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    Justicia Militar

    Sr. Director:

    En un informativo de la noche del miércoles 1º de este mes, escuché una noticia, dada sin ningún destaque, que me alarmó: según entendí, los militares, por sí y ante sí, constituyeron un tribunal de honor, no sé si para juzgar o para opinar sobre la conducta de varios colegas condenados por delitos aberrantes, que se encuentran recluidos en una cárcel vip (no en el Comcar, donde van “los comunes”), cumpliendo sentencias dictadas por la Justicia de la República (aclaro que sé que “la justicia militar” tiene rango constitucional, lo que constituye un anacronismo que, en la primera oportunidad, habrá que eliminar de la Carta).

    Me pregunto: ¿cuál es la tarea de tal tribunal?, ¿controlar o supervisar, y, llegado el caso, enmendar los procedimientos judiciales referidos a tales encausados?, ¿qué tiene que ver con la vida cotidiana de la ciudadanía que, con monedas de su bolsillo, financia su funcionamiento?

    Me pregunto: ¿cómo el Poder Ejecutivo autorizó esta parodia?, ¿la autorizó o se encontró, de buenas a primeras, con la situación creada a la que debía sujetarse sin otra alternativa que la del apaciguamiento?

    Me pregunto: si tal tribunal llegara a la conclusión de que la conducta de los legalmente condenados no fue con menoscabo de su honor ni tampoco del honor de las fuerzas armadas, ¿qué pasaría? Seguramente se plantearía, nuevamente, una “contienda de competencias” entre los dos poderes: el poder del Estado y el poder Militar. Y la instalación de tal tribunal parecería demostrar que esta nueva pulseada, otra vez, la volvió a perder el primer mandatario que no aguantó la presión de la influyente cofradía y, como otras veces, se hizo amigo del juez.

    Esta hipótesis, nada descabellada, me hace pensar que, precisamente, eso es lo que están provocando los funcionarios militares con vistas a darle algún pretexto al presidente de la República, para poner en libertad a los delincuentes militares, a pesar de que sus causas ya pasaron en autoridad de cosa juzgada y, por lo tanto, cumplidas todas las instancias y garantías del debido proceso, están, como corresponde, archivadas.

    La oposición, tan celosa —y está muy bien— en cumplimiento de su responsabilidad de controlar al poder, ¿llamará a sala al ministro del ramo para que, en homenaje a la transparencia, dé explicaciones claras y satisfactorias de este desafuero e informe a los representantes del electorado sobre las medidas correctivas adoptadas por la autoridad de la que él, como ministro, está investido?

    Los familiares de desaparecidos o de muertos en tortura por estos mismos que están presos o por otros que aún no han rendido cuentas, ¿harán silencio, como si no pasara nada?, ¿harán manifestaciones multitudinarias, con pasacalles y batucada denunciando esta verdadera alcaldada dada por la aristocracia militar que añade otra perla a sus privilegios?, ¿serán mayoría los que, encogiéndose de hombros, están por el “no te metás”?

    El presidente de la República, que se ufana por la transparencia de su gestión (todavía no ha explicado a la ciudadanía si sancionó y, en tal caso, qué sanción aplicó al edecán que, en una actitud desafiante, en un automóvil oficial, asistió al velorio de uno de esos presos), también, señor presidente, ¿se mantendrá distraído en esta oportunidad en que, con la instalación de este tribunal paralelo, estamos a la altura de una insubordinación de “la familia militar”, como se autodenominan?

    La aristocracia militar incurre, ahora, en la arrogancia de enfrentarse, otra vez, ahora por vía paralela, con un tribunal propio contra el legítimo del Estado y, en esa lucha por el poder, demuestra, una vez más, que no solo se considera fuera del Estado, sino que está por encima del Estado y, eventualmente, contra el Estado.

    Nosotros, los plebeyos, (ellos nos llaman “los civiles” y ahora empleo el plural porque siento que escribo en nombre de muchos), que somos los que pagamos, ¡vaya si pagamos!, y sufrimos la presencia de esa aristocracia irritante, ajena a nuestra cultura, a nuestra formación, a nuestra esencia republicana, ¿tendremos que mirar callados, hasta indiferentes, cómo, entre las manos, se nos desvanece la República democrática?

    Guillermo Vázquez Franco