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Existe en la Avenida Ricaldoni una guarida desde la que eventualmente suelen emerger, como por arte de magia, media docena de Inspectores de Tránsito dedicados a capturar a aquellos automovilistas que exceden el límite de velocidad allí permitido. Alguien podría argüir que, dado el ancho desmesurado de dicha avenida, resultaría un acierto técnico estratégico fijar un límite algo superior a los 45 km/h reglamentarios, teniendo en cuenta la necesidad imperiosa de evitar, en lo posible, todo enlentecimiento innecesario del elefantiásico y caótico tránsito capitalino.
A pocos metros de allí, en la esquina de Ricaldoni y Cataluña, hay una dependencia del SMI que dispone de una pequeña placita donde algunos pacientes estacionan sus vehículos durante las horas de consulta. A esta doliente fauna de pacientes, le pareció una maravillosa demostración de elevado criterio y calidad de gestión que la Dirección de Tránsito, considerando las notorias dificultades de parking en la adyacencias, adoptara una loable permisibilidad y condescendiera, excepcionalmente, en el estacionamiento en horas de consulta de alrededor de una docena de coches , en su mayoría portadores de pacientes y ancianos con penurias y dificultades para caminar.
Lamentablemente, la alegría duró poco, porque un aciago día el largo, voraz y justiciero brazo de la Intendencia los alcanzó y cada uno de los infractores fue sancionado con una multa de $ 4.000.
Es cierto que en casi todas las ciudades del mundo, el estacionamiento indebido es rigurosamente vigilado, pero es dable observar frecuentemente determinadas concesiones puntuales, en casos especiales de interés social.
Ojalá las nuevas autoridades municipales comprendan la conveniencia de aliviar, de una vez por todas, la tradicional imagen de repulsa general que despierta en los automovilistas y peatones capitalinos la acción muchas veces ladina y abusiva de los agentes controladores del tránsito y asuman que, en determinadas ocasiones, resulta inteligente y estratégico otorgar determinadas flexibilidades excepcionales, sobre todo si son invocadas por razones humanitarias de clamor general.
