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    La comunidad

    Suburbicon: Bienvenidos al paraíso, de George Clooney

    La sexta película de George Clooney como director es una de las mejores de su cosecha. También la más difícil, tenebrosa y violenta. A veces excéntrica, a veces clásica, Suburbicon: Bienvenidos al paraíso es una sátira oscurísima que conjuga las inquietudes de Clooney en asuntos políticos y sociales y su concepción de la narración cinematográfica. Su visión del mundo.

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    Suburbicon es el nombre de un barrio residencial que florece a fines de la década de 1950 como una alternativa moderna y saludable a la vida tóxica y agitada de la gran ciudad. Está precioso: calles serenas, automóviles grandotes y en tonos pastel, banderas estadounidenses flameando en el jardín verde bien verde y eternamente recién cortado, casas hermanadas por la promesa de bienestar y prosperidad.

    Es destino de familias que arriban desde distintas zonas de Estados Unidos. Familias blancas. Como la de los Lodge: Gardner (Matt Damon), su esposa Margaret (Julianne Moore), que está en silla de ruedas, su hijo Nicky (Noah Jupe), y su cuñada Margaret (otra vez Julianne Moore, la número uno). Los últimos en llegar son los Mayers, una familia negra, que se muda a la casa de al lado. Ante estos nuevos vecinos, la comunidad no reacciona de la mejor manera. Papá, mamá y el pequeño Mayers (Leith M. Burke, Karimah Westbrook y Tony Espinosa), son un lunar verrucoso en el blanco y sonriente rostro de la comunidad, que se reúne para tomar medidas, entre ellas, la de construir una cerca que —para alivio de los más fastidiados— no será pagada por los vecinos.

    Clooney, muy hábilmente, no se enfoca tanto en los Mayers, a pesar de que el filme comienza con su arribo a ese barrio que es como un set, sino en lo que ocurre en la casa que está detrás, la de los Lodge. Allí, una noche, los Lodge son humillados y asaltados por dos criminales asombrosamente desagradables y perversamente violentos. Todo ocurre en el interior de su propio hogar y termina de una de las peores maneras posibles. Lo que el director hace a continuación es ilustrar el proceso de recuperación de los Logde tras este trágico suceso. Mientras tanto, en un carril narrativo que se mueve en paralelo, el barrio se pone cada vez peor para los Mayers. Todos (casi todos) en Suburbicon están obsesionados con la presencia de los nuevos vecinos, los negros. Sin embargo, lo realmente preocupante está ocurriendo a pocos metros, en lo de los Lodger.

    La acción transcurre enteramente dentro de esa comunidad orgullosamente aislada. Avanza a través de capas, a veces muy delgadas, que se filtran en la trama y van extendiéndose como manchas de aceite sobre una tela fina y delicada. En ambas líneas narrativas, la principal y la que corre en paralelo, todo se vuelve cada vez más amargo, cada vez más violento, cada vez más cruel. Y lo hace a niveles extravagantes. La violencia, que al comienzo parece venir de afuera, en realidad llevaba tiempo allí dentro. El asunto es que la atención estaba puesta en otro lado.

    El estilo de Clooney está fuertemente influido por el de los hermanos Joel y Ethan Coen, dos de los cineastas más lúcidos, mordaces e imaginativos de la cinematografía actual, y autores del guion original. Esa influencia está presente desde sus primeros pasos como director. Clooney debutó bien en lo alto con Confesiones de una mente peligrosa, cuyo guion lleva la firma y los trucos de Charlie Kaufman (¿Quieres ser John Malkovich?), aunque la puesta en escena recuerda a la veta cartoon de los Coen. Luego vino Buenas noches, y buena suerte, su obra mayor, la más personal. Le siguieron la comedia ambientada en el mundo deportivo Jugando sucio, el thriller político y pasado de serio y comprometido Secretos de Estado y el drama bélico Operación monumento. Clooney, además de dirigir, producir, intervenir en algunos guiones, interpretó papeles coprotagónicos en estos tres títulos, que casualmente son los más desabridos de su filmografía, un conjunto que se destaca por relatar tramos de la historia escondida de Estados Unidos, por husmear debajo de la alfombra o el patio trasero de su país. En la escritura de Suburbicon colaboró el propio Clooney junto con Grant Heslov, director de la comedia negra Hombres de mentes, guionista de Secretos de Estado, Buenas noches, y buena suerte y Operación Monumento.

