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    La cárcel o el progreso

    N° 1863 - 21 al 27 de Abril de 2016

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    Hace cuatro meses, el presidente Tabaré Vázquez proclamó con el mayor énfasis que pudo una obsesión muy obvia para él, su canciller y su ministro de Economía, y, a la vez, muy execrable para, al menos, el 50% de la fuerza política que lo puso por segunda vez en la Presidencia de la República. “¡Hay que abrirse al mundo!”, exclamó el 9 de diciembre ante el periodista Ignacio Álvarez, que lo interrogaba para Canal 4 sobre la apertura comercial del Uruguay.

    De hecho, la tríada Tabaré Vázquez, Rodolfo Nin Novoa y Danilo Astori está trabajando fuertemente para integrar al país al Tratado Transpacífico (donde está Estados Unidos) y para conseguir tratados de libre comercio con Europa y con China. El 99% del arco opositor está de acuerdo con estos movimientos. O sea: como mínimo, dos tercios de los uruguayos quieren que eso finalmente se concrete.

    Hasta ahora, sin embargo, los resultados son bien pobres. Según una investigación de Búsqueda, difundida el jueves 14, los fríos datos demuestran que la apertura comercial está en su nivel más bajo desde 2002.

    El coeficiente de apertura económica o comercial —exportaciones más importaciones respecto al Producto Bruto Interno (PBI)— fue 45% en 2015. Esa cifra estuvo en 38% en 2002 (el año de la brutal crisis económico-financiera) pero luego empezó a crecer: 48% en 2003, 65% en 2008 y siempre arriba del 50% el resto del tiempo. El 45% de 2015 está todavía por encima del promedio histórico, pero los primeros números de 2016 auguran una nueva reducción.

    ¿Qué conspira para que la voluntad del presidente y sus dos ministros principales no se haga realidad y Uruguay siga perdiendo oportunidades por mantener una cerrazón que es, a esta altura, suicida?

    Marcel Vaillant, profesor titular de Comercio Exterior en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad estatal, ensayó algunas explicaciones.

    Para empezar, Uruguay integra el Mercosur y el Mercosur es ni más ni menos que una “cárcel comercial”. Según el académico —y muchísimos otros uruguayos, profesores o del común— una economía pequeña como esta precisa vincularse mucho más fuertemente con el mundo entero. Para Vaillant, “el nivel deseable (de apertura) es más similar a los registros de 2008, cercanos o mayores a 70%”. Pero estamos en 45%. Y bajando.

    La apertura comercial del Uruguay no es, como suele presentarse por la izquierda retrógrada, un negocio para los ricos. Cada vez más, el comercio exterior —y, por tanto, el grado de apertura— incide en la calidad del mercado laboral. Vaillant y Natalia Ferreira Coimbra hicieron una investigación para el Departamento de Economía de la Universidad pública según la cual mientras en 1990 los empleos que se asociaban a la demanda externa eran el 15% del total, ahora son casi el 30%. Y esa proporción seguirá creciendo sin parar.

    Vaillant preguntó: “¿Quién va a venir a invertir en el sector lácteo en el Uruguay si hay que venderle a Venezuela, que un día nos compra, o nos compra y no nos paga, o tenemos todo atado con hilos? Si tuviéramos un acuerdo con Suiza, que es un importador neto de productos lácteos, en lugar de con Venezuela (…), las fluctuaciones de precios se amortiguarían muchísimo”.

    Además, como él advirtió, no es lo mismo venderle a Rusia que a Dinamarca. Porque a ambos países puede ir el mismo producto, pero a Dinamarca tiene que ir acompañado “con más servicios”. El mundo de las certificaciones y la calidad de los commodities “son servicios” y eso “es esencial” para concretar acuerdos comerciales.

    “Es un pecado que Uruguay no acceda con la carne en condiciones de libre comercio a ninguno de los mercados relevantes del planeta. Y lo mismo ocurre en el caso de los lácteos”, dijo Vaillant.

