de aplicar una eutanasia, pero sí pueden caminar unos pasos hacia atrás y alejarse.

    Ese es el camino que sugieren haber elegido. Más allá de los anuncios de buenas intenciones y la insistencia de que no hay ningún riesgo de fractura, Uruguay se muestra distante. En los hechos, sin decirlo, se está yendo o al menos no tiene al Mercosur en sus planes a corto plazo. Un ejemplo al respecto: el próximo año comenzará a negociar en forma bilateral un tratado de libre comercio con China, por más que sus socios regionales se oponen. Quiere además avanzar de la misma forma con otros países, digan lo que digan dentro del bloque regional. Eso significa no esperar tanto y actuar, al igual que lo hizo Lacalle Herrera hace tres décadas, pero a la inversa.

    Además, el 2022 será de elecciones presidenciales en Brasil, el país que hasta ahora ha sido más contemplativo con la posición uruguaya. Todas las encuestas dan como lo más probable que el triunfador en esa instancia sea el expresidente de ese país, Luiz Inacio Lula Da Silva, opositor histórico a la política exterior que defiende Lacalle Pou. Eso significaría que Uruguay quedaría aún más en soledad.

    De todas formas, la decisión parece estar tomada. La apertura uruguaya al mundo mediante la negociación de cuantos tratados de libre comercio se pueda con países por fuera del Mercosur ya no tiene vuelta atrás ni para Presidencia ni para el Ministerio de Relaciones Exteriores, y el próximo año será clave en ese sentido. Al menos así lo dicen ellos mismos, ante distintos auditorios, en reserva. Con el Mercosur no será posible. Y un final del Mercosur parece no ser viable ¿O sí? No falta mucho para saberlo.