Nº 2222 - 27 de Abril al 3 de Mayo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo es fácil cambiar las ideas. Pero es más difícil, todavía, abandonar prácticas arraigadas. Las prácticas (eso que hacemos una y otra vez, casi sin pensar) tienen toda la inercia que caracteriza a las instituciones formales.
Están impregnadas, además, de la aureola, casi sacra, de lo habitual, de lo obvio, de lo que consideramos natural. El conflicto entre la Dirección de Secundaria y el IAVA (más específico: director, centro de estudiantes, padres organizados) tiene, con seguridad, muchas dimensiones. Pero, desde mi punto de vista, la más importante de todas ellas es, precisamente, la contradicción entre las viejas prácticas de gestión del sistema educativo y las nuevas ideas que han venido impulsando con razón, pasión y tesón las autoridades de la enseñanza lideradas por Robert Silva desde el Codicen. Las viejas prácticas centralistas chocaron de frente contra las nuevas ideas sobre gestión con su énfasis en la autonomía, la jerarquización de la tarea de la dirección de los liceos y la construcción de comunidades educativas.
El año pasado escribí en este mismo espacio Elogio y crítica de la transformación educativa. En esa columna, para explicar el cambio de paradigma que supone la propuesta que está llevando adelante el gobierno desde el Codicen y el Ministerio de Educación y Cultura, hice referencia al libro La segunda reforma, de Pablo da Silveira, publicado en 1995. Quisiera volver a esa obra. En su capítulo 2 el autor analiza las dos “causas de fondo” de los “graves problemas” de nuestra enseñanza. Según él, son el “centralismo administrativo y pedagógico” y la “estructura del financiamiento”. Al comienzo del apartado sobre “el centralismo” puede leerse: “El sistema educativo uruguayo fue edificado siguiendo las líneas maestras del modelo centralista francés. Las autoridades de la educación tienen un inmenso poder sobre todo lo que ocurre en los institutos públicos, así como en los institutos privados sometidos al régimen de habilitación. Los directores y los docentes, en cambio, carecen de casi toda capacidad de iniciativa y de todo poder de decisión. Tampoco existen comités de escuela ni autoridades regionales: todo se regula desde un pequeño número de oficinas instaladas en Montevideo” (p. 74). Es muy difícil no estar de acuerdo con el diagnóstico. Es imposible no asociar ese pasaje al conflicto del IAVA.
Hace tres décadas la crítica al centralismo de la ANEP y su corolario, el reclamo de autonomía administrativa y pedagógica, tenían menos apoyo que ahora. Pero las ideas cambian. El mejor testimonio del giro copernicano que ha existido en la comunidad de práctica de la enseñanza uruguaya es el Libro abierto de Eduy21. Como es notorio, en la elaboración de este documento participó un amplio espectro de expertos y practicantes. La noción de autonomía tiene, en él, un lugar central: “Se debe aumentar significativamente el grado de autonomía de los centros educativos, otorgándoles capacidad de decisión pedagógica, organizativa y en el uso de los recursos educativos, haciendo posible la localización curricular, el desarrollo de proyectos y la flexibilidad para adecuarse a las necesidades de sus estudiantes”. Desde luego, las actuales autoridades del Codicen, empezando por Robert Silva, están en la misma sintonía. Tienen clarísimo que es necesario ir hacia una mayor autonomía de los centros educativos. Para avanzar hacia ese nuevo modelo de gestión, las autoridades de la educación están haciendo un esfuerzo formidable de formación de recursos humanos (cursos intensivos y exigentes para directores). Asimismo, como han dicho en reiteradas ocasiones, consideran que es necesario que, en cada institución educativa, los principales actores (autoridades, funcionarios, estudiantes, docentes y padres) se constituyan en una verdadera comunidad educativa, capaz de elaborar e instrumentar codo a codo el proyecto educativo del lugar.
Las nuevas ideas están muy bien. Les llevó décadas abrirse paso y arraigar en el terreno de los entendimientos compartidos. Pero el salto desde el mundo de las ideas al de las prácticas es un desafío tan —o más— difícil como el anterior. El conflicto del IAVA ilustra esto con toda claridad. Por un lado, se promueve la autonomía pedagógica y administrativa del centro educativo, se incentiva a los directores a liderar los procesos de cambio y se invoca la necesaria participación de la “comunidad educativa”. Por el otro, cuando ni la dirección del IAVA ni los estudiantes organizados están de acuerdo con llevar adelante una innovación concreta que la Dirección de Secundaria entiende necesaria, en lugar de darle tiempo al tiempo y espacio a la deliberación, se opta por la intervención y las sanciones administrativas. El balance es muy negativo. ¿Qué lectura están haciendo ahora mismo directoras y directores en todo el país? ¿Qué mensaje están recibiendo estudiantes y padres de cada lugar? Me pregunto si, de aquí en adelante, la dirección de algún liceo se va a atrever a intentar hacer algo novedoso o a contradecir lo que dispongan las autoridades de la enseñanza, aunque esto les cueste perder la confianza de sus estudiantes y signifique debilitar las comunidades educativas en ciernes.
La Dirección de Secundaria sumarió al director del IAVA. Mejor dicho: las antiguas prácticas centralistas sumariaron a las nuevas ideas sobre gestión. Como enseñan los manuales de políticas públicas, no es lo mismo definir una nueva política pública que implementarla. A la hora de la implementación, aparecen las resistencias más inesperadas. Lo más curioso es que la Dirección de Secundaria, la misma que promueve las ideas innovadoras, haya quedado atrapada en la maraña de la tradición centralista. La puerta que se quiere abrir para hacer la rampa está sellada desde el año 2009. ¿Era imprescindible abrirla ya? ¿Qué es más importante para el Codicen? ¿Construir una rampa o una comunidad educativa? ¿Hacer una demostración de fuerza o construir confianza? ¿Alguien piensa que se podrá gestionar exitosamente el IAVA, uno de los liceos más importantes y complejos del país, con una dirección ad hoc como la que ha sido instalada hace pocos días? No tengo ninguna razón para dudar de la competencia técnica de las inspectoras designadas. Pero ninguna dirección, por mejores que sean sus calificaciones e intenciones, puede funcionar bien si los estudiantes no creen en su legitimidad. Me inclino a pensar que es mejor admitir los errores que negarlos. En este caso más que nunca, ya que de educar se trata.