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Futuro embajador ante el Vaticano pide la presencia de católicos “en la vida pública” y a la Iglesia intervenir en temas nacionales
Se necesitan “terceras vías más allá de los círculos viciosos desgastados del neocapitalismo tecnocrático ultraliberal y del socialismo estatista autocrático”, dice Guzmán Carraquiry
El cardenal Daniel Sturla y el presidente Luis Lacalle Pou. Foto: Ricardo Antúnez / adhocFOTOS
En una conferencia online dirigida a obras misioneras que trabajan en Latinoamérica, el futuro embajador de Uruguay ante el Vaticano aseguró que la crisis del Covid-19 obligará a la Iglesia católica a discernir los “signos de los tiempos” en la región, promoviendo “usinas de pensamiento” que sepan detectar y convocar a quienes tengan algo importante para aportar en el presente y en el futuro, ya que un acontecimiento imprevisto como la pandemia, “de tal magnitud epocal, impacto humano y social”, crea situaciones que no pueden ser afrontadas “con viejas recetas” en el plano personal, familiar, social y político.
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Guzmán Carriquiry, elegido días atrás por el canciller Francisco Bustillo para asumir el cargo de embajador, resumió este rol que debe tomar la Iglesia en siete tareas, una de ellas enfocada especialmente en la vida política de los países. “No obstante la región se encuentre en el torbellino de la pandemia, con dramáticas urgencias e incertidumbres, se necesita desde ya invertir mucha competencia e inteligencia, muchos intercambios, mucha imaginación, mucha pasión por nuestros pueblos y por los pobres en primer lugar, para ir proponiendo nuevas estrategias educativas, económicas y sociales, nuevos modelos de desarrollo integral, solidario y sustentable, incluso nuevas ‘terceras vías’ más allá de los círculos viciosos desgastados del neocapitalismo tecnocrático ultraliberal y del socialismo estatista autocrático”, afirmó en la conferencia, que fue resumida y publicada en la última edición de la revista de la Arquidiócesis de Montevideo.
Según Carriquiry se necesita “el resurgimiento de una nueva América Latina desde condiciones más bien ruinosas”, con el desafío para la Iglesia de contribuir a una “sabia y perseverante reconstrucción” de los países de la región, porque de lo contrario quedará abierto el camino a “desastres incontrolables”.
“En primer lugar, le compete a la Iglesia una gran tarea capilar y nacional de reconciliación y democratización, promoviendo una cultura del encuentro, educando al método paciente y perseverante del diálogo, interviniendo con su autoridad en mediaciones y negociaciones cuando sea necesario, apelando a grandes diálogos nacionales, para evitar que los países queden encerrados, empantanados y bloqueados en sus polarizaciones y descalificaciones así como en conflictos sociales exacerbados y, a la vez, ahuyentando toda tentación de convertir la emergencia en ocasión de reafirmación o implantación de regímenes autocráticos”, planteó.
Por otro lado, también llamó a la Iglesia a “convocar, escuchar, acompañar y alentar la presencia de católicos en todos los campos de la vida pública, coherentes con su fe, protagonistas cristianos en todos los diálogos nacionales y caminos de reconstrucción que apunten a mayor justicia y pacificación, a mayor cohesión, inclusión y equidad social, a mayor cuidado de la casa común”.
La exposición del embajador fue dictada el 8 de julio ante directores latinoamericanos de las Obras Misioneras Pontificias, uno de los instrumentos de la Iglesia para atender las necesidades de sus misioneros en la labor de evangelización. Una semana después Bustillo anunció que lo destinaría a la sede diplomática. “Guzmán Carriquiry es el laico más trascedente y más importante que reside en el Vaticano y amigo personal del papa Francisco. Sentimos que podía colaborar y que podemos profundizar y avanzar en muchas cosas trascendentes en la relación con la Santa Sede. Tenemos la certeza de que cumplirá con su misión extraordinariamente bien”, explicó el canciller en conferencia de prensa. Abogado de profesión y radicado con su familia en Roma desde los 26 años, Carriquiry era hasta hace unos meses el responsable de la Pontificia Comisión para América Latina, un órgano del Vaticano dedicado a estudiar los problemas católicos en la región.
“No nos engañemos con retóricas y facilonerías; habrá que pasar tiempos dramáticos y convulsos”, concluyó en su oratoria del 8 de julio. “Para afrontar adecuadamente la magnitud, complejidad y gravedad de los problemas que se plantean es necesario, por una parte, una credibilidad de las instituciones y autoridades políticas y, por otra parte, clarividentes estrategias y objetivos nacionales que logren suscitar una esperanza realista, razonable, que movilicen grandes consensos populares y una convergencia de fuerzas políticas, sociales, culturales y religiosas. Está en juego la vida de las naciones, el destino de nuestras patrias nativas, y no las ambiciones particulares de las corporaciones y de líderes políticos”.