N° 1843 - 26 de Noviembre al 02 de Diciembre de 2015
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs perverso. El juego se llama “Mafia” y lo inventó en 1986 Dimitr Davidoff, un psicólogo de la Universidad de Moscú. Según sus reglas, los participantes de un grupo tienen que eliminar a una persona, para el caso un competidor. El fin está marcado y no importa si para alcanzar ese objetivo caen inocentes. La cuestión es alcanzar el objetivo.
Son reglas similares a las utilizadas en la batalla entre la patronal de taxis, con Oscar Dourado a la cabeza, y la aplicación Uber. Ambos tienen derecho a pelear por una parcela de ese comercio. La cuestión es cómo y qué reglas de juego utilizan.
A Dourado no parece interesarle el bienestar general. Como en el juego ruso, si para lograr su objetivo (eliminar a Uber) quedan inocentes (los usuarios) por el camino, no importa. Planta su oligopolio frente a la tecnología. Nunca le interesaron los pasajeros heridos por la mampara que sin éxito pretende protegerlos. Menos se han preocupado por obligar a sus choferes a vestir decentemente, prohibirles el uso del celular mientras conducen, ni en mantener los vehículos higiénicos. En algunos, los olores —en particular al tabaco en el pelo y la ropa de los choferes— fomentan el vómito. Y si a alguien no le gusta y protesta, “¡bajate y tomá un ómnibus o un remise!”.
Ni hablar de los desacatos judiciales. Han actuado en patota frente a decisiones de la Justicia penal rodeando los juzgados cuando se investiga o procesa a un chofer. Con esa actitud no podía esperarse otra cosa: pretender copar las reuniones organizadas por su competidor y girar en torno a la Intendencia de Montevideo para protestar. Como los indios alrededor de la carretas.
¿Alguna vez Dourado le exigió a la administración extremar los controles sobre sus vehículos: frenos, cinturones, airbags, emisión de gases, visibilidad, espejos retrovisores, estado de la carrocería (bastidor, piso y bajos), funcionalidad de la dirección, amortiguadores, etc.? No. ¿Alguien las ha controlado con celo? Tampoco. Si lo hicieran, muchos no circularían.
¿Alguna vez Dourado les pidió a las autoridades que fueran enérgicos con las violaciones de sus choferes a las normativas de tránsito? No. Para colmo de males, algún inspector hace la vista gorda y agita el populachero argumento de: “¡Hermano, están trabajando!”.
No son los únicos culpables. La mayor responsabilidad recae sobre la administración municipal. Esta y las anteriores con centenares de contemplaciones. En algunos casos porque son cotizantes de las campañas o porque —me sopla una fuente— hay familiares y amigos de gobernantes con intereses en flotas de taxis.
A despecho de la importancia e intensidad del debate no han surgido voces de peso desde las tolderías partidarias pese a que en Uruguay los políticos y las organizaciones sociales opinan hasta sobre cómo se debe fajar una hormiga. ¿No es extraño?
Conociendo los antecedentes de Uber —desde 2009 en el mundo con un avance incontenible—, ¿cómo concebir que durante seis años los propietarios de taxis, viendo lo que se venía, no hayan tomado previsiones y en cambio actúen como estafadores al registrar el nombre y el logo? ¿Por qué tampoco hizo gestiones Uber? ¿Cuál es la razón de que la Intendencia —por aquello de medidas preventivas— no modernizó el reglamento ante la segura llegada de Uber? ¿Desidia, ignorancia, arrogancia empresarial y/o política? Tal vez todo. O falta de coraje para enfrentar la modernidad y confrontar con las patotas.
Dourado no es un improvisado. Fue militante y candidato del Partido Colorado hasta que Tabaré Vázquez llegó a la Presidencia en 2005, cuando adhirió al gobierno. Es propietario de ocho taxis, presidente de FAR (la compañía de seguros para taxis y otros vehículos) y presidente de la Cooperativa de Ahorro y Crédito Caycut para taxistas y afines. Se supone que tiene el sentido común afinado. En cambio miente, insulta y difama.
Este sujeto sostuvo que hay columnistas y periodistas a los que Uber les paga o les ha ofrecido dinero por opinar en su favor. La semana pasada, Búsqueda puso las cosas en su lugar con la nota “Nervios y lenguas largas”.
La tecnología llegó para quedarse. No hay vuelta que darle. Como cuando la fotocomposición sustituyó a la linotipo; la computadora a la máquina de escribir; el bolígrafo al lápiz; la calculadora al ábaco; la turbina a la hélice, o la impresora al carbónico.
¡Pero atención! Eso no significa carta libre. Tiene razón el ministro de Transporte, Víctor Rossi, en cuestionar que Uber haya empezado a funcionar sin someterse a nuevas normas; sin esperar que se adecuen o pasar sobre las existentes. La aplicación estaba advertida y no esperó a que se pronunciara una comisión que para ello integró el gobierno.
Su irrupción laboral fue un acto patotero como los de Dourado. El día que admitamos que la libertad de empresa y de comercio puede pisotear impunemente el respeto, la consideración y las normas estaremos liquidados. Como la patronal de taxis, Uber tiene derecho a competir por su porción del mercado. Pero también, como en el caso de Dourado, se le debe impedir que utilice los métodos perversos del juego inventado por el psicólogo ruso.
La cuestión dejó en evidencia que los conductores locales de Uber son los únicos responsables frente a los consumidores, la administración, el BPS y la DGI. Uber, actuando desde el ciberespacio, no pincha ni corta, salvo para suministrarles tecnología.