    Se nota la mano de los directores de Barton Fink, Fargo y El gran Lebowski. Se nota en esos personajes aparentemente simplones, perdedores silenciosa y desesperadamente resentidos, de los que no se puede esperar demasiado y que no obstante llevan dentro de sí el germen de lo siniestro. Están los Coen en el dibujo de esos villanos extravagantes y repulsivos, poseídos por una maldad pura, patética, insondable. Están en esos diálogos pulidos y en esos momentos de suspenso, dramatismo y tensión donde se cuelan, perturbadores, incómodos o balsámicos, ciertos chispazos de un humor espinoso, como la escena que involucra el uso de una paleta de ping pong en un sótano. Se percibe la rúbrica Coen en la humorada negra, en la constatación de lo ridículo dentro de un contexto esencialmente violento, dramático, incluso tenebroso, como cuando Gardner avanza por la calle escasamente iluminada montado en una bicicleta para niños, pedaleando confundido y exasperado.

    Clooney, un director clásico con paladar fino para la excentricidad y el exceso, una vez más cuenta con el aporte de notables intérpretes. Damon, que es un titán, compone un personaje complejo, enigmático, que paulatinamente revelerá aristas desesperantes. Y Moore, como es usual, es un espectáculo en sí. Esta vez, por dos. Los matones típicos del universo Coen, aunque bien podrían estar en una de David Lynch, son interpretados por Glenn Fleshler y Michael Cohen, y son en verdad inquietantes. Oscar Isaac se disuelve en un pequeño y contundente papel, solo aparece en unas pocas escenas y es sensacional. Y Noah Jupe, que da vida a Nicky, es el pequeño talento detrás de algunas secuencias intensas, narradas de un modo atrapante.

    El tono se vuelve cada vez más y más sombrío, sea en el drama, el policial o la comedia grotesca, que son algunos de los géneros por los que pasa esta peculiar obra, de ritmo moroso al comienzo, delirantemente sobrecargado y adrenalínico hacia el final. Hay un trabajo atento en los detalles, en la fotografía (exuberante), en los encuadres y en la disposición de la acción (una de las mejores escenas transcurre debajo de una cama), en el uso del color (la paleta de tonalidades pastel del inicio del filme choca y es devorada por la oleada sombría que poco a poco va ganando lugar), en el vestuario y en los rasgos culturales de esos años (desde el primer control remoto a los productos que van a la heladera, la textura del mundo de Suburbicon se siente real). Y hay un trabajo notable en esa banda sonora, que es tremenda, y por algunos momentos un poco invasiva de más.

    Suburbicon: Bienvenidos al paraíso es una película amarga, fácil de rechazar si lo que se busca es una comedia o un thriller o un drama generosamente cinéfilo y bellamente fotografiado. Es una combinación de todo eso, pero con una oscuridad incómoda, densa y salvaje. Vestida con los colores de un cine que ya no se hace (no es este un apunte nostálgico sino una simple observación), el de la década de 1950, definitivamente pertenece a esta época, no puede ser de otro tiempo más que este, el presente.

    Suburbicon: Bienvenidos al paraíso (Suburbicon). EE.UU., 2017. Dirección: George Clooney. Guion: Clooney, Grant Heslov, Joel y Ethan Coen. Con Julianne Moore, Matt Damon, Noah Jupe, Glenn Fleshler, Michael Cohen y Oscar Isaac. Duración: 105 minutos.