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    Homenaje a Alberto Candeau

    Sr. Director:

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    El pasado 27 de noviembre conmemoramos los cuarenta años del “río de libertad” que inundó todo el parque Batlle, con un caudal de ciudadanos como nunca antes se había visto en la historia de la República.

    A estos ciudadanos los unía un interés común, que era nada más ni nada menos que la caída de la dictadura y la reconstrucción inmediata de las instituciones democráticas.

    A cuarenta años de estos acontecimientos históricos, molesto brevemente su atención porque creemos que por su intermedio y el de Búsqueda podemos llegarle más fácilmente a la Sra. Intendenta Ing. Carolina Cosse y al plenario de la Junta Departamental de Montevideo, para poder cumplir con un compromiso ineludible que tenemos todos los demócratas con Don Alberto Candeau.

    Este compromiso, señor director, comprende un solo artículo, que es el designar una calle de Montevideo con el nombre de Don Alberto Candeau, ciudadano ilustre no de Montevideo, sino de todo el Uruguay.

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    Notable acierto el de aquella Comisión que formaban Pivel Devoto, Enrique Tarigo, Gonzalo Aguirre, Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle y tantos otros, en designar a Don Alberto Candeau para que leyera el discurso y entrar en la inmortalidad siendo la voz de todos esa gloriosa tarde… pienso que no solo había que tener temple para pararse delante de esa multitud, sino tener los cojones bien puestos.

    Don Alberto Candeau, del cual tuve el inmenso honor de ser amigo, era una persona excepcional, dueño de una bondad y simpatía sin igual. Solo tenía un defecto, era un manya rabioso… aunque este año seguramente en el cielo estará contento, con el campañón que hizo Liverpool, su segundo cuadro. Había nacido en Belvedere.

    Si me permite, señor director, contaré una anécdota de lo que ocurrió ese histórico 27 de noviembre y que escapó a la atención de todos los historiadores.

    En esos días la Comedia Nacional cerraba la temporada de 1983 en el Teatro Solís, con la notable obra El vestidor, del autor británico Ronald Harwood, con la presencia de Alberto Candeau en el papel de Sir Thomas, acompañado por otro monstruo de la escena uruguaya, Armando Halty, en el papel de Norman, el vestidor… Dejo constancia de que Armando Halty ese año ganó el premio Florencio como mejor actor del año.

    Sir Thomas en la ficción era un viejo y famoso actor del teatro inglés y Norman era su vestidor, personaje que existía realmente y que su función era la de atender, servir, maquillar, ayudarlo a caracterizarse, servirle el té… en fin, un colaborador muy importante para los actores y actrices famosos.

    La notable obra prácticamente se jugaba en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. La capital de Inglaterra, como todos sabemos, era bombardeada ferozmente por la aviación nazi. Sir Thomas era supuestamente una gloria del teatro inglés y era un hombre de edad muy avanzada y a veces perdía la noción de las situaciones reales. El Vestidor, con una paciencia infinita, lo ayudaba a salir de esas lagunas, de una forma muy amable y respetuosa

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    Ese mes de noviembre, la Comedia Nacional cerraba la temporada del Teatro Solís y la intendencia, parte activa de la dictadura, estaba al tanto del monumental acto que se realizaría en el Obelisco, y que por supuesto Candeau era parte fundamental del mismo.

    En consecuencia le informan al actor que a las 19.00 horas se levanta el telón del Teatro Solís y que si no está presente, las consecuencias serían severísimas.

    Los organizadores tomaron nota de las amenazas y organizaron un rápido traslado de Candeau, al finalizar el discurso.

    Terminado el acto, lo subieron a una ambulancia de la Coronaria Móvil y con la ayuda de Delfi Galbiati (otra gloria del teatro uruguayo, que estaba con él como suplente para decir el discurso si algo extraño sucedía…) se caracterizó rápidamente como Sir Thomas, en el trayecto desde el Obelisco hasta el Teatro Solís… por supuesto con la sirena prendida llegó en tiempo y forma.

    Pero ese día, aparte de recibir un enorme reconocimiento público, “ese que los sordos no quisieron oír”, don Alberto Candeau recibió una tormenta de aplausos en el Teatro Solís y los que fueron testigos, aún hoy afirman enfáticamente que fue la más grande ovación que se escuchó en la centenaria sala, seguramente en toda su historia.

    Y esta ovación se debió gracias a que la censura militar que marcaba todos los espectáculos artísticos en el país se “comió literalmente” un memorable diálogo entre Sir Thomas y el Vestidor.

    Resulta que en esa escena, Candeau, con una enorme melena blanca, entra en escena simulando que sale de otro escenario, donde estaba interpretando al Rey Lear de Shakespeare, seguido a pocos pasos por el Vestidor y entonces se sienten tremendos estruendos producido por las bombas nazis, que llovían sobre Londres aquella noche…

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    Candeau es decir Sir Thomas, con el ruido de las bombas queda como petrificado en el centro del escenario y dice casi gritando: “Ya no saben qué hacer para que yo recite estos versos”. El Vestidor, que venía a pocos pasos, queriéndolo consolar le dice: “No, Sir Thomas, no, Sir Thomas, no es por usted, están bombardeando, estamos en guerra. Candeau, Sir Thomas, que sigue petrificado en el centro del escenario, mira al Vestidor y se enfrenta al público. Hace una prolongada pausa y dice en voz alta: “Ya nunca más ningún fascista impedirá que yo siga hablando” . Con estas palabras, el teatro explotó.

    Señor director, pienso que esta anécdota se la debemos al talento de Alberto Candeau y Armando Halty y no debo olvidarme de la invalorable colaboración del censor de turno, que dentro de su estúpida ignorancia no se dio cuenta del alcance real de estas palabras.

    Pero esta emocionante historia lamentablemente no tuvo un final feliz, porque la dictadura se tomó revancha con Alberto Candeau y a los pocos días del 27 de noviembre lo echó de la Comedia Nacional, con la excusa de que debía jubilarse.

    En síntesis, señor director, aspiramos a que esta modesta nota motive a las autoridades a inmortalizar la figura de Alberto Candeau, incluyendo su nombre en el nomenclátor de Montevideo. Será un acto de estricta justicia con alguien que entre otras cosas, un 27 de noviembre de 1983 fue la voz de todos. Solo don Alberto Candeau podía decir y actuar ese discurso ante un “río de libertad”.

    Solo él, y por eso Montevideo y todo el Uruguay tenemos una deuda de honor con su recuerdo y es la hora de cumplir con su memoria y pagar esta deuda.

    Juan María Vanrell Delgado