    Pero salir de la “cárcel” del Mercosur será harto difícil pues, como lo explicó el académico, el debate sobre el bloque regional y sobre los TLC “fue llevado a un rincón ideológico”.

    Y de ese rincón no quiere salir ni la cúpula de la central sindical PIT-CNT —punta de lanza política de las facciones más conservadoras del Frente Amplio— ni la nutrida miríada de dirigentes altos, medios y bajos que comandan los organismos de dirección del partido gobernante.

    ¿Cómo puede haber avances en este terreno si en su último documento político-ideológico el PIT-CNT dice estar preparándose para una “agudización de la lucha de clases”? ¿Qué puede esperarse de unos jefes sindicales que, en acuerdo con el conservadurismo frentista más recalcitrante, desafían a Vázquez a decidir si su gobierno “se divorcia o no” de “los trabajadores y el pueblo”?

    De más está decir que, para estos dirigentes, que defienden a la dictadura cubana y a todos los gobiernos “bolivarianos” que se han alzado contra los valores republicanos en América Latina desde inicios del siglo XXI, “trabajadores” y “pueblo” son solo aquellos que están de acuerdo con su vocación estatista y totalitaria. En las elecciones de 2014, casi el 50% de los ciudadanos votaron por opciones diferentes al Frente Amplio. Pero esos no son “trabajadores” ni “pueblo”, sino, en el mejor de los casos, “mentes a conquistar” y, en el peor, “estorbos a aplastar”.

    “Nuestro país”, dice “la vanguardia de la clase obrera”, “se debate en la siguiente cruz de caminos: o se encamina hacia un proceso de cambios profundos y de síntesis político-ideológica de los mismos o se pueden generar las condiciones para una regresión de derecha. Todo el proceso de acumulación de fuerzas se encuentra de esta manera en una encrucijada”.

    Desde ya que, en ese discurso, no podía faltar la apelación a los “intentos restauradores del imperialismo”. ¿Qué posibilidades políticas tiene el gobierno frentista de siquiera intentar ingresar al Tratado Transpacífico o de negociar tratados de libre comercio, en este contexto de puro trogloditismo sesentista?

    Hace cuatro meses, cuando habló con Ignacio Álvarez, el presidente recordó que cuando fue presidente del Frente Amplio durante nueve años “se discutía si en realidad había que fomentar más el comercio interior que el comercio a nivel internacional. Porque —se decía— fortaleciendo el comercio interior, Uruguay funcionaba”.

    No obstante, simplemente aplicando la lógica, dijo que “cuando proyectamos al mercado uruguayo con tres millones y medio de habitantes, no da para poder tener buenos salarios y cantidad de trabajo. Entonces, hay que abrirse al mundo. ¡Hay que abrirse al mundo!”. ¿Por qué? Porque “el mercado interno no alcanza”.

    El presidente dijo que “este tema lo vamos a tener que discutir en el seno del gobierno y también con la fuerza política. Porque si no, nos vamos a aislar y vamos a quedar con el mercado interno de Uruguay. Y entonces no se va a poder pedir aumentar los salarios, no se va a poder pedir tener más puestos de trabajo digno”.

    No es que Vázquez haya descubierto la pólvora. Muchas personas llegaron a esa conclusión en Uruguay hace décadas. En buena hora la comparte ahora el presidente.

    Y mientras dure su mandato, está en sus manos —y nada más que en sus manos— que el Uruguay se abra al mundo o permanezca empobreciéndose y perdiendo oportunidades, mirándose al ombligo.

    Todo depende de una gran decisión política. Una decisión que un estadista adoptaría, enfrentando con decisión al griterío vacuo. En realidad, el presidente no tiene nada para perder desde el punto de vista político. Es la última.

    Entonces, o corta por lo sano y concreta las ideas sobre las que dice estar convencido o habrá que esperar hasta el próximo gobierno.

    El problema es que cuatro años es mucho tiempo para perder.