Es la previa al Día de la Madre. Sé que los bazares y tiendas de enseres domésticos están repletos, pero debo conseguir percheros de cocina. Un electricista vendrá con su taladro a casa y tengo que aprovechar cada segundo.
Es la previa al Día de la Madre. Sé que los bazares y tiendas de enseres domésticos están repletos, pero debo conseguir percheros de cocina. Un electricista vendrá con su taladro a casa y tengo que aprovechar cada segundo.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEntro a un bazar con forma de supermercado donde todos los artículos son Made in China. Como no hay vendedoras, le consulto a un reponedor dónde hay percheros de cocina. Me lleva al sector infantil. Me muestra unos ganchos con forma de corazón, fucsias y rojos, para colgar en el cuarto de un bebé. Le digo que lo que yo deseo es un soporte para colgar cucharones, abrelatas, etc., y otro para colgar escobas. El hombre me dice que eso me va a servir.
Le pido que vayamos al sector cocina. Me dice que lo que yo busco no hay. “Lléveme, por favor y miro”. Luego de las cortinas de baño, encuentro lo que busco a 60 pesos. El hombre exclama: ¡Pero eso es de madera! Sí, sostendrá escoba, plumero, lampazo, etc. El hombre me mira horrorizado y me dice que eso es para ropa.
Me voy pensando qué idea tiene de cómo debe ser una cocina ese hombre, que tiene unos 40 años.
Luego concurro a una enorme ferretería que también vende enseres domésticos. Pido una ganchera para colgar cucharones. Un muchacho con overol azul, que seguramente sabe mucho de pinturas y enchufes, me atiende y me muestra un gigantesco estante para una batería de cocina. Le explico que necesito algo pequeño, para clavar en la pared. Luego de mostrarme todo tipo de escurreplatos, me dice: “Ah, ya sé lo que quiere usted”. Me muestra un perchero de metal, de colores fluorescentes, de cuarto de quinceañera. Le digo que eso es para ropa. Pero descubro, al lado, el tan anhelado objeto que busco. Exclamo alegre: “¡Eso!” Me mira horrorizado:“Pero, eso es para copas…”.
Lo llevo, aunque él no esté de acuerdo, y una vez en casa me pregunto por medio de qué artilugio puede sostenerse una copa allí.
Mis cucharones y plumeros al final han quedado perfectos.
Medito sobre los dos uruguayos que me atendieron amablemente. ¿En dónde vivirán? ¿Tendrán cocina? ¿Tal vez habiten en pensiones y coman milanesas al pan de rotisería? ¿Tal vez la madre o esposa les sirvan la comida mientras miran televisión y rara vez se metan en la cocina?
¿O quizás tengan freezer y microondas con múltiples funciones pero los cucharones y plumeros estén perdidos por algún lado o ya no se usen?
¿Cómo viven los reales uruguayos?
Le digo a mi hija que tengo ganas de pintar el living. ¡Ay, mamá, si está perfecto! Está bien, pero hace años que no se pinta. Me contesta que yo no sé cómo están las casas de la gente: llenas de humedades, descascaradas… Me cita amigas —que sé que han viajado a Nueva York, que se compran ropa en Zara— cuyas casas están decoloradas por el polvo y las manchas.
Creo que los plasmas y los celulares son el verdadero hogar de los uruguayos del siglo XXI.
¡Y yo que soñaba con la unión y la abundancia de una mesa en una familia obrera! ¡En cocinas acogedoras construidas por el Ministerio de Vivienda!