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    Gastón Pioli? Laicida II

    Sr. Director:

    El jueves próximo pasado 16 de enero en la Carta a los Lectores de Búsqueda bajo el título Un balance de la laicidad uruguaya, el Dr. Ignacio de Posadas, a quien le tengo respeto intelectual aunque discrepo con su posicionamiento y visión de la realidad, formula un conjunto de afirmaciones que me parecen detenidas en la historia y no hacen justicia a los procesos de cambio cultural y valores democráticos que tiene nuestro país. Fortalece un conjunto de prejuicios que no ayudan al objetivo de la convivencia tolerante en el comienzo de un nuevo gobierno. Por el contrario, se levantan fantasmas y aseveraciones que no permiten ver que estamos ante una realidad distinta en el siglo XXI, tanto en Uruguay como en la región.

    La particularidad efectiva de Uruguay no es un antivalor, por el contrario, es un diferencial reconocido, no solo por lo democrático de un Estado laico y una sociedad tolerante, sino que es reivindicado, no solo por ateos y agnósticos, sino por creyentes de distintas religiones y referentes eclesiásticos por los problemas que evita y las bondades que genera. Deberíamos decir “gracias a Dios somos un país laico”, por cierto más consistente con el humanismo y la tolerancia religiosa que permite convivencia, que la pretensión de imponer una creencia religiosa o ideológica.

    Decir que la laicidad uruguaya es “xenófoba” parece muy descolocado a la verdad de lo que sucede. Eso no hace a las críticas que se puedan formular por los desencuentros en la integralidad o parcialidad de la laicidad y la cerrazón de antireligiosos que cometen la misma actitud cíclope que los sacralizadores de la autonomía secular. Dar el debate sobre la integralidad de laicidad en el momento actual, que no hace solo a lo religioso sino a las concepciones de la sexualidad, la diversidad real y no la homogeneidad que se quiere imponer, el conocimiento plural de la política y las religiones en la educación, los debates de métodos científicos, etc. Algo de ello hemos abordado en la Red de Laicidad y Democracia que generamos desde el ámbito académico interuniversitario.

    Efectivamente la laicidad no es neutra y es el resultado de la batalla contra el clericalismo institucional y la pretensión de normativizar la sociedad desde la institucionalidad de la Iglesia católica (de la que usted y yo somos parte). La “cristiandad” como una manera de entender la relación entre la Iglesia y el mundo dejó de ser promovida en el Concilio Vaticano II, aunque hasta hoy hay católicos y protestantes con intereses políticos conservadores que buscan reeditar. Remito a un artículo que publiqué: El católico en política debe discernir los “signos de los tiempos”, no moralizar la sociedad en la historia de los pueblos latinoamericanos https://www.facebook.com/notes/nelson-villarreal-dur%C3%A1n/el-cat%C3%B3lico-en-pol%C3%ADtica-debe-discernir-los-signos-de-los-tiempos-no-moralizar-la...

    El cristianismo desde sus orígenes pretende ser una visión laica y no religiosa de las instituciones y la sociedad. Otra cosa es el devenir y su constante reforma para no transformarse en religión y preservar la fe, como decía el jesuita Perico Pérez Aguirre o aprendimos del teólogo Juan Luis Segundo. La Iglesia está en el mundo y no está por arriba, ni lo incluye, es parte de él. Y si somos parte de un mundo diverso, debemos aceptar las consecuencias de ello. Como escuchamos, en el Atrio de los Gentiles, decir al cardenal Ravasi, Jesús fue un laico y no un clérigo y desde ese lugar es que se debe pensar la sociedad y no desde la primacía de la clericalización y su manera de hacer religiosa la secularidad en la sociedad. Esfuerzo que busca contraponerse el actual papa Francisco.

    La “laicidad” coincidimos que es un principio de manifestación de la libertad, también de la tolerancia y la diversidad. El aspecto pasivo está en garantizar que el Estado no se adscriba a una creencia o ideología que atentaría a la convivencia de la diversidad, a la vez que tiene una dimensión activa en los valores compartidos de la democracia y el ser republicano.

    Por tanto, fortalecer la visión laica implica promover el diálogo crítico de las creencias y su perspectiva humanista en la diversidad de visiones y paradigmas, por lo que la tolerancia no solo es una cosmovisión sino una metodología de convivencia que no puede pretender homogeneizar en ninguna perspectiva, ni religiosa, ni ideológica, ni cultural. Pero a la vez debe fortalecer valores comunes contra el dogmatismo, el fundamentalismo e integrismo a través del diálogo racional que respete las creencias que hacen a la diversidad humana.

