Hasta que la muerte los separe

Hasta que la muerte los separe

La columna de Andrés Danza

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Nº 2139 - 9 al 15 de Setiembre de 2021

Al primero no le di tanta trascendencia. Lo evalué como un enojo de momento o como una simple aspiración de deseo. “Hay que ver qué pasa con Cabildo Abierto y la coalición después del referéndum” contra la Ley de Urgente Consideración (LUC), me dijo. “Vamos a tener que resolver ese tema”, agregó. De todas formas me sorprendió su comentario, no lo esperaba. Menos de un legislador allegado al presidente Luis Lacalle Pou. Pero pensé que eran palabras con poca vida, una anécdota menor.

El segundo me llevó a tomarme el tema más en serio. Dijo algo similar, más edulcorado pero con la misma idea de fondo. Me llamó la atención porque en ese caso se trataba de alguien que ocupa un lugar importante dentro del Poder Ejecutivo y no es de los jerarcas más combativos. Ya eran dos, con perfiles distintos, que anunciaban una posible tormenta en el horizonte.

Después se sumó un tercero. Fue hace muy poco, en medio de una de las tantas tensiones entre el Partido Nacional y Cabildo Abierto. “Así no se puede seguir”, argumentó. “Este no es el momento de generar un enfrentamiento, pero hay que ver lo que pasa después de la consulta popular por la LUC”, precisó. Tres es una confirmación, pensé y llegaron las preguntas.

¿Estará sobre la mesa la posibilidad de que se rompa la coalición?, fue la primera. Así la hice. A los que me suscitaron la duda y también a otros. “Depende del resultado”, recibí como primera respuesta. Si los 135 artículos de la LUC son anulados, es probable que eso genere una crisis importante en el gobierno de coalición, con final incierto, precisaron. El escenario contrario puede servir para fortalecer más la unión, agregaron.

En lo que todos coincidieron es en que habrá un antes y un después del referéndum. En eso no hubo dos opiniones. Está claro que por más que muchos quieran relativizar en público la incidencia de esa instancia electoral, la mayoría de los políticos oficialistas y opositores sienten como si estuvieran jugando una final del mundo. Así lo manifiestan en privado y ya se están preparando para dar una batalla similar a la que protagonizan cada cinco años, a la hora de elegir nuevas autoridades.

Sin embargo, tratando de hacer una lectura un poco más en profundidad, no parece ser tan definitorio el resultado del referéndum. No da la sensación de que el futuro de la coalición de gobierno sea lo que está en juego. Ni tampoco hay motivos como para pensar que un eventual triunfo oficialista vaya a aplacar las diferencias internas que hoy existen entre los partidos socios en el Poder Ejecutivo.

Es cierto que si los opositores a la LUC logran ser mayoría será una muestra de disconformidad importante con el desempeño de la actual administración. Eso sumado a la mayor cercanía de las elecciones nacionales puede tentar a más de uno de los aliados al Partido Nacional a dar un paso al costado. Será una posibilidad que pasará por sus cabezas, sin duda.

Pero la que siempre se termina imponiendo es la realidad. Y, sobre esa base, surgen algunas preguntas incómodas: ¿Están verdaderamente dispuestos partidos como el Colorado o Cabildo Abierto, que apenas pasaron el 10% del electorado en las últimas elecciones, a bajar al llano? ¿Están fuertes como para abandonar ministerios, directorios de entes autónomos y servicios descentralizados y otra cantidad de cargos solo como forma de marcar perfil? ¿Qué pasará con esos cientos de dirigentes, más sus asesores, que hoy se encuentran ejerciendo su cuota de poder? ¿Vale la pena empujarlos a la intemperie solo para intentar posicionarse distinto?

Además, ¿es necesario romper la coalición de gobierno para poder perfilarse? ¿No quedó más que claro en el último año y medio que no? Cada uno de los partidos socios ha tenido al menos una discrepancia importante con el Partido Nacional y la ha hecho pública. Cada una de ellas causó un ruido importante y especulaciones de todo tipo, pero la sangre siempre se terminó diluyendo antes de llegar al río.

El ejemplo más claro es Cabildo Abierto. Esa nueva colectividad política, liderada por el senador Guido Manini Ríos, se ha transformado en la piedra en el zapato del actual gobierno. Con una frecuencia casi mensual ocupa los principales titulares de los medios de comunicación marcando sus discrepancias con la línea mayoritaria del Poder Ejecutivo. Ya casi ni sorprende. Todos están esperando cuál será la nueva jugada.

Por eso, es a Cabildo Abierto al que muchos blancos desean fuera de la coalición de gobierno. Pero ¿pueden deshacerse tan fácilmente de un partido que representa  uno de cada cinco de los votantes de la coalición multicolor? ¿Tienen actualmente la capacidad como para desarrollar nuevas mayorías que les permitan aprobar leyes y mantener la estabilidad en la segunda mitad del período de gobierno? ¿Les vale la pena asumir el riesgo de quedarse con una administración débil y bloqueada en el Parlamento? No parece ser el camino más sensato y la actual cúpula del Poder Ejecutivo no se ha caracterizado por hacer locuras.

Eso no significa que no haya sacudones en el gabinete e incluso algún alejamiento progresivo de los partidos que integran la coalición. Lacalle Pou ha demostrado en un año y medio de gobierno que está dispuesto a cambiar de elenco cada vez que sea necesario, aunque le cuesta mucho más hacerlo con los más cercanos. Es un presidente que ejecuta y sustituye a los jerarcas como forma de demostrar quién manda y también de avisar a todo el resto que hay cosas que no tolera ni perdona. Eso le da poder, aunque relativo: sin los socios su capacidad de acción se diluye. Él también los necesita y más todavía con una popularidad en retroceso.

Se mire por donde se mire, la realidad muestra cómo todos los partidos integrantes de la coalición gobernante se necesitan entre sí. Para cualquiera de ellos, separarse definitivamente y de una forma intempestiva puede llegar a ser un suicido electoral. A las próximas elecciones deberían llegar juntos y tratar de hacer valer logros de una gestión que los involucra. Solo perder el gobierno podría significar una reformulación profunda hacia el futuro. Recién entonces morirá el actual acuerdo, porque ya no estaría el poder para darle vida. Y esto parece ser como en la Iglesia: hasta que la muerte los separe.