Como en la anterior Sueño de invierno, Nuri Bilge Ceylan necesita bastante metraje para expresar sus ideas y emociones: tres horas. Dicho esto, hay que agregar que el realizador turco brinda con El árbol de peras silvestre (Turquía, 2018, en Cinemateca) una experiencia inusual, que exige por supuesto paciencia de parte de la audiencia pero que tiene su recompensa, porque una vez finalizada esta peripecia de un joven escritor que vuelve a su pueblo natal para enfrentar su pasado, las deudas de su padre y el incierto futuro como novelista, la película crece en silencio, se mueve en sus recovecos, extiende su poder de sugerencia. Es que Bilge Ceylan, además de confrontar a su personaje con una novia de la adolescencia, con un veterano escritor (en una librería y un día de lluvia), con amigos de la infancia, con sus propios padres y hermana, con las autoridades y los religiosos del pueblo, imprime en todo momento una belleza imposible de pasar por alto, gracias a ese paisaje a veces otoñal y a veces invernal que sume al espectador en un viaje paisajístico de una reverberación poética innegable. Se nota a la legua que el cineasta es además fotógrafo, y de paladar negro. Es cierto que algún encuentro resulta innecesariamente largo, pero también hay un plano secuencia de un paseo por los alrededores del pueblo, por caminos campestres que luego se convierten en callecitas con los sonidos propios del momento (una moto que pasa, el ladrido de un perro, alguien que trabaja con una sierra) en el que se discuten temas religiosos y filosóficos, densos en el buen sentido de la palabra, que es para recortar y disfrutar una y otra vez. Un extractado para una clase magistral de cine.
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