    La laicidad uruguaya ha evolucionado de un laicismo militante (más a espejo de realidades de otros lugares donde la Iglesia detentaba poder institucional de cristiandad que la realidad institucional de la Iglesia católica en Uruguay) a una cosmovisión tolerante y diversa desde la recuperación democrática a partir del quiebre cultural de década de los 60 del siglo pasado.

    Es profundamente atemporal la idea que De Posadas plantea regiría hoy. Regular espacios públicos no es prohibir manifestaciones religiosas o las que fueren. Dejar permanentemente monumentos o imágenes depende de cómo cada ciudad asume las representaciones de sus héroes, creencias y referentes políticos, culturales o religiosos. Nadie puede negar que el catolicismo tiene muchas y acorde a la población que nos definimos como católicos.

    Decir que lo que hay en Uruguay no es laicidad sino “opresión”, solo manifestaría la pretensión de revancha entre el conservadurismo blanco respecto al secularismo batllista, sin embargo, no da cuenta de que es con los gobiernos frentistas en Montevideo y a escala nacional que más apertura y diálogo ha habido con lo religioso.

    En el espacio público las manifestaciones religiosas no solo no están prohibidas sino que se dan dentro del marco del respeto a la pluralidad de creencias y apoyo positivo de las autoridades locales o nacionales, sean del partido que sean.

    Decir que no se trata a todas las creencias de la misma forma es pertinente si vemos el proceso histórico, los afroumbandistas han sido los más discriminados, los católicos, más allá de la conflictividad primaria y anticlerical, somos los más favorecidos. Por tanto, han sido más oprimidos otros que los católicos. No niego los exabrutos de anticatólicos que son aislados. La izquierda que sufrió más la dictadura y es la que nuclea a los menos creyentes en sus direcciones, ha sido muy agradecida y respetuosa del aporte católico relativo a lo fundamental. Respecto a las devociones a la Virgen y su presencia en los espacios públicos no es un tema que esté cruzado por lo anticatólico como se quiere hacer ver, fue un mal manejo de todas las partes. También muchos católicos nos opusimos a que quedara la cruz del Papa en el lugar que está. Fue un presidente colorado agnóstico y un futuro intendente socialista quienes promovieron que quedara. Todos sabemos de la admiración del presidente Tabaré Vázquez por el papa Juan Pablo II y su famosa presentación ante la Gran Masonería sobre la laicidad, la tolerancia y la convivencia de creencias diversas en el espacio público.

    Considero que plantear un balance buscando mantener una visión que ya fue no ayuda al momento histórico que vivimos.

    Estamos ante un problema conceptual, el comunismo como el liberalismo son ideologías y el catolicismo no se reivindica como tal desde el Concilio Vaticano II. Ponerlos. Buscar poner en un plano de confrontación izquierda y catolicismo es una pretensión ideológica liberal y de derecha que no condice con la realidad. Los católicos no tenemos una única expresión ideológica, ni pastoral. Por el contrario, queda cada día más expreso que las corrientes católicas que buscan reivindicar una homogenidad casi de paradigma ideológico del catolicismo para hacerlo instrumento contra la izquierda y los cambios culturales progresistas muestran ser expresión de una ideología conservadora más que del mensaje filosófico y religioso tolerantes.

    Esa misma confusión la mantiene afirmando en forma cerrada la contradicción entre las “nuevas agendas de derechos” y “las agendas católicas”. Ese paradigma solo ha llevado a identificar al catolicismo con el conservadurismo y negando la teología católica de discernir “los signos de los tiempos” que no se identifica con una agenda histórica como pretenden los que plantean defender una “agenda católica” a nivel de corriente ideológica. Esto por cierto no quita que haya que discutir el alcance de lo que se plantea como nuevas agendas, pero no hacer homologaciones o confrontaciones no pertinentes si se quiere respetar la diversidad de creencias. En tal sentido, el posicionamiento del cardenal Sturla respecto a la “ley de personas trans” mostró que es falso oponer “agendas católicas” con “agendas de derechos” más allá de no acordar en todo.

    La laicidad debe garantizar diversidad y pluralidad siempre y cuando no se violenten derechos. Por ejemplo, respetar las creencias de los padres no es absoluto si esto violenta el derecho de niños, niñas y adolescentes al respeto de su cuerpo y progresividad de autonomía en las decisiones de sus vidas. El tema de la educación sexual se saldó aceptando la pluralidad básica y la Iglesia católica presentó manuales alternativos dentro de parámetros comunes. Luego valdría la pena discutir sobre cómo el catolicismo debe superar ciertas dualidades en la visión de la sexualidad que han hecho mucho mal a quienes no pueden distinguir que son parte de una época.

