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Me introduzco en la polémica educativa de la semana con la seriedad que merece: ninguna. Y como no considero a la pedagogía una ciencia, sino más bien un conjunto de creencias ordenadas según la opinión y la moda moral de la época, me dispongo a elaborar mi simulacro científico con leyes, principios y axiomas que he concebido a partir de la enriquecedora discusión sobre los pitufos y el comunismo para niños.
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Axioma I: “No se puede discutir nada seriamente que involucre a los pitufos”.
Fue una pésima idea de la oposición, escandalizarse con un texto que invoca a los pitufos es insostenible. No sé ni cómo hicieron para mantener ese estado de ánimo durante 48 horas. Alguien que se indigna con un tema que obliga a repetir “los pitufos” todo el tiempo, debe saber que está ingresando por la puerta de vaivén del ridículo (lo más probable es que esa puerta vuelva y le reviente la cara), y no puede pretender que nadie tome en serio su indignación, más allá de Gargamel y el gato que lo secunda. El único resultado posible es la hilaridad colectiva, uniforme, al unísono, y repartida en partes iguales. Prácticamente un comunismo de la jarana.
Encima, al final ni siquiera era un libro obligatorio de las escuelas públicas, sino uno alegremente adoptado por la enseñanza privada. Lo cual lo deja perfectamente en línea con cualquier otra religión que quieran enseñarles a los botijas en esas instituciones, se llame catolicismo, cristianismo, judaísmo, método Waldorf, veganismo (que es como el método Waldorf pero sin pollo), artiguismo, murga, pedagogía, batllismo, periodismo deportivo, economía, etc. Y a decir verdad, como religión, el comunismo es de las más representativas de este país. No pregunten por qué, pero probablemente sea la más importante después del fúbol y su derivada: el periodismo deportivo (que son los pentecostales del fúbol). El uruguayo cree más en Marx que en Dios, y en el Che Guevara que en Jesús. Acá hay maoístas, ma-o-ís-tas, un espécimen que ni en una feria de Beijing se encuentra. Sin juicios de valor, cada uno cree en el cuentito que quiere y le ayuda a ordenar el cosmos y pensar que entendió todo esto que es notoriamente inentendible, ¡y está bien! Yo creo en los Dioses del Básquetbol y ahí se ordena todo el caos que me rodea y me siento en paz, Arbilla cree en la SIP, Mónica Botero cree en el feminismo new age y Ramón Díaz creía en Milton Friedman, incluso en sus jornadas más espirituales creía hasta en la mano invisible de Adam Smith.
Axioma II: “Adoctrinar no es enseñar, pero no importa”
Las maestras son locas por adoctrinar, imagino que ya lo sabemos, en muchos casos ni siquiera es intencional (en el caso del libro sí lo era), están convencidas de que eso es instruir. Todos repetimos que queremos que la escuela los “eduque en valores”, y eso, padres, madres o tutores, no es otra cosa que adoctrinar. O mejor: amaestrar. ¿Les vamos a caer a las maestras por amaestrar? Perdimos las pruebas PISA de semántica.
No es tan grave tampoco, ese afán de adoctrinar niños en lugar de enseñarles a pensar es típico de nuestra sociedad, lejos está de ser exclusivo de las maestras. Lo hace la Unesco, las publicidades del MSP, los que escriben libros infantiles, Pilán, Ultratón, etc., y a los niños les encanta, son soldados prestos a entregarse a cualquier causa que les permita someter a un adulto desde la superioridad moral que les regala su vida fácil, pura, ingenua y sin responsabilidades. Por eso en el fondo son odiosos.
Axioma III: “Pitufear no es explicar”.
Si para explicárselo a un niño de 11 años, tenemos que recurrir a los pitufos, lo mejor es no explicárselo, no importa de qué se trata; esperemos a que crezca. Cuando es necesario reducir el concepto a esos niveles liliputienses (y azules, con gorritos blancos y pañales a tono), que terminan por desnaturalizar el concepto, es que no somos capaces de hacerlo. Lo mejor es desistir. Miren cómo empieza la explicación, y entenderán todo:
Quizá te ayude el siguiente ejemplo para acercarte a la idea de sociedad comunista. ¿Conoces a los pitufos?
Si el niño responde no, se acabó la explicación, lo cual demuestra que es malísima. En caso de que no conociera a los pitufos —altamente probable—, la única forma de seguir sería:
Quizá te ayude el siguiente ejemplo para acercarte a la idea de la sociedad de los pitufos. ¿Conoces a los comunistas?
Y ese inicio fallido es más significativo de lo que parece porque delata el orden en el que fue concebido, y cómo quien escribió el libro decidió adaptarlo. Es exactamente al revés: se puede entender a los pitufos a través del comunismo, lo que resulta imposible es entender el comunismo mediante los pitufos. O sea: es una explicación para adultos (apostaría a que fue extraída de un artículo de algún sociólogo estrella europeo que aprovechó la película para generar un golpe de efecto) de un producto infantil pasada por el filtro del comunismo, no una explicación para niños de un concepto de adultos. Eso es la pedagogía, la ciencia de la educación.
Vista desde la percepción del adulto, la explicación no es tan mala. Fue redactada de una forma acaramelada, pero si uno le saca el baño de almíbar (no entero porque si no, los pitufos pasan de ser un ejemplo de comunismo a ser uno de nacionalsocialismo, y nadie quiere eso), nos queda que el comunismo es posible en un colectivo de 30 individuos máximo, en el que todos tienen la misma edad, el mismo sexo, los mismos intereses, no crecen ni envejecen, ni cambian de ideas, ni modifican nada de lo que hay a su alrededor: una sociedad enana e inmóvil en un pasado remoto ideal que nunca existió, encerrada en sí misma, paralizada, que no ha conseguido avanzar ni 30 metros desde el lugar en el que está porque no tiene iniciativa ninguna más que mantenerse en esa felicidad estática opresiva de comunidad con hongos y días soleados. Un sueño hecho realidad. Ahora se entiende mejor por qué a los uruguayos nos gusta tanto el comunismo.