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Si como decía Camus, después de los 45 años cada hombre es responsable de la cara que tiene, esa cara confirma que a Amodio lo agarraron de gil toda la vida. Antes, ahora y siempre. Estuvo esperando 40 años (¡40 años!) su momento estelar, su vuelta triunfal, sus 15 minutos de atención total en los que quizás pudiera mitigar un poco su derrota; y lo volvieron a agarrar de pinta. Termina de juzgado en juzgado, solo, abandonado hasta por su peluquín. ¿Para qué volvió? Para que lo siguieran agarrando de punto. Hay gente que tiene una especial habilidad para ocupar ese rol, imagínense que este logró generar el consenso de los tupas y los milicos sobre su condición de gil, tiene un cartel de neón que dice “péguenle al bobo” con una flecha apuntándole.
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Pocas cosas más tristes que Amodio Pérez. En una patria habitada casi únicamente por perdedores, cuyo propio origen es la derrota de su héroe máximo (un perdedor célebre y endiosado), no hay perdedor más perdedor que Amodio. Es el que perdió dentro de los que perdieron la guerra de los 60. Y para peor sigue ahí, con la cabecita en 1972. Todos los días de su vida sigue perdiendo, una y otra vez. Y en estas tierras la gente ama a los perdedores, nos gustan más los perdedores que encontrar un estacionamiento gratis, pero él es un perdedor que nunca pagó las consecuencias de haber perdido, un perdedor sin martirio. Ahí está la clave del rechazo que produce; además de la cara y del imán para que lo agarren de pinta. Lo insólito es que este hombre reaparece después de 40 años porque quiere ganar una discusión de 1972. Nadie gana una discusión de 1972 en el 2015, a menos que su interlocutor sea Zabalza, el único que se puede prestar a tamaña idiotez. Pero cómo lo va a saber Amodio, si ni siquiera se dio cuenta del lugar al que volvía, en el que Mujica es una estrella de rock, Bonomi es el ministro del Interior, Huidobro el ministro de Defensa, Zabalza se casó con la hija de Engler, y hay una fila de jueces, abogados y fiscales con el número en la mano para atenderlo.
¿En qué momento pensó Amodio que su famélica verdad se iba a poder imponer a la gigantesca fuerza de sus adversarios? Su evaluación de las posibilidades de salir airoso en este periplo fue pésima: sobreestimó su capacidad persuasiva, no midió bien el escenario ni su enemigo, se tuvo demasiada fe para las poquitas armas que muestra, cayó encantado por su megalomanía galopante escondida detrás de una falsa humildad muy precaria, dejó casi todo librado a la improvisación, confió en que si las cosas se torcían al menos iba a poder destruir algo en el camino, y le salió horrible la jugada; en definitiva: sigue siendo un tupamaro de ley. Mantiene todas las coordenadas básicas del tupamaro.
Los tupamaros son una fuerza de improvisación destructiva, eso nos ha quedado claro a lo largo de estos más de 40 años a quienes los hemos visto actuar, primero como guerrilla, y después como grupo político democrático. Sin juicio de valor lo digo, no hay acusación moral, es meramente descriptivo. ¿Hay juicio de valor cuando uno habla de los tornados? No. Nadie piensa “qué malo el tornado por qué se le da por pasar justo por ahí donde hay tantas casas y hasta escuelas, y siempre termina agarrando para el lado de Haití ese hijo de puta”. Está en su esencia virulenta, furibunda, nada más, y no se lo juzga por ello; en el caso de los tupas es clarísimo que su esencia como grupo es destructiva y jamás podrán apartarse de esa condición inherente. En el medio habrán conseguido sumar gente que no es destructiva, y hasta valiosa, pero la esencia de ese grupo que persiste como una energía incandescente hasta el día de hoy es la pulsión por la destrucción.