    En temas controvertidos, de diversidad de visiones y éticas básicas el Estado debe garantizar, no imponer. Por ejemplo, visiones diversas del origen de la vida. Por tanto el derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo que sea legalmente garantizado tiene que ver con respetar la salud sexual y reproductiva, como la diversidad de cosmovisiones respecto a al origen de la vida. Esto no implica ni compartirlo éticamente, ni promoverlo, pero sí de aceptar como parte de un Estado democrático de derecho y laico. Es así que parece claro que más allá de los cuestionamientos a la IVE, su implementación ha mostrado un avance de salud pública y responsabilidad que preserva la vida de las mujeres y se han bajado los abortos. Discrepar éticamente no significa que no se acepte legislar sobre temas que no son unívocos en la ética.

    A Real de Azúa lo podemos retomar desde distintas perspectivas, por un lado el “impulso y su freno” leído linealmente por liberales y conservadores supone una perspectiva, por otro, asumiendo la dialéctica y espiral de la historia, podemos asumir que la ley del péndulo hace que se encuentre el equilibrio en la superación y avance, no el volver atrás. Hacer homólogo “el freno” con los “valores cristianos” es una posición que muchas teologías han cuestionado, por asimilar el aporte cristiano a la actitud conservadora. Soler, Zorrilla de San Martín o Pla Rodríguez fueron parte del impulso del Estado social que llamamos batllismo. Las relecturas del artiguismo son varias y la pretensión secularizadora de un Artigas sin visión cristiana es tan ahistórica como la pretensión del Artigas católico como modelo conservador. La historiografía ya ha mostrado el vínculo estrecho de Artigas con los franciscanos y curas de la patria.

    De todo lo anterior se termina afirmando una de la ideas conservadoras más recurrentes que a mi entender impide comprender el devenir histórico y la apuesta a que el futuro puede ser mejor que el pasado y que el presente es dilemático. La idea de que se han perdido valores no se sustenta, solo si se pretende entender los valores como referentes estáticos a los que hay que adaptarse. Cada generación se ve enfrentada a poner bajo sospecha los valores que recibe para construir la mejor versión de los valores que nos movilizan en el presente hacia el futuro. En ese proceso hay innovaciones y creación de nuevos valores, cuestionamiento de valores pasados porque ya no responden a la “praxis de hacernos humanos en la historia” como el sentido de la ética dinámica que nos hace sujetos libres. Los valores se asumen, se transforman, se crean desde la emancipación que nos humaniza, no desde la preservación de modelos históricos. Eso no significa que mucho de lo pasado pueda ser muy bueno pero debe ser asumido. En una entrevista que me hiciera el periodista Guillermo Draper en Búsqueda planteo el tema.

    Como cristianos/católicos deberíamos ser más humildes y reconocer que sociedades católicas como México, Colombia u otros países son más violentos que nuestra sociedad secular y laica. Que Chile es profundamente desigual gracias a esa asociación de liberales y católicos conservadores. El dilema existencial de nuestras sociedades no se debe a la mayor o menor existencia de valores religiosos cristianos, sino a la modernidad instrumental que ha generado el capitalismo dependiente del que somos parte.

    Es poco aceptable decir que el Estado uruguayo carece de fuerzas y contenidos para incidir. Solo miremos comparativamente América Latina, donde los Estados no llegan a cubrir ni el 50% del territorio, ni hay igualdad social, ni cultura tolerante como la nuestra. Desde la escuela pública hasta la recuperación de derechos sociales que se dejaron caer en la etapa de desreguladora de los 90, hasta las múltiples iniciativas culturales que dan sentido público-comunitario a la sociedad hoy estamos en una sociedad mejor.

    Podemos compartir que esta “democracia plena”, como nos han catalogado los organismos internacionales, tiene opacidades o déficit que se deben enfrentar, como son la fragmentación social, la penalización sin alternativas, con la mayoría de los presos jóvenes, el problema de la salud mental y las personas en calle, la resistencia a la distribución de la riqueza que no se genera solo por los individuos sino por la sociedad, desconocer la ciudadanía política a los uruguayos en el exterior, no resolver la verdad y la justicia del pasado reciente y muchos más. Las diversas juventudes de nuestro país expresan nuevos valores, las generaciones intermedias y las más viejas debemos valorar más críticamente para un diálogo intergeneracional sobre valores en forma tolerante y respetuosa o no rectiva.

    El problema no es la pérdida de valores sino el resistir el recrear valores de solidaridad, justicia social, democratizar en todos los planos y asumir el debate de sentido de la trascendencia que no pasa solo por lo religioso.

    Un tema que da para mucho más y un gusto discrepar con una propuesta que tendrá su incidencia en el tiempo que viene y que requerirá mucho diálogo y freed back.

    Lic. Nelson Villarreal Durán

    CI 1.861.601-1