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La abogada, escribana y profesora Graciela Bianchi se integró al equipo de Luis Lacalle Pou en junio de 2013.
Se integró a un equipo formado por mujeres y hombres que traían tras de sí un camino recorrido con objetivos claros y preestablecidos. En ese equipo estaban ya el entonces diputado Álvaro Delgado, la novel senadora Carol Aviaga, el entonces intendente Carlos Enciso, el joven diputado Martín Lema y varios etcéteras.
De repente, una ley que obliga a distribuir de determinada manera los lugares en las listas según el sexo de sus integrantes vino a condicionar los posicionamientos y quizá a “complicar” aquel camino que el equipo se había trazado.
No estoy ni nunca estuve al tanto del armado de las listas ni de si hubo o no acuerdos previos (que nadie me diga que no existen acuerdos y recíprocas concesiones porque existen en todos los partidos y en todas las agrupaciones).
Pero sí sé que cuando vi la lista impresa, supe que, por una lógica que pasaré a explicar a continuación, Graciela Bianchi sería electa diputada (ocupaba el tercer lugar titular en la lista 404 a diputados por Montevideo).
¿Por qué deduje que sería este el cargo que asumiría? Sencillo. Graciela centró su campaña básicamente en Montevideo, departamento por el que pretendía resultar electa (o al menos eso noté yo). Bianchi se incorporaba a un equipo ya formado, con sus objetivos y sus pasos determinados. En diversas ocasiones escuché al diputado Álvaro Delgado hablar de aquel movimiento nacional que planeaba el equipo y de cómo lo llevarían a cabo, de lo que rápidamente deduje que debía resultar, entre otras cosas, su candidatura y posterior asunción al Senado.
No existía un plan maquiavélico de ilusionar a Graciela Bianchi con una candidatura al Senado para luego obligarla a renunciar. Tonterías.
La profesora buscaba un lugar determinado en el gobierno de la educación (su pasión y vocación) y, de no alcanzar dicho objetivo, ingresaría a la Cámara Baja. Nadie la obligó, ni implicó esto una renuncia salarial en beneficio de Delgado. Aclaro esto porque escuché y leí sendas ridiculeces, entre ellas, que los senadores ganan más que los diputados. No hablen sin saber.
Entonces, aparecieron los que se indignaron con Graciela Bianchi porque “engañó a las mujeres que la votaron”, según escuché por ahí. ¡Por favor! La votaron para dos cargos, tanto para senadora como para diputada. Ella eligió libremente lo que entendió resultaba de mayor justicia y lealtad para con el equipo al que se integró tardíamente. Respetó el camino que el diputado Delgado había hecho. ¿Es esto censurable? ¿Hubiera resultado más agradable para los indignados que ella caminase por encima de la estructura del sector beneficiándose de un artificio legal? ¿Qué valores creen que están custodiando? ¿Acaso alguno de estos indignados siquiera la votó?
Ahora se les ocurre que la ley de cuotificación debe ser modificada de manera que esto no vuelva a suceder. Que me digan que al redactar esta ley no se dieron cuenta de que esto podía pasar y me convenzo de que son totalmente incompetentes. Estoy convencido de que lo tenían bien clarito. No se esfuercen en hacerse los distraídos. Vayan y arreglen el problema que enfrenta la participación femenina en donde se origina: en las bases, en la militancia, en los dirigentes de mando medio. Solo hacen falta unos cuantos hombres y mujeres con el valor de romper algunos esquemas. Especialmente hacen falta hombres con agallas para imponerse al machismo reinante abajo y dispuestos a aceptar que hay mujeres tan o mejor preparadas que ellos mismos. Si arreglan el problema ahí, las mujeres van a llegar al Parlamento en igualdad de condiciones sin necesidad de cuotas en las listas electorales.
