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    Imprevisibilidad y pesimismo

    N° 1918 - 18 al 24 de Mayo de 2017

    , regenerado3

    No parece necesario ahondar en el traspié de las encuestadoras en la elección nacional de octubre de 2014 cuando datos y tendencias que difundieron en las semanas previas —y aun el mismo día del acto cívico— distaron bastante de lo que fueron los resultados del escrutinio. Tropezón que, incluso en medio del conteo de los votos, tuvo en vilo a dirigentes del Frente Amplio (FA), que temían que la suma de los partidos de la oposición superara su votación y perdieran el gobierno, como del nacionalismo, que tenían “fundadas” expectativas de ganar el posterior balotaje.

    En los días y semanas siguientes se escucharon explicaciones y autocríticas de responsables de algunas de las encuestadoras. ¿Fallos metodólogicos? ¿Muestra inadecuada sobre la que se hizo el trabajo de campo? ¿Acaso una “corrida” de último momento que las encuestas no llegaron a registrar? Vaya uno a saber lo que pasó.

    Sea como fuere —se conocen fallos en consultas más sencillas (opciones binarias)— el traspié instaló dudas y desconfianzas, así como cuestionamientos de actores políticos que se consideran perjudicados.

    En el caso aplica el añejo dicho popular: quien se quemó una vez con leche, mira a la vaca y llora.

    Durante un desayuno convocado por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) y la Fundación Konrad Adenauer, el director de la consultora Equipos Mori, Ignacio Zuasnábar, presentó el miércoles 9 los resultados de la última encuesta realizada por la firma. A dos años y meses de la activación formal del proceso de definiciones electorales y a tres años y meses de la próxima convocatoria a las urnas, el Frente Amplio registra una intención de voto de 35% y el Partido Nacional 31%. De acuerdo con la encuesta, con un 15% de indecisos y 5% que dicen que votarán en blanco o anularán su voto, la suma de las preferencias hacia los partidos de la oposición es de 44%.

    Las cifras reportadas no resultan sorprendentes a la luz de informaciones diarias que hablan de gestiones deficitarias y mal manejo de recursos públicos por quienes, paradójicamente, se proclaman defensores de la intervención —y expansión— del Estado en la economía. Ancap es el caso más notorio, pero no el único. Tampoco sorprenden ante las constantes diferencias y enfrentamientos que sobre temas tan variados como el manejo de la economía, de la educación o de la situación de Venezuela se manifiestan a diario en filas oficialistas. O por la embarazosa situación, que incluye serios dilemas éticos, en la que la coalición frenteamplista encalló por su amistad y solidaridad con gobiernos populistas de la región, autoritarios y/o corruptos; así como el desconcierto y desencanto de sus electores por las ambigüedades y dualidades exhibidas respecto al actual drama venezolano.

    Los medios han difundido noticias confirmatorias del descontento de dirigentes y militantes que dicen haber superado su pasado frenteamplista y que negocian su incorporación a sectores de la oposición.

    El caso más notorio es el del diputado Gonzalo Mujica. Pero no el único.

    En Rivera, tres dirigentes de la Alianza Progresista anunciaron su incorporación al grupo del intendente colorado Marne Osorio. En Salto, dos militantes del FA que encabezaron listas en apoyo al actual intendente Andrés Lima, se sumaron al Partido de la Gente de Edgardo Novick. El abogado Federico Arregui, hijo del ex diputado socialista y actual presidente de la Departamental del FA de Soriano, que militaba en el grupo Fogones Artiguistas, anunció que no piensa votar a la coalición de izquierda y que explorará posibles alianzas con sectores de la oposición.

    Si bien puede ser prematuro sacar conclusiones de estos casos, cuando estos movimientos ocurren algo indican.

    Es sabido que en la mitad del mandato el partido de gobierno suele enfrentar su peor momento en la opinión pública, pero que con el disco a la vista juega todas sus cartas y mejora su posicionamiento.

    Algunos datos económicos parecen jugar a su favor. Desde setiembre ha habido un cierto repunte. La temporada turística ha sido muy favorable, se espera una muy buena cosecha de soja y ha habido un repunte de precios para la soja y la leche. Mejoras que, de mantenerse, aliviarán el descontento ciudadano.

    Sin perjuicio de las cifras referidas a la intención de voto, Zuasnábar formuló comentarios más significativas rerspecto al estado de la opinión pública. Veamos.

    1) Durante 30 años el país vivió una etapa caracterizada por una caída de los partidos tradicionales y de crecimiento del Frente Amplio. Eso marcó una cierta previsibilidad al sistema político. A vía de ejemplo recordó que resultados de las tres últimas elecciones nacionales (2004-2009-2014) fueron bastante parecidos en el posicionamiento de los partidos y en sus registros porcentuales. Esa fase de previsibilidad cambió a fines de 2015: registrándose a partir de entonces una abrupta caída en la intención de voto del FA para ubicarse, con algunas variaciones, algo por encima de 30%. Ante tal constatación, se preguntó: ¿estamos ante una nueva fase de previsibilidad distinta de la anterior?

    2) Basándose en una gráfica que exhibió, Zuasnábar dijo que en los últimos tiempos se reinstaló en el país un clima de pesimismo como no se vivía desde la crisis del 2002 y sus postrimerías. Estado de ánimo que no condice con una mejoría registrada en el último semestre (se espera un crecimiento anual del PBI de entre 2%-3%). Solo 16% de los encuestados cree que la situación económica es buena, 40% opina que ni es buena ni mala y 44% la califica de mala. La confianza de los consumidores parece lastrada por el clima pesimista generado a partir del “atraso cambiario”, pérdida de competitividad y de puestos de trabajo. Pero en gran medida, además, por el peso del “ruido político” originado desde las propias filas del oficialismo.

    Sobre dicho estado de ánimo colectivo incide también una situación de “desafección política”, cuyas manifestaciones son: “malestar con el sistema político”, “mayor nivel de independencia de los ciudadanos respecto a los partidos”, “escasa valoración y desconfianza hacia el elenco político”, “menor interés y una pérdida de confianza en la política”. Poco aporta a su superación, añadió el expositor, la “polarización del discurso, la descalificación y la negación” de los actores políticos.

    3) A dos años y dos meses de haber dejado el gobierno, la popularidad del ex presidente Mujica cae 30 puntos porcentuales. A sus 82 años, el dato enmarca su ocaso político. Resulta evidente que, independientemente de sus propias declaraciones —que así como dice una cosa dice otra, según sean las necesidades políticas del momento—, especular hoy en una nueva candidatura presidencial suya es algo que pertenece al mundo de las fantasías.