Nº 2190 - 8 al 14 de Setiembre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn estos días ha quedado muy claro: el gobierno que lidera el presidente Luis Lacalle Pou está decidido a transformar la educación. Tiene una hoja de ruta bien definida y un equipo político-técnico potente encabezado por dos líderes que conocen el tema y gozan de un amplio respaldo político: Pablo da Silveira (Partido Nacional) en el Ministerio de Educación y Cultura y Robert Silva (Partido Colorado) en Administración Nacional de Educación Pública (ANEP). La llamada “transformación educativa” en marcha merece, al mismo tiempo, (muchos) elogios y (algunas) críticas.
El gobierno se dispone a cumplir con una de sus principales promesas electorales. De todas las promesas realizadas, de todas las reformas pendientes, la transformación de la educación pública es la más importante. La elite política uruguaya conoce la entidad del desafío. El fracaso de la educación pública es una verdadera bomba de tiempo. Hay que cambiar la educación para reparar la fractura social. Hay que cambiar la educación para acelerar la tasa de crecimiento económico de largo plazo. Hay que cambiar la educación para eludir la tendencia global a la recesión democrática. Toda la elite política sabe que esto es así. Y lo sabe, en buena medida, gracias al esfuerzo de una amplia red de expertos en educación integrada por profesionales con trayectorias diferentes. En esta comunidad epistémica convergen filósofos, abogados, graduados en ciencias de la educación, docentes, sociólogos, políticos y economistas, entre otros profesionales. Algunos de ellos, cuando se frustró la promesa del “cambio en el ADN” anunciado por Tabaré Vázquez, fundaron el think tank Eduy21.
Más allá de diferencias que no siempre son de matiz, estos expertos generaron un conjunto de ideas que, en términos generales, son compartidas por una amplia mayoría de la elite política y están en la base de la transformación educativa anunciada. A esta altura, todo el mundo comparte que, como explicó tempranamente Pablo da Silveira en su libro La segunda reforma (1995), no hay buena educación sin buenos establecimientos educativos: “La búsqueda de la excelencia educativa pasa necesariamente por el retorno a la pequeña escala y a la idea de comunidad educativa” (pág. 100). A nadie se le escapa que no hay forma de educar bien sin darle mayor margen de maniobra pedagógica y administrativa a cada centro educativo, para que puedan ajustar mejor la oferta al contexto. Cada vez está más claro que no hay forma de construir buenos establecimientos educativos sin directores capaces de ejercer liderazgos innovadores en el marco de sus respectivas comunidades educativas. Hace años que se sabe que hay que hacer cambios normativos para estimular el arraigo y el compromiso de los docentes con el centro educativo y su comunidad respectiva. Existe un amplio consenso entre los expertos acerca de la necesidad de tener un marco curricular nuevo, que permita aprender contenidos desarrollando competencias y habilidades. En pocas palabras: el cambio que se necesita no es incremental. Es un giro copernicano. En términos técnicos, un cambio de paradigma.
Una transformación de este volumen requiere un liderazgo, a la vez, potente pero prudente. Adriana Aristimuño, una de las personas que más sabe de política educativa, ha explicado desde ANEP, que los cambios siempre generan temores y resistencias. En ese sentido, tenemos muchos testimonios. Por eso mismo, los sindicatos de la enseñanza no son los más populares del país. Se han opuesto sistemáticamente a cambios importantes al menos desde los tiempos de Germán Rama en adelante. Pero la resistencia va más allá de los sindicatos. Muchos docentes sospechan del cambio en curso. Esto conduce a otra restricción muy importante que ningún reformador puede omitir: el sistema político está dividido desde hace al menos dos décadas en dos bloques de tamaño prácticamente similar. Por todo lo dicho, la conducción de un proceso de cambio tan importante como la transformación educativa debe ser enérgica pero también muy paciente. Desde luego, no debe aceptar ser detenida por los prejuicios de las corporaciones. Pero tiene la obligación de insistir en persuadir.
El Codicen que preside Robert Silva tiene objetivos claros. Ha dejado numerosos testimonios de potencia y energía. Sospecho, en cambio, que no está siendo suficientemente prudente ni paciente. También en este tema, la ansiedad es mala consejera. Otra vez, quiero recordar la advertencia del emperador Augusto: “Apúrate lentamente”. Las autoridades de la educación no han explicado todavía suficientemente bien los contenidos de la transformación propuesta. Tampoco han hecho esfuerzos visibles, notorios, incontrovertibles, para dialogar con quienes se oponen a los cambios en curso. Es como si creyeran que solamente se puede cambiar la educación por la fuerza. Hay mucha gente, dentro y fuera del gobierno, que piensa así. Considero que es un error. No hay cambios en políticas públicas sin buenas ideas y sin ejercicio de la autoridad. El gobierno de la educación hace gala de ambos atributos. Pero no hay innovaciones, tampoco, sin persuasión, sin desactivar potenciales actores de veto, sin ampliar la coalición política y social del cambio.
No puedo saber de dónde viene tanto apuro. Pero una buena hipótesis de trabajo es que Robert Silva suena como precandidato presidencial en el Partido Colorado. Me pregunto si los colorados no estarán poniendo la carreta delante de los bueyes. Si quieren que Robert Silva corra con éxito la carrera por la presidencia, primero deberían permitirle que demuestre que puede impulsar procesos de cambio de fondo en la educación. La transformación educativa de este gobierno recién empieza. Apenas se están poniendo los cimientos (marco curricular común, cursos para directores y profesores, entre otros). El año que viene empezarán algunos cambios, pero seguramente, dada la entidad de la transformación propuesta, llevarán tiempo y habrá problemas de implementación. La presencia de Robert Silva al frente del proceso será imprescindible. Tiene conocimiento del tema, experiencia en ANEP, capacidad de liderazgo y respaldo político. Es la pieza clave de un golpe de timón decisivo. Si en su legítimo afán de encontrar un candidato que los ayude a volver a crecer como partido, retiran a Silva del Codicen antes de que la semilla de la transformación educativa empiece a germinar y dar frutos, entonces no solo frustrarán una reforma en la que al país le va buena parte de su futuro. Además, frenarán el ascenso político de una figura con indudable potencial.
Es por todo esto que pienso que lo mejor que puede hacer Robert Silva es anunciar que no será precandidato presidencial en 2024. Dando, ahora, un paso al costado contribuirá a desactivar la resistencia de quienes solamente se oponen a la innovación en curso por razones de cálculo electoral. Priorizando a los estudiantes que precisan una nueva educación, además de ayudarlos a ellos, dará una señal y un ejemplo de política con mayúsculas. En el Partido Colorado hay muchos ejemplos de este tipo. Basta mencionar un nombre que es el mejor símbolo del desinterés: Alejandro Atchugarry. A la larga, esto es lo que premia la ciudadanía. Basta mencionar otro nombre: Jorge Batlle.